TRIBUNAABIERTA
Arqueología y Arqueomaquía
JOSÉ LUIS CALVO MARTÍNEZ/CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
Imprimir Enviar
LA palabra arqueomaquía no existe. Es un neologismo. Lo acabo de formar con palabras griegas (arqueo antiguo, macheía lucha, combate) porque describe bastante bien algo que quiero expresar en este artículo. Significaría «disputa por las ruinas».
Este verano he pasado unos días en Atenas y he visto algo importante y nada ajeno a algo que está sucediendo entre nosotros. Ayer vine de Cartagena, donde he participado en un curso de verano, y allí he vuelto a ver con no poco asombro algo importante y nada ajeno a algo que está pasando entre nosotros. ¿Qué es eso -se habrá preguntado algún lector, si es que no ha pasado página- tan importante y nada ajeno a Granada, que sucede en lugares tan dispares como Atenas y Cartagena? Pues se lo voy a explicar.
Comenzaré por Atenas. Cuando hace unos años decidieron los griegos construir dos líneas de metro con motivo de las Olimpiadas, sabían que iban a encontrar ruinas. ¿Cómo no? La Atenas de hoy está justamente encima de la de Pericles, Platón y Sófocles. Y sabían también que necesitaban hacer una red de transporte subterráneo. Eran veinte kilómetros de túnel y, de ellos, al menos cinco, atravesaban el corazón de la ciudad antigua desde las faldas de la Acrópolis. Pues bien, los poderes públicos helenos no se enzarzaron en interminables y agrias disputas sobre qué hacer con los objetos que eventualmente pudieran aparecer, o mejor, que necesariamente iban a aparecer. Inmediatamente decidieron todos ellos que la solución era rescatar lo más importante y exponerlo en las diferentes estaciones del nuevo metro. Izquierda, derecha, centro, arriba y abajo, acordaron sin problemas aquello que parecía sencillamente de sentido común. Y con ello ganaron cinco pequeños museos con vitrinas en cinco de las más importantes estaciones y no perdieron ni tiempo ni dinero.
Vayamos ahora a Cartagena. Cerca de la increíble y luminosa bahía de Cartago Nova había un barrio de casas modestas, material deleznable y en nada buen estado. Hace unos diez años, el profesor Ramallo, notable arqueólogo, observó que este barrio tenía forma de trapecio invertido con un grado de inclinación semejante al de las plazas de toros o los campos de deporte. Y enseguida tuvo la certeza, sin duda inducida por su experiencia de arqueólogo, de que aquello tenía que ser el antiguo teatro romano. Y logró persuadir a las autoridades. Pues bien, las autoridades de Murcia no se embarcaron en una larga y agria disputa sobre qué hacer con aquello. Enseguida tomaron la decisión de demoler el barrio y encomendar a Rafael Moneo el diseño de un plan que integrara el teatro romano, reconstruido con gusto y sobriedad, con los restos de la antigua catedral (la más antigua de España) y con un palacio que albergará museo e instituto de investigación arqueológica. Y todo ello enmarcado por el paseo marítimo y una ciudad cada vez más bella debido a las crecientes restauraciones de los edificios modernistas que la embellecen y el buen gusto.
¿Qué ha pasado en Granada? En nuestra castigada ciudad se decidió construir un paso subterráneo y un aparcamiento subterráneo. En nuestra sufrida ciudad sabemos -o debían saber los responsables de la administración- que «saliendo por la puerta de Elvira (hay un) cementerio que está distribuido en tantos planos que causa admiración este cementerio es dos veces mayor que el de Nüremberg». (Jerónimo Münzer, Viaje por España y Portugal, 1494-95, Madrid, 1991, pág. 99 y ss.) Pues bien, esto, que escribió Münzer «tres años» (36 meses) después de la toma de Granada, al parecer era ignorado -o fue ignorado- por los responsables del proyecto, autoridades, ediles, consejeros, etc. Y, claro, con la primera embestida de la excavadora apareció el cementerio en el mismo sitio que nos indicaba Münzer desde las páginas de su apasionante diario de viaje. ¿Acaso se pusieron de acuerdo la derecha, izquierda, centro, etc., etc? Pues no. Hemos perdido tiempo y mucho dinero. Pero eso al parecer es irrelevante. Ha sido sólo y precisamente cuando los granadinos, o sea, los que vamos a votar y pagamos nuestros impuestos religiosamente, hemos perdido la paciencia, cuando han reaccionado y llegado a un acuerdo.
Pues bien, parece que afortunadamente el problema ha quedado resuelto. Pero se han perdido muchos jirones de sensatez y cordura en el camino y, con vistas al futuro, creo que interpreto bastante bien el pensamiento y la voluntad de no pocos granadinos: (1) exigiendo a los responsables de la administración que hagan sus deberes, o sea, que estudien a fondo las fuentes históricas que no son pocas, las cuales nos informan sobre casi todo lo que está soterrado bajo la Granada actual; y (2) exigiendo a los responsables que, eventualmente y en cada caso, tomen un rápido acuerdo que responda al sentido común y sirva al bienestar y felicidad de los granadinos. No es mucho pedir, creo.
Atenas. Cartagena. Granada. ¿Qué diferencia! ¿Qué bochorno!