En una comunidad de más de 60.000 personas como la que tiene la Universidad de Granada, un millar de quejas apenas suponen un 1,6% del total. Sin embargo, si se tiene en cuenta que hace cuatro años sólo se tramitaban un centenar de reclamaciones, la cifra ya adquiere otro significado. Su receptor, el Defensor Universitario Enrique Hita, aseguró ayer tras la presentación anual del informe al Claustro de la UGR que el aumento tan espectacular de quejas «no significa que la Universidad vaya a peor, sino que la figura del Defensor es más conocida».
En cualquier caso, durante 2011 se registraron en esta oficina un total de 908 expedientes, de los que 540 corresponden a asuntos tramitados vía ofimática, 315 fueron quejas convencionales, 48 consultas de gestión y cinco expedientes de conciliación o mediación. «Al 90% de los casos se le dio solución», dijo Hita, y «el resto, al menos, obtuvo un pronunciamiento de mi parte», insistió y recordó que no tiene potestad para sancionar.
«Las reclamaciones más frecuentes están relacionadas con la movilidad internacional de los estudiantes, la acreditación de los idiomas y el incumplimiento de la planificación de exámenes», explicó ayer Hita.
Un 86% de las quejas fueron formuladas por estudiantes (12% por personal docente e investigador y un 2% por PAS), aunque el destino de las mismas está repartido entre el profesorado (31%), la dirección de centros y departamentos (29%) y los órganos de gobierno centrales (20%).
Así, la mayoría de las reclamaciones son de procedimiento (43%), le siguen las vinculadas al sistema de evaluación (20%), un 13% son exclusivas de la docencia y un 10% de convivencia universitaria. Precisamente éste es el aspecto que más preocupa al Defensor Universitario granadino, «la falta de tolerancia y solidaridad que hay en la comunidad universitaria actual».
En los cuatro años que lleva Hita como defensor, se ha producido un cambio en las relaciones entre docentes, estudiantes y personal de administración y servicios. De ahí que Hita realice una reflexión personal de más de diez páginas en el informe en el que dice cosas como: «nunca ha dejado de llamarme la atención lo poco que nos cuesta en la Universidad participar en eventos solidarios (organizamos congresos, escribimos artículos. etc.) y lo difícil que nos resulta ser solidarios con una persona concreta». O bien «cuánto nos cuesta facilitar, de buen grado, un examen de incidencia a un alumno, o compartir con un compañero un despacho, no digamos un aparcamiento, o simplemente no sacar el traje de gladiador en la reunión del departamento».