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Cuatro poetas españolas actuales

ESPAÑA.- ANA HIDALGO (1986, Almuñécar, Granada, España). Es licenciada en filología hispánica y, actualmente, becaria de investigación en el Departamento de Lingüística General y Teoría de la Literatura de la Universidad de Granada. En el 2010 la editorial Point des Lunettes publicó su poemario Hallar una hendidura.
Como contagio
Como contagio, como calma, la forma era forma hacia abajo, la forma era el peso de la forma, como alojamiento, como calma, como la capacidad de creer y de repente sentir dolor, la forma era la forma presionando la superficie sobre la que se extendía, la forma era la forma vertical y antepenúltima transmitiéndose en la superficie, la yuxtaposición del organismo, la calma, la enfermedad. A veces la ciencia médica y nuestros dos sexos, a veces lo sagrado, el olor, como observarte quieto y las sangres nivelándose, como participación, como calma, tu quietud y tu peso presionando la superficie sobre la que estabas quieto, tú siendo hacia abajo como alojamiento, como consecuencia, las sangres nivelándose, el inicio de la enfermedad, nuestra quietud, la forma. Porque no era sólo el ruego que cada dolor extendía, como la ciencia, como lo inmediato, como la postura que nuestros cuerpos adoptaban para estar sentados o nacidos, hacia abajo, la tensión vertical y antepenúltima de la quietud, lo que no podíamos comprender de la superficie, nuestros dos sexos, la súplica, los sedimentos, como calma, como contagio, como el rechazo al intento por no comprender.
Para que algo sucediera
Para que algo sucediera tenía que suceder dos veces, tenía que suceder doblemente, los sentidos como réplica y obsesión, la vida como simetría del cuerpo, la sexualidad como semejanza, para que algo sucediera tenía que suceder dos veces, tenía que suceder doblemente, la simetría del cuerpo, la representación. Tu concepción sería efectiva únicamente cuando te concibiera dos veces, tu concepción sería efectiva únicamente en la bifurcación de los actos, mirar con un hijo tu imperativo, mirar con el otro hijo mi rostro, la realidad de mi hijo y mi acto quedaría demostrada por la existencia del otro hijo, por la imitación y la demora del acto. La descendencia fue posible a través de la simetría del cuerpo, el nacimiento fue posible a través de la simetría del cuerpo, la fertilidad de la equivalencia, la fertilidad de la obsesión, dos piernas, dos pechos, dos brazos, dos pulmones, el pensamiento fue posible a través del supuesto de un doble, a través de la implicatura de un doble y la descendencia, dos pulmones y la representación. Un brazo justificó la existencia del otro brazo, un pulmón confirmó la realidad del otro pulmón, un hijo vio al otro hijo, un hijo nació del otro hijo, para que algo sucediera tenía que suceder dos veces, tenía que suceder doblemente, el regreso y la memoria, la estructura doble y obsesiva de la memoria, el miedo sagrado a la mutilación.
Supe que podía existir el dolor
Supe que podía existir el dolor y construí mi contorno. He trabajado para crear testimonio, para separar las generaciones, para la mentira. Supe que podía existir el dolor y construí mi contorno, supe que podías existir y que mi unidad sería necesaria para ello, sería necesaria para tu existencia, todos los nombres de los enemigos serían necesarios, la tasación del deseo, la cifra en las manos. Durante años he trabajado para la suficiencia de mi visión, para la invocación de todo lo que pudiera delatarme, el recorrido mínimo, la mentira. Supe que podías existir y si existías podía existir el dolor, podía existir la herida, el extrañamiento. Mi contorno era necesario, los nombres de los enemigos eran necesarios, era necesario para que tú pudieras existir, para que tú pudieras tocarme y herirme, y yo supe que tú podías existir, supe que podía existir el dolor y construí mi contorno, me construí. En la disolución, en el acto reflejo, tú no podías existir, y yo quería tu existencia, quería tu contacto, el dolor, el extrañamiento. Separé las generaciones y fui la mentira para que tú pudieras tocarme, para sentirte. He trabajado en el testimonio de la visión, el testimonio de la preferencia, para que tú lo desmoronaras, pronuncié los nombres de todos los enemigos para que tú me estremecieras. Supe que podía existir el dolor, supe que podías existir y propicié mi asombro, propicié el extrañamiento, el dolor y el desplazamiento del dolor, construí mi contorno.
