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Sigue el misterio de Colón

– Sigue el misterio de Colón

Un 12 de octubre de 1492 el explorador Cristóbal Colón comenzó, por error, la era de la colonización americana. Cinco siglos después, aún no se aclara su verdadero origen.

Cuando los escolares llegan al capítulo sobre los orígenes humildes de Cristóbal Colón como hijo de una tejedora en Génova, generalmente no se les dice que, en su lugar, podría ser el hijo extramarital de un príncipe portugués. O que podría haber sido un judío cuyos padres se convirtieron para escapar de la Inquisición española. O un rebelde en el reino medieval de Cataluña.

Pero, con poca evidencia que las apoye, las múltiples teorías sobre los primeros años de Colón, tienen desde hace mucho proponentes devotos entre aquellos que reclaman derechos de alardeo alternativos sobre el famoso explorador. Y ahora, cinco siglos después de que abriese la puerta al Nuevo Mundo, los biógrafos revisionistas han encontrado una nueva esperanza de vindicación.

En Sevilla, en 2004, un genetista español, el doctor José A. Lorente, extrajo material genético de una muestra de hueso de Colón, para acabar con la disputa sobre dónde fue enterrado. Desde entonces, ha sido acosado por historiadores amateur, funcionarios del gobierno y familiares de Colón autonombrados de múltiples nacionalidades, que claman por una prueba genética de la historia que aparece en los libros de texto.

Hasta los que se adhieren a la ortodoxia italiana conceden que se sabe muy poco sobre la procedencia del Gran Navegador, quien parece haber oscurecido a propósito su pasado. Pero los que contienden por su legado no sienten remordimientos de buscar sus secretos en las células que se llevó a la tumba. Y la llegada de otro aniversario del arribo de Colón a las Bahamas sólo ha aumentado su apetito por un veredicto genético, preferentemente a su favor.

Es casi seguro que existió un Cristoforo Colombo genovés. Los archivos registran su nacimiento y primeros años de vida. Pero hay poco que conecte a ese hombre con el que cruzó el Atlántico en 1492. Los fragmentos de la vida de Colón lo sitúan en toda la costa sur europea. Tenía libros en catalán y su letra tiene, de acuerdo a algunos, un estilo catalán. Se casó con una noble portuguesa. Escribió en castellano. Decoró sus cartas con cartuchos hebreos.

Dado que parece que la mejor manera de deducir el verdadero lugar de nacimiento de Colón es buscar un igual genético en lugares donde podría haber vivido, cientos de españoles, italianos y hasta algunos franceses han proporcionado células para la comparación.

“Lo que quiero escribir es el libro final sobre Colón, y no podré hacerlo hasta que la ciencia resuelva esto”, dijo Francesc Albardaner, a quien le sedujo la posibilidad de que el ADN –una herramienta cuyas respuestas son consideradas un hecho indisputable en los tribunales y los programas de tv- apoye su profunda creencia en el Colón catalán.

Albardaner, arquitecto de Barcelona, dejó de trabajar más de tres meses, llamó a más de 2 mil personas apellidadas Colom y persuadió a 225 de ellas de entregar una muestra de ADN en el Centro para Estudios de Colón en Barcelona. Las muestras, junto con las de 100 Colombos tomadas en Italia, están siendo analizadas por Lorente en la Universidad de Granada y por un equipo de científicos en Roma –Colom y Colombo son Colón en sus idiomas nativos.

Una correspondencia genética podría dar un giro a la creencia convencional sobre nacionalidad, clase, religión y motivos del hombre que comenzó la era de la colonización americana. Por otro lado, una asociación con el ADN de Colón podría, por ejemplo, cementar el orgullo nacional de Italia por el hombre que sigue siendo un héroe para muchos, y que genera las quejas de los nativos americanos a los que mató, de los africanos que esclavizó y los vikingos que, sin embargo, llegaron allí primero. Pero algunos piensan que revisar los directorios telefónicos en busca de la familia extraviada de Colón es una pérdida de tiempo. Insistiendo en que saben quién era realmente el padre del navegante, piden a Lorente que lleve a cabo una prueba de una paternidad de hace más de 500 años. El presidente del consejo de Mallorca, por ejemplo, le pagó para que examine los restos exhumados del príncipe Carlos de Viana, el alguna vez heredero de la corona catalana y quien supuestamente tuvo un hijo en la isla con una mujer cuyo apellido era Colom.

Los frascos de ADN real en el congelador de Lorente también incluyen contribuciones de dos miembros vivos de la línea real portuguesa ahora depuesta: el duque de Braganca y el conde de Ribeira Grande, para quienes Colón era miembro de su familia, producto de una aventura extramarital de un príncipe portugués.

“Esta es la verdadera historia, olviden a los italianos y a los españoles”, afirmó el conde José Ribeira, 47 años, un desarrollador de bienes raíces de Lisboa que asistió en 2006 a la revelación de un nuevo monumento a Colón en la ciudad portuguesa de Cuba, donde según él, nació el explorador. De ser así, las tres muestras de ADN deben contener la misma impresión genética portuguesa.

Aquellos que esperaban que el ADN acabara con el grupo italiano, aguardaban un fallo de los científicos para el 500 aniversario de la muerte de Colón, en mayo pasado. Pero después de 500 años en una cripta, sólo se pudo extraer de sus huesos un mero rastro de ADN.

Para dificultar más las cosas, Lorente descubrió que los Colom catalanes y los Colombos genoveses están tan relacionados que resulta difícil distinguirlos con las pruebas estándar del cromosoma.

Otros acusaron a Lorente de parcialidad nacionalista, de ocultar los resultados que sugieren que Colón era judío y de esconder un tesoro histórico de todo el mundo occidental.

Además, con docenas de generaciones separando a todos esos Colom, Colombos y príncipes y condes de Colón, una muy escondida aventura adúltera podría haber corrompido la conexión del cromosoma Y del apellido. ¿Y qué pasaría si los Colom se mudaron a Génova o los Colombos a Barcelona? Las actuales identidades regionales podrían no estar reflejadas en un anterior código genético. Albardaner sigue llevando a los novicios de Colón al Archivo Histórico de Protocolos, en Barcelona, donde pueden sostener en sus manos una nota amarillenta del siglo XV con la caligrafía del hombre que, él cree, se tropezó con el Caribe mientras buscaba una ruta a las Indias.

“Tal vez el ADN diga que era de Cataluña […] A lo mejor descubrimos que es completamente diferente a cualquiera conocido, era marciano, bueno, perfecto, está bien.”

“Entonces –declina– me detendré.”
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