TRIBUNAABIERTA
Recuerdo de Maimónides en tiempos de perplejidad
JOSÉ ANTONIO PÉREZ TAPIAS/PROFESOR DE UNIVERSIDAD
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EN la madrugada del 13 de diciembre de 1204 murió Moisés ben Maimón en El Cairo. Hasta esa fecha transcurrió la trayectoria vital de quien ha pasado a la historia con el sobrenombre de Maimónides, trayectoria que tuvo su comienzo en el año 1135, cuando nació en la Córdoba de Al-Ándalus. En su recorrido biográfico, llegó a ser insigne jurista, científico preclaro, médico afamado, filósofo clarividente y profundo teólogo, y en esos términos fue reconocido por sus coetáneos. Años antes de su muerte fue nombrado nagid, líder de la comunidad judía, no sin antes soportar los sufrimientos que le provocaron los que se entendían a sí mismos como firmes guardianes de la ortodoxia judaica, así como en tiempos anteriores hubo de padecer las persecuciones desencadenadas por la intransigencia almohade, que fue la que en un principio obligó a su familia a dejar atrás las tierras andaluzas y a buscar refugio en el norte de África. Una vida de constante exilio, hasta encontrar asiento en la más tolerante realidad social de Egipto, fue el eje de la existencia del pensador judío más importante de la Edad Media y quizá uno de los más destacados de la tradición judía desde la Antigüedad hasta hoy.
La obra de Maimónides llegó a todos los rincones en los que estuvieron establecidas comunidades judías de la diáspora, así como también rebasó esos límites comunitarios para ser objeto de estudio tanto desde el lado cristiano como desde el musulmán. En este último campo destaca su proximidad a su paisano Averroes, huido, como él, de la intolerancia almohade, y a quien el filósofo judío en algún momento tuvo que esconder para salvarlo de la persecución. El libro de Maimónides que reúne los escritos dirigidos a su discípulo Yosef ben Yehudá ibn Aknín bajo el título de Guía de perplejos es la obra cumbre de su pensamiento, la cual se inserta como clave de bóveda en la constelación que forman sus comentarios de la Misná (Misná Torá), su codificación de la normativa talmúdica y su Libro de los Secretos, texto culminante de la medicina medieval. Sólo la Guía de perplejos ya hubiera merecido el homenaje de las generaciones posteriores y, al final de la cadena que desde ellas nos alcanza, con eslabones como Tomás de Aquino o el maestro Eckhardt, como Spinoza o como Fromm, el recuerdo que desde nuestras coordenadas brindamos a un pensador hispano-judío que siempre se presentó como Moisés ben Maimón el de Sefarad, trascendiendo las particularidades de su circunstancia histórica, sigue siendo relevante para quienes vivimos en un tiempo de perplejidad como es el nuestro.
Las celebraciones que a lo largo de 2004 han conmemorado los 800 años de la muerte de Maimónides han puesto de relieve las aportaciones de su pensamiento, que nos llegan desde la Baja Edad Media, y en ese sentido pre-moderno, a una época como la nuestra, post-moderna. Salta a la vista la pertinencia de unas reflexiones encaminadas a orientar a quienes se hallan sumidos en la perplejidad, la cual vuelve a ser desde hace unas décadas la actitud que en buena parte acompaña a la crisis de la modernidad en la que nos encontramos inmersos. A finales del siglo XII, Maimónides se dirigía, en osado gesto de recusación de toda pretensión dogmática, a quienes se debatían en la angustiosa incertidumbre de una fe fuertemente cuestionada, desorientados entre unas ciencias que ya despuntaban con fuerza y una tradición religiosa, la del judaísmo en ese caso, que parecía desfondarse ante la presión de los hechos. Había que abrir paso a la búsqueda del sentido, reintentando el tránsito por los caminos de la verdad, con consciencia de los límites de la razón, mas dispuestos a servirse de ese atributo específico de la condición humana para llegar a las puertas del conocimiento profético, el de la más honda sabiduría. A ella conduce el diálogo entre la fe y las ciencias, que tiene su llave maestra en una interpretación de los textos bíblicos capaz de distinguir el sentido literal de su lenguaje, tan cargado de antropomorfismos, de su sentido profundo, al que apunta el simbolismo que encierran. Maimónides, puliendo su propio saber, corrigiendo su juvenil intelectualismo, ensanchando su apertura ecuménica, se volcó en esa obra cuyo título condensa tan bien el quehacer de la reflexión filosófica. Ésta, como señalaba Ortega y Gasset, no puede ser en todo caso sino guía de perplejos, que es expresión que constituye «el más certero título de un libro de filosofía».
Es cierto que al cabo de siglos, tras una modernidad que con sus procesos de modernización ha llegado a contradecir sus propios objetivos de emancipación y, por consiguiente, de sentido, nos vemos, entre sorprendidos y abrumados, varados en una perplejidad irremisible. La falta de asideros cuando «todo lo sólido se desvanece en el aire», como diagnosticaba Marx, o la crisis de fundamentos detectada desde la nietzscheana «muerte de Dios», marcan nuestra experiencia epocal. La anomia señalada por Durkheim o el politeísmo axiológico instalado en la jaula de hierro vaticinada por Weber, fueron anticipos más inmediatos de la perplejidad en la que nos sume la pérdida de las coordenadas, primero tradicionales y luego modernas, que nos sirvieron para orientarnos en un mundo sin sentido.
Desde la condición posmoderna, es decir, desde la perplejidad, como escribía hace unas décadas el filósofo Javier Muguerza, no basta con mirar atrás, queriendo restaurar las vigencias de un pasado irrecuperable. Esa es la tentación integrista o fundamentalista, que con distintas variantes asoma siempre en los momentos de crisis. También Maimónides las conoció y padeció: el integrismo de los sectores conservadores del judaísmo y el fundamentalismo del fanatismo almohade. El sufrimiento que provocan reacciones como ésas en los que tratan de resistir a la irracionalidad aún acrecienta más la perplejidad, cuando las bases para esa resistencia desde una racionalidad limitada y una tenue esperanza parecen tambalearse por la fuerza corrosiva de lo negativo. También nos pasa hoy, cuando no contamos con las seguridades del pasado y crecen alrededor integrismos y fundamentalismos marcadamente regresivos, que nutren las fuerzas centrípetas que llevan a pueblos, religiones y culturas a replegarse sobre sí mismos con el mismo ahínco con que rechazan a los otros diferentes.
La perplejidad de quienes tratan de sobreponerse a la perversa dinámica de los hechos se confronta consigo misma para no quedar atascada en bloqueo paralizante. De nuevo hemos de reponer los humildes recursos de nuestra limitada razón y activar los resortes de la esperanza, desbrozando las vías para reencontrar el sentido de nuestras existencias. Tal es el fondo de nuestras crisis culturales, apreciadas como patología nihilista que nutren las amenazas tecnocráticas y los reencantamientos identitarios. Sólo el mercado invasor de un capitalismo expansivo parece tener la fuerza suficiente para acallar nuestras dudas. Claro, eso vale nada más que para quienes pueden consumir y mientras dura su capacidad adquisitiva. Después, como para muchos ya ahora, la perplejidad se topará con la tragedia. ¿Por dónde encontraremos aquí y ahora al Maimónides de nuestro tiempo, o a quienes cumplan su función como herederos de aquél protoilustrado del siglo XII a quien tanto debemos, para sobrellevar fructíferamente nuestra incurable perplejidad?
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