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El Jardín de las Delicias

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El Jardín de las Delicias
Francisco Ayala dedicó páginas entrañables a un jardín granadino que realmente existió hasta los años 60. Ahora mostramos las imágenes El escritor siempre pensó que ese espacio sólo era fruto de su imaginación
TEXTO:/FIDEL VILLAR RIBOT / FOTOS: F. V. R. E IDEAL / GRANADA

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El autor inicia hoy el Año Ayala

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FUE un paisaje verdaderamente memorable de la infancia de Francisco Ayala. Ya fuera la casa del escritor tanto como el jardín protagonista del texto Nuestro jardín, el hecho es que el lugar se encontraba en el solar que hoy conformaría el perímetro de las calles Gran Capitán, Carril del Picón, Horno de Haza y Canales, justo enfrente del edificio de las Hermanitas de los Pobres. Tanto la morada del escritor como las dos casas colindantes dejaron de existir cuando se urbanizó toda la zona de Gran Capitán. En la actualidad allí nos encontramos con la calle Rector García-Duarte -que va desde la calle Gran Capitán a Horno de Haza-, precisamente en memoria del que fuera abuelo materno de Francisco Ayala, don Eduardo García- Duarte, catedrático de Medicina y rector de la Universidad de Granada de 1872 a 1875.

De cuantas páginas del escritor pudiéramos escoger en las que aparece este espacio de la infancia, sin duda alguna el más bello y estremecedor es Nuestro jardín que, en palabras de su propio autor, puede calificarse de «relato poemático».

El texto Nuestro jardín fue escrito muy a finales de los años sesenta del pasado siglo y se publicó por primera vez en el periódico La Nación de Buenos Aires el 13 de junio de 1972. Con posterioridad se incluyó en la sección Días felices, segunda parte del libro El jardín de las delicias (1972, 2ª ed.). «Es el jardín de mi abuelo que yo nunca llegué a ver; pero es también, al mismo tiempo, el jardín anhelado por el género humano. Los nosotros sujeto del posesivo nuestro somos todos los hijos de Eva, y nuestro jardín es el Paraíso perdido. Se encuentra colocado en un tiempo mítico, anterior a nuestro nacimiento. Nunca lo hemos visto, nunca lo hemos pisado, pero deseamos con ardiente vehemencia asomarnos a él. Nuestro jardín es el espejismo que nos hace vivir como seres humanos en el anhelo de una felicidad plena que, sin embargo, sabemos inalcanzable, y que proyectamos hacia un futuro mítico también. De ahí la forma circular que el relato asume, preludiada en la descripción del cuadro que lo inicia con los círculos engañosos de la fuente y el aro».

Un rincón literario

Lo que la picota del nuevo urbanismo destruye en aras de un dudoso e impertinente progreso, transformando las ciudades para hacerlas supuestamente más habitables, no ha podido, sin embargo, arrumbarlo en el olvido. Junto a mi antigua y especial pasión por la figura y la obra de Francisco Ayala hay que añadir la que, desde muy joven, así mismo le vengo dedicando a nuestra gran poeta Elena Martín Vivaldi. Pues bien, el hecho es que la familia Martín Vivaldi residió en esa casa. No debe de ser sólo una casualidad: a veces el destino tiene esos caprichos. ¿Nuestro mejor novelista y nuestra mejor poeta! Un rincón amable de la ciudad de entonces y que merece ser tenido y recordado como un recinto urbano singular de esa Granada lírica que es necesario mantener.

Entre el diverso y numeroso material inédito que conservo de Elena Martín Vivaldi se encuentran dos fotografías, que aquí se reproducen con carácter de primicia. En una de ellas aparece Elena -y, tras ella, su hermana Asunción- con aproximadamente veinte años, lo que permitiría fijar la fecha de su realización en torno a 1927.

Para entonces la familia Ayala ya está en Madrid. Y aún antes ya se ha mudado a la calle de san Agustín número 14. En dicha fotografía puede verse la misma balaustrada de la que habla Francisco Ayala en su texto e incluso parte de la fachada del edificio de las Hermanitas de los Pobres. Esta imagen nos permite disponer de una perspectiva opuesta a la que ofrece el cuadro que tan primorosamente pintó doña Luz García Duarte, la madre del novelista.

Por su parte, en la otra foto se puede ver una especie de casa de labradores; se trata de un dibujo de J. L. Martín Vivaldi, hermano de la poeta, y tiene la particularidad de recoger justo el sitio donde se puso la madre del escritor para pintar su cuadro; así que también es una perspectiva opuesta a la visión del cuadro.

Por lo tanto, el espacio tan íntimo que relata Francisco Ayala no está del todo perdido en la memoria de la ciudad. Al menos por las imágenes se puede recrear la visión de aquel entorno familiar que tanto ha recordado el novelista ya sea en sus textos narrativos como en las páginas de sus propias memorias personales, aquel «jardín inmortal de nuestras nostalgias».

¿Realidad o ficción?

De las varias anécdotas que se podrían contar referidas a este texto, tal vez la más singular sea la que tiene que ver con su primera aparición. Y es que cuando Francisco Ayala lo envió al periódico bonaerense La Nación, se le requirió que sugiriese una ilustración. Entonces el diario puso a su disposición un ilustrador por si hallaba oportuna que le hiciese un dibujo. Y así fue. El resultado no pudo resultar más sorprendente: «Por cierto, que el ilustrador, sin conocer la pintura ni su reproducción fotográfica, acertó a reconstruirla bastante aceptablemente en un dibujo, a base de mi descripción».

Y nos advierte el novelista: «Se ha perseguido la meta de acortar la distancia y casi borrar las fronteras entre lo imaginario y lo experimentado en las urgencias del vivir práctico. Y se da el caso, por ejemplo, de que un argumento enteramente inventado dé la impresión al lector de algo vivido en la realidad por quien escribe, de ser transcripción, palabra por palabra, de una escena que hubiera sucedido en circunstancias concretas. Es lo que ocurre, por cierto, con Nuestro jardín. Ahí el único elemento extraído de la realidad es la pintura al óleo de donde toma ocasión el cuento».

Se puede comprobar, una ocasión más, que el poder instaurador de la literatura no tiene límites, y los que pueda poseer no los alcanza la razón empirista. Es la magia de la literatura en estado puro. Una magia que, de la mano de Francisco Ayala, se nos convierte en algo tan cercano como un lugar cotidiano.

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