Ha probado alguna vez a hacerse cosquillas a sí mismo? Tal vez lo haya intentado y, como le ocurre a la inmensa mayoría de las personas, habrá comprobado que le resulta completamente imposible. En el fondo, puede consolarse y pensar que incluso está de enhorabuena. Si lo hubiera logrado, quizá no tendría demasiados motivos para reírse: sería un síntoma inequívoco de que sufre esquizofrenia. Porque solo un reducido grupo de seres humanos posee la inquietante habilidad de hacerse cosquillas a sí mismos y reírse por ello. Son los esquizofrénicos con delirios de pasividad; o sea, creen que su propio pensamiento no les pertenece, sino que les ha sido insertado en su propia mente por otra persona.
Se trata de un extraño fenómeno sobre el que desde hace años trabaja un grupo de investigación del departamento de Psicología Experimental y Fisiología del Comportamiento de la Universidad de Granada denominado SetShift, el único de toda España que ha analizado las cosquillas (y los mecanismos mentales que las provocan) desde un punto de vista científico.
Su responsable, el profesor Emilio Gómez Milán, considera que este inocente gesto es una de las manifestaciones de humor más primitivas de cuantas se dan en el ser humano, y su funcionamiento es tan básico que las hace comparables al acto reflejo que provoca un golpe en la rodilla. Aun así, las cosquillas no son exclusivas del hombre, «sino que se dan en todos los mamíferos, sobre todo en los primates y las ratas». También disfrutan de ellas los perros. En todos estos animales, el mecanismo que las genera es similar.
Al igual que ocurre con la risa, para que se produzcan las cosquillas «tiene que haber, necesariamente, una falsa alarma», aclara Gómez Milán. Nos reímos cuando alguien se tropieza y se cae solo si después comprobamos que no se ha hecho daño: es una respuesta fisiológica para liberar la tensión que provoca el peligro, y restablecer el equilibrio en nuestra mente. Lo mismo sucede con las cosquillas. A una fase inicial de miedo le sigue un ‘efecto rebote’ positivo, que se produce cuando el cerebro comprueba que no existe peligro, y que se traduciría en la risa. Esto explica, por ejemplo, que un extraño no pueda hacernos cosquillas. «Los desconocidos provocan en nosotros una alarma verdadera, en lugar de falsa, y por eso no sentimos sus cosquillas, ni se produce la risa», apunta el investigador. Es precisamente el mecanismo que hace que esta alarma se interprete como verdadera o falsa el que falla en las personas esquizofrénicas. Tampoco son frecuentes las cosquillas entre hombres heterosexuales, «ya que perciben al otro como una alarma real, como una amenaza». Algo que no ocurre entre mujeres, que sí pueden hacérselas entre sí. En cualquier caso, las cosquillas tienen un valor sexual: son siete veces más probables con alguien del sexo contrario.
El fetichismo de los pies
Las cosquillas, como la testosterona, disminuyen a partir de los 40 años, y conllevan, amén de familiaridad, jerarquía: el sujeto que las hace actúa como dominante, y el que las recibe, como sumiso. De ahí que, por ejemplo, un abuelo pueda hacerle cosquillas a su nieto (que lo percibe como un ser superior), pero al revés será mucho menos probable (el anciano las fingirá, o las sentirá con mucha menos intensidad que el niño).
Volviendo al sexo, los investigadores las emparentan directamente con el orgasmo. «Ambos procesos suponen un placer mental, un final feliz que sucede a un estado de alerta inicial que después se apaga». También entienden de género. Dicho de otra forma: el mapa de cosquillas de hombres y mujeres presenta algunas diferencias. Así, ellas las sienten con más intensidad y frecuencia en la planta del pie (algo que tiene un componente sexual, «porque están íntimamente asociadas al fetichismo de esta parte del cuerpo»), mientras que ellos las notan más en las zonas erógenas directas, como son los genitales o el pecho. Los costados, la planta del pie, las axilas, el cuello y el vientre son las zonas donde más se dan en ambos sexos. Todas ellas tienen algo en común: son zonas muy vulnerables. Buscarnos las cosquillas resulta más o menos fácil según el rol de la persona que nos las haga, y la indefensión que sintamos en ese momento. Por eso, cuanta más gente haya delante más cosquillas tendremos.
El componente sexual que tienen las cosquillas puede llegar a convertir esta práctica en una parafilia o desviación denominada knismolagnia. Se da en aquellas personas que solo obtienen una excitación sexual cuando hacen o reciben cosquillas y también, en un grado extremo, en aquellas que se excitan con ver cómo otros sujetos las disfrutan. El fetichismo por las cosquillas está tan extendido que existe un foro en internet, Tickling Media, que funciona en seis idiomas diferentes. Más de 80.000 personas están inscritas en esta web, donde se intercambian opiniones, consejos y vídeos eróticos con las cosquillas como absolutas protagonistas.
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