José María Castillo nació en la Puebla de D. Fadrique, por el año 1929, pero creció y estudio en Granada, su ciudad, donde mañana (13 de Mayo del 2011) será Investido Doctor Honoris Causa por su Universidad. Ha sido y es teólogo y pensador católico. Ha sido catedrático de la Facultad de Teología de Granada y profesor invitado de otras universidades, como la Gregoriana de Roma y la UCA de El Salvador. Ha pertenecido a la Compañía de Jesús hasta el año 2007, en que se ha retirado a la vida secular cristiana, para investigar y publicar en libertad sobre temas de teología y pensamiento.
Los superiores jerárquicos de la Facultad de Teología de Granada le “expulsaron” del claustro de profesores el año 1988, condenándole a vivir en un exilio que él ha transformado en “reino” de humanidad y espacio abierto de pensamiento cristiano. Mañana, cerrando ese ciclo de expulsión, la Universidad de Granada, que es quizá la máxima institución educativa e investigadora de Andalucía, una de las más importantes de España, quiere recibirle en el grupo selecto de sus Doctores HC, ratificando así su labor intelectual al servicio de la verdad.
Evidentemente, no se trata de revancha, pues la Universidad de Granada no ofrece máximo grado por razones reactivas, sino la obra intelectual del nuevo doctorando. Si J. M. Castillo será mañana Doctor H.C por Granada es porque se lo merece, y porque así lo han juzgado y decidido los responsables de la universidad, con su buen criterio. Pero nosotros, sus amigos, nos alegramos pensando que se trata de un reconocimiento civil (humano) que sirve para confirmar lo que ha sido una vida dedicada al trabajo intelectual, un gesto que resarce y cura, de algún modo, la herida que un día le hicieron, allí muy cerca, en el mismo “campus” de la Cartuja de Granada, al expulsarle de la academia teológica.
Un recuerdo personal
En ese contexto quiero recordar un elemento de su vida por su valor de signo dentro del pensamiento cristiano. El año 2007, Castillo decidió retomar su vida de cristiano fuera de las instituciones clericales, para asumir (y culminar) mejor su trayectoria al servicio de la misma Iglesia que le había expulsado de su claustro teológico. Fue decisión largamente preparada y madurada desde el año 1988, cuando las autoridades de la Iglesia (a través del entonces Arzobispo de Granada, hoy Cardenal Prefecto de la Congregación de Ritos, D. Antonio Cañizares) le retiraron le venia docendi (licencia eclesiástica para enseñar) en la Facultad de Teología de Granada, por su forma de entender la teología como ciencia de la fe, por su manera de entender y exponer la libertad cristiana y, de un modo especial, por la importancia que daba a la autonomía de los creyentes.
Fue un acontecimiento triste, y así lo recuerdo, aquel año 1988, cuando se estaban apagando los ecos del Vaticano II, y cuando J. M. Castillo se encontraba ya próximo a su jubilación académica, mientras enseñaba, además, temas de especialidad donde, en un contexto universitario, se supone que resulta esencial la libertad de pensamiento, desde una base común de cristianismo. Fue una decisión poco sensata la de aquellos que le expulsaron, pues los que habíamos seguido su trayectoria conocíamos bien su honestidad intelectual y, sobre todo, la función que había realizado como animador de vida para cientos de cristianos, en cercanía humana y en responsabilidad universitaria. Fue una decisión muy triste para el Prof. J. M. Castillo, a quien sus amigos vimos sufrir intensamente (¡tan intensamente!), sin poder hacer otra que darle la mano de la solidaridad humana, intelectual, cristiana.
Desde aquel momento, a lo largo de casi un cuarto de siglo, la vida de J. M. Castillo ha estado marcada por la “persecución” cada vez más intensa de una jerarquía, deseosa de mantener un orden jerárquico y la obediencia ciega en el campo de la teología y vida de la iglesia, sin lugar para la investigación real y el pensamiento. Pero él ha seguido fiel a su trayectoria de universitario y de pensador cristiano, al servicio de la verdad del evangelio y de la libertad, promoviendo siempre espacios de crítica constructiva.
Por eso ha decidido centrarse en lo esencial, que es la vida común de los cristianos, creyente y pensador, sin afiliarse a ninguna Congregación ni diócesis especial, dentro de la Iglesia Católica, a la que sigue perteneciendo. Desde ese fondo común de la Iglesia, él sigue colaborando en el surgimiento y en la dirección de comunidades populares, de tipo participativo y evangélico.
