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De Málaga a Aranjuez

– De Málaga a Aranjuez

SE queja Enrique Rúspoli, descendiente de Manuel Godoy, valido de Carlos IV, del ensañamiento hacia ciertos personajes históricos a los que se hace cargar con las culpas de los males de toda una época. A Godoy se le acusó de corrupción, de manipulación total de los monarcas, de adulterio con la reina y de dar entrada a Napoleón y a los franceses: no todo fue mentira, pero la calumnia se fomentaba con fuerza desde la camarilla del nefasto Fernando VII, que ansiaba reinar.

Los libros de historia solían pintar con negras tintas al Conde Duque de Olivares hasta que llegó la revisión del historiador John Elliott. A Godoy no le ha llegado la hora de la rehabilitación, aunque una revisión parece necesaria. La Universidad de Granada ha publicado un estudio que desmonta la leyenda negra de la reina María Luisa y el propio Rúspoli ha reeditado las Memorias que Godoy escribió en su exilio y que fueron elogiadas por Blanco White o Larra. A dos días del bicentenario del Motín de Aranjuez, apenas se recuerda que con él se culmina la Ilustración en España y que protegió -a pesar de los periodos de desencuentros- a escritores y artistas. La distorsión en el balance de la época afecta también a una paisana nuestra, la dramaturga María Rosa de Gálvez, protegida de Godoy y descuartizada después por los prejuicios misóginos y antifranceses. Por eso tuvo algo de justicia poética el gesto de recordarla en Aranjuez el pasado 11 de marzo, en una atmósfera de rememoración del Motín como símbolo melancólico del final de una época de posibilidades europeas para España. El Instituto Municipal del Libro de Málaga y el Aula de Poesía de Aranjuez colaboraron en un acto literario y musical que evocaba la productiva estancia de la malagueña en sus jardines y palacios: «En tu elogio, Aranjuez, se oirán en tanto/ los olvidados ecos de mi lira/sin que la vanidad mueva mi canto/ pues es la gratitud la que me inspira». Fue su refugio: «Vuestra belleza/ mi corazón llenando de dulzuras/ ha cambiado en placeres mi tristeza».

Se fue Napoleón y llegaron las deseadas caenas. Pero antes, con Jovellanos, la Gálvez o Moratín, había crecido un sincero deseo de construir una España ilustrada, limpia de supersticiones y oscurantismos, partícipe de los logros de ciencia y la razón. «Razón y verdad nunca envejecen», escribió Godoy en sus Memorias. Ciertamente no; pero a veces duermen un largo letargo como bellas durmientes inoperantes y acarreadas. A todos nos concierne la tarea de despertarlas.
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