(De Hallar una hendidura)
LAYLA MARTÍNEZ (Madrid, España, 1987) es licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y graduada en Sexología por la Universidad de Alcalá de Henares (Instituto de Ciencias Sexológicas INCISEX). En su primer poemario, El libro de la crueldad (LVR Ediciones, 2012), mezcla poemas en prosa con falsas biografías y poemas en verso. Ha realizado labores de edición, corrección y traducción para distintos fanzines y publicaciones alternativas y ha prologado distintos libros, entre ellos Estoy gritando (María Sotomayor, Canalla Ediciones, 2013) y Animales de Vidrio (Almudena Vega, Fundación Málaga, 2013). Algunos de sus textos y poemas han sido publicados en diferentes antologías, como Sangrantes (Origami, 2013), Negra Flama (CNT-Jaén, 2013) y Tus ramas/mis huesos (edición digital, 2013). Trabaja como redactora para distintas webs y revistas online y es la coordinadora de la sección de Actualidad del periódico de CNT, de distribución nacional. Además, colabora habitualmente con Culturamas, donde tiene una columna mensual de análisis político y donde publica reseñas de libros relacionados con esta temática. También realiza crítica literaria para el periódico Diagonal. Sobrevive como puede.
contacto: laylamartinezvicente@gmail.com
blog: http://vidadeperrxs.blogspot.com.es/
Las dos hermanas
I
Los alaridos anuncian a los bebedores de láudano como los cabellos flotantes anuncian a las muchachas ahogadas en domingo. Como los extraños montículos que crecen en los huertos anuncian la lenta descomposición del tejido cartilaginoso. El pelo de los muertos fermenta despacio, por eso las tumbas son cavadas en lugares silenciosos y los candiles no alumbran el fondo de los estanques. Por eso las canciones infantiles deben hablar de la pureza psíquica de la raza y las envenenadoras deben ser condenadas a sacar brillo de los botines de los ahorcados mientras aún están balanceándose. No os fiéis de los enterradores. Los enterradores caminan sobre los rostros de los durmientes pero no oyen su murmullo. El murmullo que anuncia la hora en la que las babosas serán domesticadas y las carniceras perderán sus empleos a manos de los afiladores de guillotinas. En cambio ellas, las dos hermanas que dormían en el mismo lecho, sí los oían. Oían cómo las llamaban a gritos desde debajo de la tierra y susurraban profecías que solo los insectos podían entender. Profecías que hablaban de los niños de mejillas sonrosadas que rociaban con ácido los bosques de maleza y bailaban con la boca llena de herbicida. De los ancianos ahorcados por hablar de la enfermedad demasiado alto. Por esconder cajas de cartón debajo de la cama durante la epidemia provocada por la envenenadora.
II
Desde su casa, las dos hermanas oían a las muchachas del pueblo cercano caer en la ciénaga y chapotear hasta ser tragadas por las aguas oscuras. Después la ciénaga escupía sus cuerpos y sus cabellos flotaban en el agua como flota el cabello de los ahogados. Entonces montaban en su barca y recogían los cuerpos de las muchachas, los cuerpos fríos y blandos que parecían paridos por el invierno. Los llevaban a la orilla y los arrastraban entre la maleza. La maleza siempre ha sido celosa y arañaba las piernas de las muchachas y masticaba sus dedos, pero las dos hermanas tiraban de ellas con fuerza. Las madres del pueblo cercano criaban a sus hijas en sótanos cerrados con llave, pero ellas se dejaban crecer las uñas para poder abrir las cerraduras. Después corrían como santas salvajes a punto de ser pisoteadas por los ciervos, como predicadores perversos que huyen de los afiladores de cuchillos. Pero la celosa maleza las empujaba a la ciénaga, donde chapoteaban hasta caer exhaustas.
III
Las dos hermanas quitaban las ropas a las muchachas ahogadas para arroparse con ellas por las noches, cortaban sus cabellos para tejer jerséis, arrancaban sus dientes para hacer jabón en el invierno. Después las enterraban bajo la tierra del huerto y regaban con el agua de los cabellos recién cortados los montículos palpitantes. Los montículos que cubrían a las muchachas que dormían con los ojos abiertos y murmuraban profecías con la boca llena del agua espesa de la ciénaga. La sangre que manaba de los arañazos hechos por la maleza y la lenta descomposición del tejido cartilaginoso bajo los montículos hacía que las plantas del huerto creciesen cada noche y diesen frutos extraños. Los ancianos que hablaban de la enfermedad en voz baja alumbraban los caminos con sus candiles, pero los tentáculos de las plantas avanzaban en silencio hacia el pueblo y los frutos de las plantas eran cada vez más grandes. Las dos hermanas oían los susurros procedentes del huerto de membranas, pero las durmientes hablaban con palabras extrañas que no podían entender. Con palabras que sonaban como los ruidos que hacen los insectos al caer la noche. Por eso ellas esperaban cogidas de la mano junto a los montículos palpitantes hasta que algún insecto aparecía a través de la tierra. Entonces lo atrapaban en un frasco de cristal y lo llevaban a casa. Después lo clavaban en la pared con un alfiler de su vestido.
