Inicio / Historico

Un saludo andaluz para Juan Ma Bandrés

– Un saludo andaluz para Juan Ma Bandrés
ANTONIO FERNÁNDEZ-CANO/UNIVERSIDAD DE GRANADA

Soy Antonio Fernández Cano. Nací y viví, hasta los 26 años, en la ciudad de Purchena, provincia de Almería. Hoy, tengo 54 años y trabajo como profesor en la Universidad de Granada.

Estos días, que visito San Sebastián, por motivos de un congreso, quisiera decir unas palabras sobre el primer vasco que conocí: don Juan María Bandrés Molet.

En la Nochebuena de 1968, fuerzas del orden público trajeron al pueblo de Purchena, una localidad de apenas 3.000 habitantes, a este hombre, deportado político durante un estado de excepción y defensor de activistas por las libertades en el pasado régimen. Pocos días después, se le veía, entonces enjuto, barbudo y vestido con un traje marrón, camisa blanca y sin corbata, pasear silencioso y solitario hasta el límite municipal, que no debía traspasar. En el pueblo terminaron llamándolo don Juan, nada de María.

A mi abuela, Dolores, le oí decir que su marido, mi abuelo Antonio, había hecho relación con aquel preso. Mi abuelo, después de sus faenas en el campo, se acicalaba, cenaba y se iba de trasnoche a un bar, que llamaban el casino. Tuvieron que contactar allí estas dos personas tan afables. Después me contaron que jugaban al tute, tomaban infusiones de manzanilla con un chorreón de anís o palomicas (también anís, pero muy rebajado con agua). Y charlaban. Un día mi abuelo comentó algo así como:

-Es un hombre importante. Abogado. Anda metido en política.

Juan Mari tenía algo de torero. Les cuento. Una tarde, un vecino me pidió que llevara de reata a abrevar una vaquilla. Avanzados unos metros, el animal debió barruntar dónde iba y llevado de la sed, salió tan corriendo que no pude sujetarla. Cerca ya del pilar, y el bicho suelto y a galope tendido, doblando una esquina aparece don Juan. Yo grité para mí: «El vasco. Lo atropella». Él, rápidamente, se quitó dando un paso atrás y el animal le pasó rozando, manteniéndose impertérrito. Al llegar a su altura, aún corría yo tras la huida vaca y, al ver su mirada indagadora, sólo pude decirle:

-Se mha escapao.

Seguí viéndolo pasear, alguna vez que otra, cuando iba a la fragua a estar con sus amigos los herreros. Yo, un atolondrado jovenzuelo, me sentía culpable por el incidente y sin ánimo para disculparme.

Juan Mari pasó aquel invierno entre nosotros. Vio por primera vez florecer los almendros, en una primavera almeriense siempre temprana. Pronto y afortunadamente para él, nos abandonó; pero dejó un reguero de amigos y conocidos, que llegaron a apreciarlo, y que con su serena figura les había hecho considerar que aquella dictadura era vulnerable.

Partió de Purchena. Mi abuelo ya no hablaría con él de sus andanzas en América a principios de siglo. Creo que el padre de Bandrés fue un indiano, emigrante como mi abuelo. Con su controlador, Urán, que le distribuía el correo, y regentaba el casino donde nuestro hombre comía y casi hacía vida, terminó adquiriendo un especial relación; quizás debido a la sencilla pero sabrosa cocina local, de papas fritas a lo pobre, huevos estrellados y fritada purchenera, que preparaba Mariquita, la esposa de Urán, y que a Juan Marí tanto le gustaba y tanto les celebraba.

Vinieron mejores tiempos. Su trayectoria de ejemplar demócrata fue seguida y admirada respetuosamente. Urán, conocedor del afecto que unió a Bandrés con mi abuelo, después, siempre me decía:

-Niño, tú que viajas por ahí, cuando vayas a San Sebastián, saluda de mi parte a mi amigo Juan María Bandrés.

Yo, ahora que estoy por aquí, Juan Mari, quiero saludarte, darte recuerdos de mi pueblo y el tuyo, Purchena, de sus gentes, que te animan en tu cruel enfermedad. Quisiéramos hacerte saber que, no sólo por el parque que lleva tu nombre, estás siempre en la memoria de los que te conocimos, y llegamos a apreciarte como un vasco de bien. Y, con casi cuarenta años de retraso, te pido perdón por lo de la vaquilla.
Descargar