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Alquimia por los infartados del mañana

Cogen un pellizco de un par de milímetros del corazón de un paciente, lo unen a células madre de la grasa abdominal de otro y como si de una alquimia milagrosa se tratara obtienen células con características cardiacas. Una investigación del Hospital Clínico y la Universidad de Granada ha demostrado que con este procedimiento se pueden crear en laboratorio células con las características del corazón y que la técnica es segura. La pregunta es: ¿servirán para curar?

El interrogante aún no tiene respuesta, pero un puñado de investigadores está trabajando en ello. «El objetivo no es generar conocimiento teórico. Lo que interesa es que millones de infartos se puedan recuperar», explica el coordinador de investigación del área del corazón del Clínico y uno de los participantes en el estudio, Manuel Jiménez.

De momento, los investigadores han logrado crear grupos aislados de células, pero tienen que conseguir millones para que sirvan para reparar las lesiones ocasionadas por la insuficiencia cardiaca o el infarto. Pese a que la investigación es aún muy inicial, sospechan que van por buen camino porque con una técnica similar en el área de traumatología ya se logra regenerar cartílagos de la rodilla.

La investigación es posible gracias a la colaboración entre distintos centros y diferentes especialidades. Jiménez advierte que no deben esperarse resultados inmediatos. «No va a ser el pelotazo para las próximas elecciones», dice con ironía en defensa de una investigación al margen de intereses políticos. Es una labor por los enfermos del futuro.

¿Y por qué con células madre de la grasa? Porque éstas tienen capacidad de regeneración y son muy accesibles: están en ese indeseable tejido adiposo que se suele acumular en el abdomen.

El problema es que investigar en medicina reparativa no es fácil porque sólo se sustenta con fondos públicos. La industria farmacéutica no invierte en un campo en el que no obtendría réditos económicos porque no habría un fármaco que comercializar. Si finalmente se demuestra que la técnica es eficaz, se trataría de un medicamento biológico hecho con grasa de un paciente y un minúsculo trocito del corazón de otro. Es lo que se llama investigación huérfana.

Por eso, Jiménez defiende que se regule la financiación privada de la investigación de modo que se establezcan beneficios fiscales a las empresas que contribuyan a estos proyectos. Y también reclama que se premie en los baremos a los investigadores para que se incentiven estas iniciativas que ponen los cimientos de la medicina del mañana. Como anécdota recuerda el caso de un paciente que quedó tan agradecido por la atención recibida en el hospital que donó 24.000 euros. Aquel dinero permitió prorrogar el contrato de un investigador. Fue su forma de contribuir a una alquimia de la que quizás dependa nuestra asistencia cuando lleguemos a viejos.

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