Rescate sin salvavidas
La respuesta de los líderes europeos a la mayor crisis del euro en sus 11 años de existencia ha decepcionado. Tan sólo un compromiso político de apoyo a Grecia, en el sentido de que no se le dejará caer en la quiebra. Pero, por el momento, ni un céntimo para tapar los agujeros mayúsculos de la poco solvente economía helena y evitar que los especuladores sigan atacando a los países más débiles de la \’zona euro\’ -España y Portugal, sobre todo-, y también a la propia moneda comunitaria. Puede que la falta de detalles del denominado \’plan de rescate\’ de Grecia pueda atender a una estrategia bien calculada para no dar excesivas pistas a los mercados, que podrían desbaratarlo. Incluso se puede estimar una táctica muy inteligente: los Estados más fuertes de la Unión avisan de que, en caso de necesidad, socorrerán al que esté en apuros y, de esa forma, consiguen disuadir a los posibles \’agresores\’ totalmente gratis. No obstante, la interpretación más generalizada de tan poca concreción es que la grave división interna en el seno de la UE no ha permitido otra salida.
Diversos medios de comunicación se hicieron eco el viernes de la resistencia de la canciller alemana, Angela Merkel, a ir más allá de una mera declaración de apoyo al Gobierno de Giorgios Papandreu. Ella misma se encargó de transmitir este mensaje, al advertir de que «Grecia no se quedará sola, pero hay que cumplir las normas». Para empezar, existen dudas legales sobre cómo se puede articular un plan de rescate, porque no hay nada establecido al respecto en el Tratado de Lisboa. Sin embargo, el mayor obstáculo para un salvamento en toda regla no es de carácter técnico, sino de principios. Y es que, ¿se le puede pedir al disciplinado contribuyente alemán que se haga cargo de la factura de años de derroche, manipulación de las estadísticas, corrupción y evasión de impuestos por los griegos?
Coste político
Muchos en Alemania piensan que no. Frank Schäfler, parlamentario del liberal FDP, socio de Merkel en el Gobierno, criticó con dureza la propuesta de proporcionar asistencia financiera a Grecia, con el argumento de que «no se ayuda a un alcohólico dándole una botella de licor». Pero es que encima se daba por hecho que la economía germana era la que tenía que soportar el grueso del coste del rescate, ya que es la única con \’bolsillo\’ suficiente. Alemania ha conseguido salir de la crisis con un envidiable déficit público de sólo el 3,4% y una tasa de paro del 7,5%, aunque eso no quiere decir que no esté sufriendo. Las cifras del último trimestre de 2009, publicadas por Eurostat, reflejan que la economía del gigante alemán se ha estancado y, además, China le acaba de arrebatar el título de primer exportador mundial del que tanto se enorgullecía.
El debate sobre si es conveniente o no ayudar económicamente a Grecia, sin garantías de que el país vaya a cumplir el severo plan de ajuste que se le ha impuesto, estuvo muy presente en las discusiones de la cumbre celebrada el jueves en Bruselas. Y es que existe temor a ponerle las cosas demasiado fáciles a la economía helena, lo que restaría presión al Gobierno de Papandreu para acometer las reformas que debe llevar a cabo para reducir el desbocado déficit -12,7% en 2009-. Entre ellas, el recorte de los salarios de los funcionarios, el incremento de los impuestos y la subida de la edad de jubilación. Pero la tentación es grande, teniendo en cuenta el rechazo social que suscitan estas medidas y que ya ha empezado a manifestarse en las calles de Atenas.
El problema es que tampoco los líderes europeos podían dejar a Grecia a su suerte, porque entonces los especuladores seguirían con sus ataques contra la deuda griega y, por extensión, también contra las economías más vulnerables de la \’zona euro\’, lo que a la postre pondría en peligro la estabilidad de la propia moneda comunitaria. Así que con la declaración política anunciada tras la cumbre se intentaba buscar un difícil punto de equilibrio entre la necesidad de dar un mensaje de respaldo a Grecia y, a la vez, evitar que se entienda como una señal de que el Gobierno de Papandreu puede relajarse en el cumplimiento de sus deberes. «Es un mensaje de responsabilidad por parte del Gobierno griego y, al mismo tiempo de solidaridad, en caso de que fuera necesario», resumió el presidente permanente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy.
Pero más allá de este dilema, lo que la actual crisis ha puesto en evidencia es la falta de cohesión de la \’zona euro\’ para solucionar sus propios problemas. En parte, las dificultades para decidir cómo actuar con Grecia y cómo frenar a los especuladores han dado la razón a los euroescépticos en el sentido de que es muy difícil avanzar con una Unión Monetaria que sólo está vinculada por una moneda común, pero en la que conviven 16 políticas fiscales diferentes y 16 modelos laborales distintos, uno por país. Una Unión que, además, marcha a dos velocidades: el bloque de los Estados del norte, más fuerte y competitivo, y el del sur, más vulnerable y menos productivo.
