La princesa Nazili inauguró en la década de 1880 el conocido como “Salón de la Princesa”, lugar donde se daban cita intelectuales, políticos y artistas de la época. Fruto de estas actividades sería el libro publicado por uno de los contertulios de estas reuniones, Qasim Amin, que lleva por título “La liberación de la mujer”, y fue publicado en 1899.
La aristócrata y princesa egipcia, que era hija de Mustafà Fadil –conocido por su liberalismo constitucional, así como por su biblioteca privada, verdadero núcleo de la actual Biblioteca General de El Cairo– dominaba varias lenguas y brillaba con luz propia, aunque era consorte de un ministro del gobierno otomano, embajador en varias capitales europeas.
Con el fin del periodo constitucional y el endurecimiento de la política absolutista y panislamista otomana del Sultán, la princesa Nazili bint Mustafà Fadil, se mostró abiertamente contraria a la política del Sultán, a la persecución de los armenios sublevados a favor de su autonomía, y a la guerra con Grecia en 1894.
Todas estas razones la movieron a la princesa Nazili a enviar una carta a su Majestad, cuya traducción ofrece ahora la profesora Maribel Lázaro Durán, del Departamento de Estudios Semíticos de la Universidad de Granada.
En la carta, Nazili responde al “enfado” del temible Sultán ´Abd al-HamidII con la princesa por haber asistido al Congreso de la Joven Turquía celebrado en París, y, entre otras cosas, dice: “Su Magnífica Excelencia recordará que cierto día dijo al difunto Jalil Pachá Sharif: Me gusta decir la verdad. El difunto me hizo llegar el mensaje real y, desde entonces, ambos prometimos a Dios no desviarnos de la verdad. Hace mucho tiempo leí lo que este Congreso publicó, y me informé de los escritos que elevaba a su Alteza imperial. Y dado que estos documentos describían la destrucción en la que se encontraban los reinos imperiales conforme a la verdad, me pareció oportuno asistir a sus Jornadas a ni llegada a París.
Allí observé en todos el máximo cariño y lealtad hacia la posición Real, la patria y la nación. Vi a todos lamentarse por la situación de la patria, al borde de la extinción. Aquello me enfureció, y me hizo recordar que a su Excelencia le gustaba decir la verdad. Pensé que, tal vez para nuestra desgracia, su Excelencia había olvidado aquel gusto a decir la verdad. Fue entonces cuando la promesa que yo hice a Dios sacudió mis entrañas, y llegué a la conclusión de que si el amor a la verdad desaparece, el compromiso no. Este permanece.”
Referencia:
Profesora Maribel Lázaro Durán. Departamento de Estudios Semíticos
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