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En recuerdo de Ana Riaño

Sábado, 21 de Mayo de 2005

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La Diana
Por Irene Flores
En recuerdo de Ana Riaño
Con la sutileza de un poema, la impronta de un soneto y el baile rítmico de un último suspiro se nos fue, de repente, sin aviso, una joya de nuestro patrimonio común: una melillense destacada y admirada, que hizo del encuentro entre las culturas su razón de vida y pensamiento, su profesión y dedicación en cuerpo y alma. Y prometo que no exagero.

Esto me inspiraba Ana Riaño, una mujer radicada en Granada hace ya más de una década, pero vinculada siempre a su ciudad natal, en la que forjó su espíritu de juglaresca de nuestro tiempo.

Autora de la poética letra de nuestro himno oficial (su madre compuso la música allá por los años 40), Ana Riaño, profesora de cultura y literatura judeoespañolas en la Universidad de Granada, entregó su vida al conocimiento de la cultura sefardita, en torno a la cual realizó y publicó numerosos estudios, investigaciones y ensayos.

Pero fue, sobre todo, una compositora nata, una cantautora, en muchos de los casos de inspiración sefardí, que grabó dos discos y un CD con canciones suyas y otras escritas por Miguel Fernández y dedicadas a Melilla, como es el caso del titulado De color y claridad.

Ana Riaño nos dejó además un hermoso libro de sonetos, El manuscrito de Ha-Kohén, que narra la supuesta amistad que bien pudieron tener en la Italia del Renacimiento un intelectual judío de origen español y el poeta castellano Garcilaso de la Vega. Un libro construido con la técnica cervantina del manuscrito encontrado pero, como dice en el prologo del mismo José Lupiáñez, con la variante de que el manuscrito es leído y memorizado en sueños, y luego reescrito, al despertar. Un homenaje a la literatura, a la creación, a la escritura como liturgia del conocimiento, pero también a la historia asumida, con sus luces y sus sombras; historia común, patrimonio de todos.

Dice el mismo autor que no cabe duda de que su inclinación hacía lo oriental y, más especialmente, hacia el mundo hebreo, tiene que ver con la ciudad en la que nació. En ella -escribe Lupiáñez- ha visto a diario ese entremezclarse de culturas, de un modo parecido al que se daba en la España medieval.

La profesora, que no tuvo la suerte de su lado cuando la salud le jugó una mala pasada dando una conferencia en Nájera (Logroño), hizo de su vocación su seña de identidad en un estrecho vínculo con el alma propia de Melilla y la singularidad de nuestra tierra. Nos dejó un amplio legado que lo demuestra y sobre todo dejó una impronta clara a favor del entendimiento entre las culturas, una opción que para ella no suponía un imposible, sino una necesidad que exigía generosidad compartida.

Es triste que, de repente, una persona desaparezca de este universo virtual que también constituye nuestra realidad, para que nos atrevamos a decir públicamente lo que realmente pensamos de ella. En este caso, tengan por seguro que no se trata de cumplir con lo previsible ni con lo políticamente correcto ante sucesos tan tristes, que en el caso de nuestra poetisa añaden un alto componente de injusticia, por lo repentino, lo imprevisible, lo injusto a sus poco más de 50 años, con toda una vida y tantos proyectos por delante.

Ana Riaño, como me decía ayer su amiga y también poetisa melillense Encarna León, no terminará el proyecto que tenía en marcha con cuatro profesores más de la universidad, ni verá editado el disco con las canciones que le otorgaron un primer premio como cantautora en un certamen reciente de la Junta de Andalucía. Su vida se ha truncado con la misma fragilidad de sus versos, como un soplo imprevisto que se la llevó en nada de tiempo, a causa de un mortal derrame cerebral.

Su marcha, tan macabra por sorpresiva, ha sido un duro golpe para cuantos la querían, apreciaban y admiraban. Para sus amigos Encarna León, Rafael Imbroda, Jacinto López Gorgé y algunos otros que, junto a ella y el también fallecido poeta Miguel Fernández, constituyeron un grupo de melillenses cultivados y dotados con el don del arte y la creación.

Ana Riaño ha desparecido de forma próxima para sus amigos y seres más queridos especialmente, pero para todos, para los que la sentíamos en la distancia, en este universo virtual que percibimos pero no palpamos (la rápida vida actual nos distancia incluso de los más cercanos), sigue viva por igual en cada una de sus notas, en sus versos a Melilla, en el himno a nuestra ciudad, en el amplio legado que supo dejarnos.

Frase
Ana Riaño hizo de su vocación su seña de identidad en un estrecho vínculo con el alma propia de Melilla

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