«Si el euro ha estado bajo presión y se ha depreciado frente al dólar es porque los inversores dudan de la capacidad del eurosistema para resolver las divergencias dentro de la región. Ni siquiera existen mecanismos regulados para afrontar un problema como el actual, en el que un país miembro se ve con problemas para pagar el servicio de su deuda», apunta Santiago Carbó, catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada y consultor de la Reserva Federal de EE UU. Este experto, que justo se encontraba en Estados Unidos esta semana, recuerda las diferencias entre ambos bloques económicos: «allí lo tienen muy claro. Si California tiene dificultades para hacer frente a su deuda, el Gobierno federal dispone de autoridad suficiente para exigirle un ajuste y, a la vez, arbitrar los mecanismos necesarios para ayudarle».
«La respuesta a esta crisis debería ser más Europa, más integración. No podemos tener una unión monetaria si no se avanza en una política presupuestaria común. Habrá que hacer de la necesidad virtud, y tomar medidas en esa dirección», afirma en la misma línea Emilio Ontiveros, catedrático de Economía de la Empresa por la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI).
Más coordinación
De hecho, algunos líderes europeos han aprovechado la tragedia griega para reclamar con más urgencia que nunca un gobierno económico europeo. «Lo que ha pasado obliga a una mayor coordinación en política económica», declaró el presidente de la Comisión europea, José Manuel Durao Barroso. Pero no está nada claro que haya verdadera voluntad política en este sentido por parte de los países miembros. «Francia y Alemania, los dos países más fuertes de la Unión, no se entienden. Los germanos son más partidarios de superar los problemas a nivel nacional y limitar el poder de Europa», comenta José María Areilza, de la IE Law School. Por lo pronto, ya se ha descartado sancionar a los Estados que incumplan los objetivos económicos para apostar, en cambio, por una política de incentivos: premiar al que los cumpla.
Es más, hay serias dudas de que los líderes europeos hubiesen movido un dedo por Grecia, de no ser porque se llegó a hablar de una posible intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿Iban a permitir que Washington solucionara un problema de la \’zona euro\’? «No necesitamos llamar al FMI. Podemos hacerlo nosotros. Tenemos capacidad e instrumentos más que suficientes para afrontar situaciones difíciles como la de Grecia», proclamó el comisario europeo Joaquín Almunia ante la Eurocámara justo el día en que dejaba la cartera de Asuntos Económicos y Financieros para asumir la de Competencia.
Para entonces, el acoso a la deuda griega en los mercados era ya insoportable. El coste de los seguros para cubrirse frente a un posible impago, uno de los termómetros más fiables para medir el riesgo-país, se había disparado hasta los 450 puntos. Y si el mercado apuesta con tanta fuerza por la quiebra, al final se cumple. Se trata de una espiral diabólica: el Gobierno griego se ve obligado a pagar más por colocar su deuda entre los inversores, lo que hace que los intereses aumenten y que la carga sea inasumible, hasta declararse en suspensión de pagos.
España, en la diana
No obstante, la mayor amenaza procedía del efecto contagio sobre otras economías vulnerables de la \’zona euro\’, con España en el centro de la diana. Por mucho que las finanzas públicas españolas estén en mejor situación que las griegas, el país presenta debilidades -la mayor de ellas, un paro cercano al 20%- que inspiran la desconfianza de los inversores. Los mercados también arremetieron con dureza contra sus bonos, hasta el punto de que se obligaba al Tesoro español a pagar 100 puntos básicos más que el alemán para colocar su deuda, un diferencial similar al griego -esta semana, la brecha se redujo hasta los 74 puntos-. Y, para rematar la faena, el \’Financial Times\’ publicó el martes que el mismísimo euro estaba sometido a presión, dado que la apuesta en el mercado contra la moneda comunitaria sumaba un récord de 5.800 millones de euros, según apuntaba el Chicago Mercantile Exchange.
Todos los expertos consultados descartan que estos movimientos obedecieran a una conspiración, como dijo el ministro de Fomento, José Blanco. No es más que el normal funcionamiento del mercado: cuando los especuladores perciben debilidad en un valor, apuestan a que va a caer y, al final, termina haciéndolo. ¿La solución? En el caso español, pasa por acometer las reformas necesarias para que la economía se recupere y el paro remita. Y para Europa, casi lo mismo. Tomar medidas para que haya una mayor integración, y así el euro ganará credibilidad en el mercado.