IV
Los insectos movían una y otra vez sus pequeñas patas, pero no podían liberarse. Estaban atrapados como los sonámbulos que se amarran con correas para dormir, como los ancianos que alumbran la destrucción al borde de los caminos. Cuando caía la noche, los insectos clavados en la pared hablaban con las dos hermanas y les contaban los cuentos que habían oído bajo tierra a las muchachas ahogadas. Cuentos sobre adolescentes rapados al cero por instituciones que aplicaban con severidad los principios ilustrados de domesticación de monjas salvajes. Sobre suicidas que entraban en la muerte con las manos amputadas por el peso de los candiles. Sobre hermanos siameses unidos por las pestañas. Pero a veces los insectos sentían miedo y gritaban de terror en medio del cuento, y no podían acabarlo por mucho que las dos hermanas les clavasen más fuerte los alfileres. Entonces ellas se cogían de la mano y caminaban descalzas hasta la huerta. Allí desenterraban a las muchachas que dormían bajo los montículos para que les contasen el final del cuento, pero veían sus labios cubiertos de tierra y sus piernas cubiertas de sangre. La sangre de la que se alimentaban las plantas, que daban frutos dulces como las hojas de la adormidera y rojos como las bayas de los espinos. Las dos hermanas los devoraban con sus pequeños dientes ansiosos, pero no sangraban. No sabían que las que duermen en la cama de sus hermanas no pueden sangrar porque han conocido la pureza. No pueden sangrar pero pueden saciar su sed en el veneno de las enredaderas y calmar su hambre en los huertos de membranas. No pueden sangrar pero pueden escuchar a las muchachas durmientes, y las muchachas durmientes murmurarán profecías y les susurrarán nuestros nombres.
(Del poemario inédito Las canciones de los durmientes)
MARÍA SÁNCHEZ, también María Mercromina (Córdoba, España, 1989). Finaliza sus estudios de Veterinaria en la Universidad de Córdoba tras haber residido un año en Lisboa. Ha publicado poemas en revistas como oHjas Sueltass y GRUNDmagazine, en las plaquettes Deslengua-2 (El Alacrán Gafe) y Flechas de Atalanta 5 (colección coordinada por Luci Romero y Carolina Otero). Colabora en revistas y medios digitales como Koult. Ha participado en los ciclos de recitales Diversos, Noctámbulos y Poesía en los institutos, de Cosmopoética. Junto a R. A. Simione intervino en Extremeses con el videopoema Esto era crecer, y en la tercera edición del Festival Periscopia, con el videopoema Somos. Incluida en las antologías Sais (La Bella Varsovia, 2010) y Anónimos 2.0 de Cosmopoética; y en las antologías digitales Tenían veinte años y estaban locos (seleccionada por Luna Miguel), Birds’ poems y El porno combate la tristeza (ambas por María Ramos). Junto a Emily Roberts coordina la antología digital Ciudades esqueleto y con la ilustradora Raquel Boucher lleva el proyecto Hipocondrías.
http://unpezenmiboca.blogspot.com.es
Carta al padre
No manches la piel al desangrar el cordero si del error nace la belleza al pasar la aguja en el silencio se hace el grito hombres de sangre y tierra nunca lloran mejilla quemada de hacerle sombra la voz de la casa torciendo al limonero llamando a todas las liebres Casilda Padre que me quede como estoy no aguantaré como los puntos que se hacen en un estómago tampoco soy la enredadera que siempre pasa el invierno dime qué anoto ahora en este cuaderno si todos los pájaros no cantaron o se escondieron de lejos siempre un caballo tumbado se está muriendo yo no quiero que mi amor se muera yo quiero la levedad de los insectos el albero levantándose sigiloso la infancia que tuve un cuchillo en la garganta
De generación en generación
1
Una casa puede ser un desierto. Quién me observa desde una fotografía. Mis medias manchadas de desván. Lo que separa un cristal también es un abismo. Esos búhos tan vivos y tan muertos me ven como una presa demasiado fácil.
2
La bala de mi bisabuelo agrieta mi costado. Donde yo estoy llorando se esconde la mano que sujetó la muerte. Podría echarme al monte como él, pero ¿a quién he matado yo si soy la que sangra?
