La acequia de Aynadamar, probablemente la primera acequia de Granada, era a la vez urbana y rural, pues desde el mediodía a la puesta de sol regaba los campos, tanto de Víznar como de los pagos que pertenecían a Granada en el área septentrional, y durante la noche el agua entraba en la ciudad y regaba los aljibes hasta el alba, según la profesora e investigadora de la Universidad de Granada Carmen Trillo San José, autora del estudio preliminar del libro de Miguel Garrido Atienza “Las aguas del Albaicín y la Alcazaba”, publicado en 1902 y ahora reimpreso en la colección “Archivum” de la Editorial Universidad de Granada.
Carmen Trillo relaciona, en su estudio, el suministro de agua que llegaba al Albaicín y la Alcazaba a través de la acequia de Aynadamar, con la histografía actual sobre el regadío de Al-Andalus. Para ello, la investigadora explica cómo el regadío, al contrario que hicieron los romanos, cuyas obras de ingeniería hidráulica se construían para abastecer las ciudades, dado que sus cultivos -especialmente vid, cereal y olivo- estaban adaptados al clima mediterráneo; llega a la Península Ibérica con los árabes, con el cultivo de plantas que procedían de climas tropicales y subtropicales y requerían unas condiciones especiales de calor y humedad. “En Al-Andalus –dice Carmen Trillo–, la estación más cálida, el verano, coincidía con la más seca, por lo que las nuevas especies botánicas tuvieron que ser adaptadas mediante la irrigación.”
La acequia de Aynadamar, con nacimiento en Alfacar, tenía un recorrido rural y otro urbano. Regaba Víznar y los pagos de Fargue, Mora, Almachachir, Aynadamar y Mafrox. En estos pagos había propiedades que, según el Apeo de 1575, eran en sumayoría cármenes, de los cuales algunos de ellos tenían agua en propiedad.
Según un pleito de 1523, si los regantes necesitaban más agua podían adquirirla una vez que los aljibes del Albaicín estuviesen llenos. Desde el alba, hasta que rayaba el sol, tenían derecho a riego unos pagos alejados de la madina. “Y desde el amanecer a mediodía –asegura la profesora Carmen Trillo–, el agua regaba las huertas más inmediatas a la muralla y también las del interior de los barrios del Albaicín y la Alcazaba.” Luego, entre la hora central del día y la primera de la tarde –a la que los cristianos llamaban vísperas, y que según el Apeo eran las 2 horas), “parece probable –dice la profesora Carmen Trillo–, que el agua se vendiera a quien la requiriese y se destinara lo obtenido con ello a la reparación de los adarves de la ciudad, así como tal vez al mantenimiento de la acequia.”
Carmen Trillo afirma que hay una coincidencia entre el comienzo y el final de las tandas y los rezos islámicos. “La simultaneidad entre turnos y oraciones islámicas –afirma la profesora de la Universidad de Granada–, se debía a que la manera normal de jalonar la jornada para el desarrollo de las distintas tareas diarias era la llamada del almuédano desde el alminar de la mezquita, lo mismo que lo eran las campanas de la iglesia en el mundo medieval cristiano”.
Existía, pues, tal relación entre rezar y regar que, por ejemplo, “durante la mañana del viernes, el agua de la acequia no se destinaba a la irrigación –asegura Carmen Trillo–, que hubiera hecho necesario el trabajo de los campesinos, sino a llenar los aljibes y las tinajas de las casas debido a que los musulmanes se encontraban en la mezquita celebrando la oración principal del día festivo por excelencia”.
Algunos historiadores coinciden, como es caso de Ibn al-Jatib, en el siglo XIV, y Mármol Carvajal en el XVI, en que Aynadamar era una zona ocupada por la aristocracia granadina. En este sentido, afirma la profesora Carmen Trillo: “Las descripciones de Ibn al-Jatib son mucho más elocuentes, señalando la existencia de palacios, suntuosas mansiones y florecientes jardines que pertenecían a los ricos nazaríes, algunos de los cuales habían sido agentes de la administración del Estado, como él mismo”.
Para la investigadora de la Universidad de Granada, “la organización del espacio de regadío definido por Aynadamar era seguramente el resultado del esfuerzo conjunto de una comunidad musulmana, la que habitó el barrio de la Alcazaba y, posteriormente, también del Albaicín. Ella era la auténtica propietaria del agua y quien estableció las normas para su utilización”.
Carmen Trillo San José
Departamento de Historia Medieval y Ciencias y
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