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La risa también tiene una cara triste

La risa también tiene una cara triste

La humanidad recurre a la risa como el mejor antídoto contra las penas, e incluso hay quien pretende aplicarla como terapia. Pero lejos del aspecto folclórico, la risa tiene su miga científica. Recientemente, un estudio probaba que los simios son capaces de reír, lo que traza para esta forma de expresión un historial evolutivo de al menos 10 millones de años. Para abordar los aspectos científicos de la risa, investigadores de todo el mundo se han reunido en Granada en la novena edición de la Escuela de Verano y Simposio Internacional del Humor y la Risa: Teoría, Investigación y Aplicaciones.

Los científicos revelan que la risa, como otras facetas humanas, también es susceptible de trastornos. Una parte del simposio estuvo dedicada a la gelotofobia, una patología que explicó a Público Hugo Carretero, profesor de la Universidad de Granada y coordinador local del congreso: «No es tanto un trastorno sino una fobia a la risa que provoca aislamiento social y depresiones. Suele manifestarse por igual en hombres y mujeres y al comienzo de la etapa adulta», agregó. Según Carretero, «ahora toca estudiar los correlatos y, a pesar de que estamos todavía en pañales, ya se han analizado algunos de ellos, como los problemas de autoestima, el estado de ánimo negativo, el miedo intenso a la evaluación del otro o el aislamiento social».
Los chistes sexistas inducen a la tolerancia hacia el maltrato a mujeres
Adicción al ridículo

Si reciente es el descubrimiento de la gelotofobia, más lo es el de la gelotofilia, sobre la que sólo hay cinco estudios en el mundo. «Existe un patrón de personas que disfrutan con que se rían de ellos. Se exponen voluntariamente al ridículo y buscan ser denigrados», señaló Willibald Ruch, de la Universidad de Zurich. «La extroversión, la búsqueda de sensaciones y aunque aún es una hipótesis el aprendizaje son correlatos asociados a la gelotofilia», añadió Ruch.

Una escala de medición de este trastorno ya se ha aplicado a más de 1.000 personas. «Los expusimos a situaciones de muy diversa naturaleza y comprobamos que, hasta ante las más desagradables, respondían con una sonrisa. Por tanto, para que no se rían tiene que darse un caso de intensidad muy alta y negativa», remarcó Ruch. Ahora, según el científico, las líneas de investigación apuntan a la relación del fenómeno con la salud y las diferencias entre culturas.
El humor puede ser muy competitivo, y a veces genera aislamiento social

En el encuentro también se puso sobre la mesa que no todos los tipos de humor son beneficiosos para la salud y que los chistes sexistas favorecen los mecanismos mentales que incitan al maltrato hacia las mujeres. Esta última conclusión surgió de un experimento en el que se mostraron chistes machistas a un centenar de universitarios varones. A continuación, se les plantearon escenarios con distintos casos de agresiones a mujeres y se demostró, según Mónica Romero, directora del proyecto, «que quienes habían escuchado chistes machistas eran más tolerantes con la agresión a las mujeres que quienes no».

En un enfoque distinto, Beatrice Priego-Valverde, de la Universidad francesa de la Provenza, presentó un trabajo de análisis lingüístico del humor. Con un grupo de voluntarios, estudió el discurso humorístico en las conversaciones espontáneas cotidianas. Tras un análisis de 33 horas de conversación, concluyó que «el humor es positivo porque facilita la comunicación entre sujetos, sirve para romper el hielo y aproxima a las personas, pero también tiene su parte de sombra, pues es muy competitivo, a veces no surte el efecto deseado y genera aislamiento».
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