OPINIÓN
TRIBUNA
Indecisiones compartidas
MARILUZ ESCRIBANO PUEO/MUJERES POR GRANADA
Imprimir Enviar
LAS más importantes decisiones políticas que se toman, o no, en las instancias municipales o autonómicas, esas que arañan la piel de nuestros días porque las sabemos próximas y afectan a nuestro vivir cotidiano, al cívico deambular por las calles y los parques ciudadanos, por los ámbitos de la historia más reciente que nos ha conformado, juegan al escondite detrás de los amarillentos papeles de informes, dictámenes, resoluciones dubitativas, legajos repletos de puntillosa soberbia, testimonios y juicios, avisos y advertencias, juicios y notificaciones, gacetillas y crónicas incompletas. Y no sólo juegan al escondite en las más recónditas cámaras de los cajones de autoridades municipales y autonómicas, sino que se van cubriendo del polvo, perfectamente remediable, de la más absoluta irresolución. En Granada, y con relación a sus más candentes problemas, lo único que nos faltaba es tener, como gestores, a dos administraciones perfectamente enfrentadas desde el punto de vista ideológico. Y el tu más de las absurdas argumentaciones en los enfrentamientos políticos, se está poniendo de manifiesto estos días de precampaña electoral, con mucha más contundencia que en otras ocasiones.
La lucha que Mujeres por Granada viene sosteniendo desde hace diez años por la salvaguarda de nuestro patrimonio histórico y por una convivencia tranquila y participativa, en la que predomine el sentido común, la ciudadana convicción de que es saludable el intercambio de opiniones y la aceptación de la opinión contraria cuando razonablemente se demuestre que es la mejor de todas, viene salvando obstáculos a través de los días, las semanas y los años, sin que parezca posible que los servidores públicos, a quienes, por cierto, pagamos en abundancia y generosamente, lleguen a acuerdos sinceros y razonables, olviden sus diferencias de fondo ideológico y se apresten con diligencia y eficacia a solventar toda clase de problemas que nos incomodan y hacen la vida ciudadana difícil. Y no estoy hablando de obras faraónicas, espectaculares, magníficas. Hablo de las pequeñas cosas que una ciudad, como una casa, necesita para ser habitable y emprender, desde el detalle cuidadoso de las cosas que son sus banderas de enganche, otras cuestiones de más envergadura y que rozan la alta política, o, lo que es lo mismo, las decisiones gubernamentales.
Viene esto a cuento de la impaciencia que suscita un tema como el del Cuarto Real, con su maravillosa y única Qubba nazarí que, en el centro de Granada, es uno de los mejores exponentes de lo que la cultura árabe legó a la responsabilidad de la historia y dejó en nuestras manos no para que la incuria y la desidia, los infortunios de una arquitectura ajena, borraran para nuestro ojos la belleza de un recinto único. Sospecho que el empecinamiento de los Delegados de Cultura de la Junta de Andalucía en mantener una adherencia arquitectónica espúrea junto a la grácil envergadura del monumento nazarí, no tiene más horizonte que el aprovechamiento, hasta límites que rozan la estupidez más arraigada, del último ladrillo que se pega, como adherencia execrable al monumento y que oculta el hermoso estanque, lámina de agua habitual en este tipo de construcciones. Y claro es que en Granada nos merecemos algo mejor que este mero contemplar el transcurrir de los calendarios (días, semanas, meses, años…siglos) sin que alguien, con fortaleza y decisión, dé el puñetazo necesario sobre la mesa pertinente y aclare, de una vez por todas, por qué se nos está hurtando a los granadinos la contemplación del prodigio en el centro geográfico de la ciudad, por qué la Qubba no sirve como un reclamo turístico más para las gentes que nos visitan, y por qué es este mareo cotidiano de papeles que sobrevuelan, de despacho en despacho, nuestras cabezas y nos dislocan con tantos dimes y diretes. Todos a una, como en Fuenteovejuna, tendrán que actuar los políticos en beneficio de una ciudad que, escondida y callada, apenas levante la voz para reclamar lo que le pertenece.
Y algo más, que volveré a repetir porque parece que la Universidad, o sus altos mandatarios, no se enteran. Ocultar el monasterio de San Jerónimo a las miradas interesadas y curiosas, con unas construcciones de aularios desgraciadas, es un grave pecado que pagaremos por siglos. Hasta que se produzca el advenimiento de un alcalde que no sólo no se avenga a componendas, sino que sepa utilizar la dinamita con una cierta sabiduría para enmendar nuestros errores más pertinaces.