Magda Wassef, directora del Departamento de Cine del Instituto del Mundo Árabe y Delegada General de la Bienal de cine árabe de París, desgranó ante los alumnos del curso del Centro Mediterráneo Oriente Medio: cine, memoria e identidad las complejas relaciones entre el cine y Palestina desde una doble perspectiva: la de la cuestión Palestina en el cine europeo y la del cine realizado en Palestina por cineastas del país.
La guerra, telón de fondo
En 2002 Palestina hacía una estrepitosa entrada en el mundo del cine al obtener con la película Intervención Divina, del director Elia Soleiman, el Gran Premio del Jurado en Cannes. Tres años más tarde, en 2005, Paradise now, de Hany Abu Assad, se hace con dos importantes premios en el Festival de Cine de Berlín. Los precedentes de estos reconocimientos recibidos de la crítica internacional en el extranjero hay que buscarlos treinta años atrás, cuando Michel Khleifi presenta por primera vez películas palestinas en ante la crítica internacional y la cinematografía palestina empieza a despuntar entre la confusión y la guerra. En 1980, La memoria fértil de Khleifi podía verse en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes. En 1987, la película de ficción Bodas en Galilea obtenía el Gran Premio de la Crítica en Cannes y sendos galardones en los Festivales de Cartago (Túnez) y San Sebastián.
Estos premios revelan la contradicción histórica de un país sin apenas presencia en el panorama internacional que sin embargo se aferra con fuerza a su identidad en su producción cinematográfica. A través de historias muy personales y extraordinariamente humanas los cineastas palestinos narran las diversas formas que adopta la negación sistemática de su identidad y las catástrofes cotidianas de un territorio sometido a la ocupación. Las consecuencias de la creación del Estado de Israel, la expulsión de palestinos a campos de refugiados en su propia tierra, la convivencia con los colonos sionistas y la ominosa sombra del muro empañan como un amargo velo el trabajo de los directores palestinos.
En el transcurso de un conflicto que dura ya cincuenta años las armas evolucionan y adoptan las formas más diversas. Una de las más poderosas ha resultado ser la imagen con su terrible capacidad para formar estados de opinión que tan relevantes resultan en un enfrentamiento en el que, junto a las naciones en conflicto, participa toda la comunidad internacional incluidas las principales potencias. A través de estas imágenes el mundo ha descubierto Palestina, un país que ha entrado en todos los hogares y sobre el que la comunidad global se ha formado una idea. En un mundo globalizado en que los satélites saturan las cadenas con toneladas de imágenes dirigidas a crear un estado de opinión forjarse una idea crítica e independiente de las principales cuestiones que se nos plantean no está al alcance de todos.
¿Es justa la imagen que recibimos de Palestina?
Hasta la victoria
En los años 70 una corriente de simpatía por Palestina sacude a jóvenes progresistas de todo el mundo. Es en esta época cuando comienzan a realizarse películas sobre la situación del país de difusión restringida dirigidas principalmente a grupos reducidos de simpatizantes convencidos.
Las películas estaban abiertamente rodadas al servicio de una causa política muy concreta; la cámara se emplea como arma de propaganda y persuasión.
Esta corriente alcanza su punto álgido en 1976 con Hasta la victoria, de Jean-Luc Godard, película que protagoniza un cambio decisivo: la visión de la cuestión palestina en el cine ya nunca volvería a ser igual. La película recogía las sesiones de entrenamiento militar y la vida cotidiana de un campo de refugiados palestinos en Jordania. Mientras Godard montaba las tomas en París, el ejército jordano masacraba el campo. Hasta la victoria alcanzó una enorme repercusión y contribuyó en gran medida a sensibilizar a la sociedad europea acerca de este conflicto.
Los 80 son la década de la ficción, el exceso de información banaliza las imágenes que llegan sobre la lucha y el cine vuelva su mirada nuevamente al gran público, aguduzando los desencuentros entre las historias que transmite el cine y la historia oficial. La gran producción de este período es Hanna K (1983), de Costa-Gavras, en la que el director adopta una postura inédita ante lo palestino y defiende su derecho a vivir en su tierra: en ella un joven palestino infiltrado de forma clandestina en Israel es defendido en un juicio por una abogada judío-israelí. El film es una invitación al espectador a reflexionar por sí mismo: el protagonista es un joven de aspecto agradable, rubio, con ojos azules, muy alejado del estereotipo de terrorista árabe que ofrecen numerosas producciones norteamericanas.
Costa-Gavras se vio obligado a retirar la película, que incomodó a gran parte de la opinión pública, para continuar su carrera en Estados Unidos.
«Hasta la victoria, de Godard, recogía la vida cotidiana de un campo de refugiados palestinos que más tarde fue masacrado por el ejército jordano.»
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«En Hanna K, de Costa-Gavras, el protagonista es un joven de aspecto agradable muy alejado del estereotipo de terrorista árabe que ofrecen numerosas producciones norteamericanas.»