Cuatro claves de una teología
En esa línea ha insistido (e insiste) en el carácter experiencial y fraterno de la vida cristiana, destacado la importancia de temas como la libertad y la felicidad, la búsqueda interior (personal) y el carácter gratuito y responsable de la pertenencia eclesial, poniendo siempre de relieve la exigencia de la verdad (es decir, la transparencia) y la justicia. Don J. M. Castillo es un pensador inserto en la vida concreta y en las tareas de la libertad, desde una perspectiva abierta a los valores de la cultura comunitaria, dentro de una modernidad que ha de encontrar su savia en los valores radicales de lo humano. Ésta son las cuatro ideas madre de su pensamiento:
1. Alternativa. Según J. M.Castillo, el cristianismo no es un sistema social ni intelectual cerrado, sino una «alternativa» de humanidad y de Reino de Dios, en clave de conversión. Es un cambio de paradigma, la eclosión de orden nuevo de realidad, que se expresa en el mensaje y en la vida de Jesús. Al servicio de esa «alternativa» quiso situar su vida y pensamiento.
2. Comunidad. La segunda clave del pensamiento y de la praxis de J. M. Castillo ha sido la experiencia y teoría de la Gran Comunidad Cristiana (Iglesia), hecha de comunidades de creyentes liberados y autónomos que asumen el mensaje y que lo experimentan y expresan en su vida. Frente a un tipo de sociedad perfecta, organizada desde arriba, con criterios jerárquicos de tipo más ontológico que evangélico, él quiso poner en marcha unas comunidades autogestionadas, en comunión y amor mutuo, al servicio de la transformación personal y social de los creyentes, en clave de libertad y alegría, de Reino de Dios.
3. Libertad. J. M.Castillo ha sido siempre hombre de Iglesia, en en sentido clásico del término, formado en el pensamiento de F. Suárez; pero, al mismo tiempo, por convencimiento personal y por exigencia cristiana, ha vivido inmerso en la tarea de la modernidad, que consiste en descubrir y desplegar las claves de una libertad, que se funda en el mismo y que recibe un impulso esencial desde el evangelio. Esa libertad no es un medio al servicio de otra cosa, sino el humus y clave humana de la vida, la verdad del cristianismo, que puede abrirse, sin imposición, pero a modo de fuerte fermento de vida, en el conjunto de la humanidad, a cuyo servicio ha de ponerse.
4. Alegría. Los tres elementos anterior culminan en una experiencia y tarea esencial de alegría, es decir, de reconocimiento del valor de la vida humana, siempre que se funde en la alternativa real del Reino de Dios, de la libertad y la justicia. El final o meta de su pensamiento no es la pura justicia abstracta, ni un tipo de libertad cerrada, sino la Gran Alegría del Reino de Dios, que Cristo vino a proclamar e iniciar con sus bienaventuranzas, un Reino que ha de empezar aquí, como supo y quiso Jesús de Nazaret cuando subió a Jerusalén para proclamarlo, como alternativa del Dios de la Vida.
Desde esas cuatro claves ha escrito J. M. Castillo un curso de teología completa para Comunidades cristianas, que se ha propagado de muchas formas en España e Iberoamérica. Entre sus obras se cuentan, además, otras como: Oración y existencia cristiana (Salamanca 1969), la alternativa cristiana (Salamanca 1975), El discernimiento cristiano (Salamanca 1981), El Proyecto de Jesús (Salamanca 1998), Símbolos de libertad: teología de los sacramentos (Salamanca 2001), Dios y nuestra felicidad (Bilbao 2001); La ética de Cristo (3005); Iglesia y sociedad en España (Bilbao 2005); Espiritualidad para insatisfechos (Madrid 2007).
Conclusión y saludo
Un día no tan lejano (el 1988), Mons. Antonio Cañizares y otros, en nombre del miedo a la libertad y de la estrechez de un pensamiento cerrado en sí mismo, declararon que no podía enseñar en la Facultad de Teología de Granada, su ciudad, echándole del claustro universitario. Ahora, la Universidad de Granada, en nombre de una tarea de común de pensamiento, donde se vinculan filosofía y teología, cristianismo o modernidad, ha decidido nombrarle Doctor Honoris Causa, para agregarse de esa forma a su claustro de pensadores y docentes.
Como amigo lejano, desde la distancia física de una aldea de Salamanca (¡también fuera de la Universidad de la Iglesia!), pero muy cercano en la sintonía de una búsqueda racional y religiosa, universitaria y eclesial, de los valores de la vida, quiero saludarte en el día de tu fiesta, que es fiesta y doctorado Honoris Causa para todos los que seguimos cultivando la gozosa y exigente tarea del pensamiento.
Querido Pepe, vayan estas líneas saludo y abrazo como testimonio de solidaridad amiga. No podré estar mañana físicamente, por razones que sabes, pero en mente y corazón ahí me tienes. Y no olvides que esto debemos celebrarlo un día, porque tu fiesta y tu honor es mío, y el de otros muchos que creemos en el buen hacer universitario y personal de esa ciencia nuestra, que es la teología, dentro de la Iglesia Grande, comunidad de comunidades de creyentes libres, alegres, solidarios.
Tu amigo, Xabier Pikaza
Descargar