Andrés Sopeña Monsalve/Escritor y catedrático de la Facultad de Derecho de Granada
Una tesis del franquismo sostenía que había que liberar a la mujer del trabajo de las fábricas y de las empresas y reducirlas a su verdadera dimensión: la de esposas y madres
PILAR J. BAENA• Guadix
El pasado 23 de febrero, Andrés Sopeña Monsalve, autor de El florido pensil, ofreció en el Aula Abentofail una conferencia sobre la obra de Jan van Eyck Los esposos Arnolfini. Este madrileño afincado en Granada, aparte de escritor es también profesor de derecho en la Universidad de Granada. Su humor amable e irónico, nunca sarcástico, no sólo aparece en sus obras sino también en su conversación.
¿Qué te ha parecido el resultado final de la película basada en tu libro, El florido pensil”?
Pues no me ha convencido del todo. La película no acaba de captar lo que yo quería decir, ha quedado en una especie de aventura infantil. Yo tenía un hilo conductor y una intención que no ha salido reflejada.
En La morena de la copla habla de la influencia de la iglesia en la mentalidad social con respecto a la mujer ¿realmente fue tan importante?
Influyó tanto o más. La incidencia de la visión nacional-católica de la educación de la mujer cayó sobre una sociedad mucho más moderna de lo que podemos imaginar. En revistas como La Esfera, de 1920, se ven playas con mujeres en bañador. Para muchas mujeres fue un auténtico retroceso, no sólo un freno a su progreso, entre otras cosas porque una tesis del franquismo, que encubría evidentemente otros intereses, sostenía que había que liberar a la mujer del trabajo de las fábricas y de las empresas y reducirlas a su verdadera dimensión, la de esposas y madres, lo que venía a querer decir: no hay trabajo para todos, vayamos a tonterías. Pero el franquismo encubrió muchísimas de sus carencias; convirtió aparentemente en positivo mensajes reaccionarios. El más grave fue este de encerrar a las mujeres en el hogar que luego la iglesia remachó con una intensidad y una virulencia feroz. La iglesia es muy responsable de, por ejemplo, los malos tratos, porque en aquella época había que hacer lo que decía el cura, y te lo demuestro en cientos de libros de educación sentimental. Cuando una mujer llegaba y le decía padre no puedo más, que me pega mi marido…, los curas respondían: aguanta hija mía, aguanta. Amar es soportar y ese era el mismo cura que luego le echaba el responso cuando el tío la mataba. Se quedaba en la gloria. La propia familia estaba educada en unos términos en que si la mujer iba y contaba que el marido le pegaba, la censuraban y le decían que su sitio era su casa, y que no dijera tonterías. La socialización no ha sido sólo la del hombre en el machismo sino la de la mujer en su condición. Ahora mismo, en mi opinión, el principal enemigo del progreso de la mujer es la propia mujer. Aunque hay también una partida de canallas que habría que encerrarlos y tirar la llave.
¿Qué pensaría su personaje de El florido pensil, Don Secundino, de este mundo de hoy?
Es real y vive todavía, tendrá unos noventa y tantos años. Si me pillara ahora me daba un bastonazo y se quedaba en la gloria. Don Secundino, el cura que nos aterrorizaba, era arquetípico, pero real. Montaba unos pollos de mucho cuidado en la iglesia de Santa María de Granada. En la misa de una había unos llenos impresionantes. Iban exclusivamente para oír la homilía, porque era un espectáculo. La historia que cuento en el libro es literalmente mi recuerdo de la bronca que le echaba a las mujeres: ¡eeeesaaaas mujeeeeeres!- y temblaba la iglesia románica- sin velo, con las mangas por los codos, ¡ya vendréis a confesaros, ya! esas mujeres que fuman, ¡marimachos, que sois unos marimachos! y la gente estaba muy contenta porque pasaban olímpicamente de todo.
El personaje de comic del que era usted guionista luchaba contra el sistema educativo ¿Qué opina del sistema educativo actual?
Yo pondría una selectividad para la universidad. Una decente, no estas pruebas que aprueban el noventa y tantos por ciento. Si pusiéramos unos criterios de entrada a la universidad con un nivel mejor, de manera que los alumnos se enterasen de las clases, entraría menos gente. El sistema educativo iría reaccionando oye que, como no lo hagamos mejor, no entran; y si vuelve la reválida o alguna forma de este tipo en secundaria dirían los de primaria: oye, que como no lo hagamos mejor no pasan y así sucesivamente. Y la gente se iría seleccionando desde el comienzo. Pero esto de llegar a la universidad y que todos los profesores tengamos la experiencia de que hemos disminuido el nivel terminológico a límites realmente bochornosos… es decir, si yo comparo una clase mía de hace quince años, con la misma clase hoy, seguro que me pondría rojo de vergüenza viendo cómo he bajado la terminología en aras de ser comprendido. Pero es que tampoco es su culpa, hay otros factores culpables de esto, como la televisión. Una televisión es mala cuando sustituye cualquier otro tipo de estímulo como la lectura, el juego con el grupo de iguales o una conversación familiar. Está creando unas personas que tienen por definición una mentalidad diferente, curiosamente hasta una estructura mental distinta.
¿El fascismo es una pulsión latente?
El fascismo está implícito en la naturaleza humana. El ser humano cuando nace es fascista, es una persona que reclama toda la atención y si no se la das llora como un becerro. Seguiría así el resto de la existencia de no ser porque la convivencia exige que frene su deseo de dominar y controlar a los demás. Esa pulsión del fascismo no la pierde todo el mundo. No hay nadie diferente, teniendo en cuenta la cantidad de circunstancias que nos unen como cinco dedos en cada mano, un par de ojos, la nariz, el pelo, y de pronto por el mero color ya se es diferente. Pues me siento más diferente de un vecino fascista que de un negro de Abisinia, sinceramente. De todas maneras el fascismo tiene un componente de miedo. Cuando el miedo es exacerbado el fascismo surge, precisamente porque es una fórmula de miedo. Es la clave para comprender el fascismo.
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