3
Con un injerto puedes hacer que árbol y fruto sean diferentes; basta una navaja y una venda. Pero el brazo del padre no manda en la cabeza del hijo. Guarda tu dolor y tus manos. Mi abuelo usaba la navaja. Yo vendaba la nueva carne. No olvides llorar para que la herida cicatrice.
LUNA MIGUEL (Madrid, España, 1990). Vive en Barcelona. Trabaja como asistente editorial y escribe para medios como S Moda, PlayGround y Barcelonés. Es autora de los libros de poesía Estar enfermo (La Bella Varsovia, 2010), Poetry is not dead (DVD, 2010 – La Bella Varsovia, 2013), Pensamientos estériles (Cangrejo Pistolero, 2011), La tumba del marinero (La Bella Varsovia, 2013) y Los estómagos (inédito). Varias selecciones de estas obras se han editado en el extranjero: Bluebird and Other Tattoos (Scrambler Books, 2012) y The Sailor’s Grave (DG Editores, 2013) en Estados Unidos, Musa ammalata (Damocle Edizioni, 2012) en Italia, y Más allá de la quietud (Melón Editora, 2013) en Argentina. También ha publicado el cuento Exhumación (Alpha Decay, 2010) escrito junto con Antonio J. Rodríguez; ha coordinado las antologías Tenían veinte años y estaban locos, Sangrantes, Ficción Rara y Vomit; y ha traducido o prologado obra de autores como Marcel Schwob, Anna Ajmátova, Arthur Rimbaud, Mary Jo Bang y Ted Hughes.
www.lunamiguel.com
Ocho: mala sangre
La felicidad no puede ser experimentada ni por los vivos ni por los muertos. Eso me dijeron los que dibujaban tus ojos en un pañuelo blanco. Los que me tentaban: si otra persona, si una sola persona recuperara antes que tú este pañuelo, los ojos de tu amado desaparecerían para siempre. Los ojos. Desaparecería para siempre. Tu amante. Los ojos de tu amante/amado como una gallinita ciega. Ven. Date prisa. Tómalos la primera. Los otros niños corren más que tú. Tómalos antes que ellos. Nunca ganaste al juego del pañuelo, pero aguanta. Aguanta esos ojos estériles. Aguántalos sangrantes en tus manos, en tus globos oculares, los ojos sobre los ojos, y más ojos sobre más ojos. Introdúcelos en tu organismo. Pez de tres ojos. Pez radioactivo de dibujos animados. Toma los ojos de tu amado. ¿Cuántos ojos hacen falta para ver el mundo? ¿Cuántos iris, para creer en el amor? La felicidad es ciega, dicen. Nadie la ha visto. A todos nos mienten sobre su esencia. Que si mariposas en el estómago. Que si cucarachas en el pecho. Que si larvas en las varices. El terror también es ciego. El amor y las cosquillas. Nunca me gustaron demasiado las cosquillas. De pequeña mi padre me tomaba de las caderas y me hacía cosquillas. Presionaba tan fuerte mi carne que yo solo podía llorar. Debía llorar. Cuando la risa de la cosquilla se convierte en dolor. La infancia era dolor. La infancia era pesadilla. A veces mi padre me leía cuentos de Cortázar y yo solo temía por mi vida. Personajes extraños y apocalípticos rondaban mi cabeza por las noches. Los cronopios como monstruos. La infancia era cronopio. Las historias de Cortázar como el peor cuento de terror que se le puede leer a un niño. ¿Acabaré desdichada? Pensé. ¿Será mi futuro el de un cuento de Cortázar? ¿Respiraré bajo la tela gruesa de este jersey naranja? ¿Me encontraré conmigo misma de frente, en mi sofá, leyendo mi propia muerte en un papel? Me dijeron: toma los ojos de tu amado. ¿Y yo? ¿También acabaré ciega?
Decía, ¿desdichada?
(De La tumba del marinero)
Definición del vientre
Todo está entre el pecho y la vagina. Todo lo importante
está y seguirá estando aunque quizá las nubes se hayan ido
y sólo quede hierba, muchísima hierba, escondida bajo la alfombra.

 

La mascota soy yo. La mascota se saca de paseo a sí misma
en un acto de tranquila rebeldía. La mascota no conoce el verano.
La mascota se come a sí misma en un acto de amor. La mascota
tiene órganos y todos se encuentran entre el pecho y la vagina.

De qué manera podríamos definir el vientre. De qué manera
la caja torácica esconde otra materia gris. El estómago
está entre el pecho y la vagina. Más lejos o más cerca que los nervios.
Más lejos o más cerca que el amor de la mascota.

Todo se alinea y queda hierba. Mucha. Muchísima hierba.

(Del inédito Los estómagos)
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