La Madraza acoge hoy la presentación del ensayo de Fernando Guzmán Simón dedicado a las revistas culturales publicadas en Granada en el período de la Transición
En un primer vistazo, en De Tragaluz a Letras del Sur (Editorial Universidad de Granada) sorprende el subtítulo: Panorama de las revistas universitarias de la Transición en Granada (1968-1978). Con toda probabilidad, a más de uno no le cuadrarán las cuentas. Fernando Guzmán Simón sale al paso con una aclaración; si como sostiene José Carlos Mainer «la Transición comenzó antes de la muerte física del dictador y se extendió más allá de la aprobación de la Constitución de 1978», es legítimo colocar los mojones temporales donde se han puesto. Además, la acotación no es gratuita. El autor se sitúa entre mayo de 1968, un tiempo de fervor renovador, y diciembre de 1978, el arranque de la España constitucional. En esta década prodigiosa, Granada vio el nacimiento (y deceso) de un puñado de iniciativas editoriales amparadas por nuestra muy querida, y nunca bien ponderada, alma mater.
La labor de indagación llevada a cabo por Fernando Guzmán Simón en las hemerotecas locales ha dado varios frutos previos, entre ellos el volumen Granada y laRevolución 70. Poetas y poéticas de la revista Poesía 70 (1968-1970), publicado por la editorial Comares, un adelanto y complemento del que hoy traemos a colación. De Tragaluz a Letras del Sur ofrece un recorrido exhaustivo, empero desenvuelto, de la historia y los planteamientos de unas revistas en las que se foguearon nombres decisivos del paisaje literario, andaluz y español, de la Democracia. El autor refiere unas reflexiones de Guillermo de Torre que devienen un rotundo brindis a la tarea realizada, en condiciones a veces penosas, por estas publicaciones: «La revista es vitrina y es cartel -escribía De Torre-. El libro ya es, en cierto modo, un ataúd. Quizá más duradero y perfecto, pero menos jugoso y vital. La revista es laboratorio de nuevas alquimias, o no es nada».
Una de estas vitrinas fue Tragaluz, cuyo número cero, a pesar de llevar la fecha de Mayo de 1968, salió realmente en diciembre de aquel año mítico. La revista arrancaba con un poema de Álvaro Salvador de título osado: Sacramento; el primer verso de éste era una rotunda declaración de intenciones: «Lo nuestro son los versos, compañeros», leemos en una pieza en la que trema un vivo deseo de ponerse en pie y plantar cara. Guzmán Simón nos recuerda que la sociedad del tardofranquismo «vivió de manera desigual los acontecimientos internacionales acaecidos en la Europa de 1968. En un sentido estricto, para que el Mayo parisino tuviera sociológicamente cierta repercusión en España debemos esperar a 1969». La respuesta del gobierno al movimiento estudiantil fue la esperada: se decretó el estado de sitio y se echó el cerrojo a las Universidades. Tragaluz llegaría a sacar sólo tres números más, en donde despuntan las firmas de Elena Martín Vivaldi, Rafael Guillén, Antonio Carvajal, Pablo del Águila o Joaquín Sabina. A algunos quizás les parezca parca cosecha; en vista de los vientos en contra, lo milagroso es que la siembra echara raíces.
La revista Ka-Meh -que apareció en otra encrucijada determinante, 1975- tuvo una vida aún más azarosa y precaria. «Su primer número era una edición semi-clandestina, mecanografiada y grapada, más parecida a un pasquín repartido en la calle que a una meditada revista cultural», explica Guzmán Simón. Tras Ka-Meh estaban dos miembros de la célula «Antonio Gramsci», José Carlos Rosales y Justo Navarro. El siguiente (y último) número tendría que esperar dos años, hasta el verano de 1977, y se consagró casi por entero a la traducción del Manifiesto comunista en verso de Bertolt Brecht, que demuestra cuánto y cuán rápido estaban cambiando las cosas. Aquel número se cerraba con el anuncio de otro que no vería la luz. Letras del Sur cubriría temporalmente ese hueco permanentemente vacante. Amparada por el Secretariado de Extensión Cultural de nuestra Universidad, Letras del Sur apareció a principios de 1978 para ocuparse «de la recuperación de la literatura comprometida de la República a las revoluciones inconclusas (del Mayo del 68, la literatura andaluza y la revolución sexual)». Su nómina de firmas no tiene desperdicio: Juan Carlos Rodríguez, Javier Egea, José Gutiérrez, Juan de Loxa, Fanny Rubio… Los problemas de financiación y la nula rentabilidad no tardaron en llevársela por delante.
La importancia de estas empresas está fuera de discusión. En una España franquista huérfana de Franco, estas publicaciones acometieron una labor urgente de revisión y recuperación de la obra de cuantos fueron represaliados, hundidos o negados por la dictadura. Aparte de tan encomiable labor crítica, dichas revistas contribuirían a la creación de un canon poético de alcance nacional, así como a la consolidación de una trama editorial que, en Andalucía, todavía hoy no acaba de ser lo recia que quisiéramos. El azar no ha lugar; sus responsables tenían las ideas muy claras. Lo que no podían saber, pues no estaba a su alcance saberlo, es que de una revista a otra trazaron una parábola melancólica desde el entusiasmo de aquel Mayo del 68, en el que todo parecía posible, a un desencanto que no ha hecho sino crecer y crecer en los últimos años.