VIVIR PARA CONTAR XIM
Aires
MANUEL MOLINA BOIX/JESÚS FERRERO
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Madrigal de las Altas Torres, Arévalo, Pe-ñaranda de Bracamonte, Medina del Campo y tantos otros lugares de sonora musicalidad y reminiscencias históricas. Escenarios de la vieja Castilla testigos de las andanzas de la reina Isabel la Católica de la que ahora se celebra el quinto centenario de su muerte. La odisea viajera de Colón, los cimientos del nuevo estado, Granada, Aragón y Navarra, el tribunal de la Inquisición o las expulsiones de judíos y moriscos forman un complejo entramado cuyas consecuencias en opinión de muchos historiadores extienden su influencia hasta nuestros días. Un reinado crucial en la historia de España con sus luces indiscutibles aunque por circunstancias coyunturales actuales hay una cierta tendencia a poner el acento en sus sombras. Para afrontar semejantes retos se requería una gran energía vital, si bien las crónicas del momento subrayan que el carácter de la soberana estaba muy por encima de sus condiciones físicas. Con el tiempo su estado de salud se resintió motivado por los problemas de sus hijos, a los que se sumaron las secuelas de una enfermedad caracterizada por un estado de fiebre prolongada que acabó con sus días.
La moderna historiografía médica trata de establecer el diagnóstico y la causa más probable de la muerte de grandes personajes del pasado a partir de magras descripciones de cronistas de la época. Según recogen diversos testimonios Isabel y Fernando enfermaron en febrero del año 1504. El rey pronto se repuso pero no así la reina que continuó presentando episodios de fiebre de modo recurrente durante los meses siguientes, con grave quebranto de su organismo hasta que falleció en noviembre de ese año. Algunos expertos especulan que habría presentado un proceso patológico conocido como vasculitis sistémica, que se caracteriza a grandes rasgos por dañar de forma simultánea a varios órganos de la economía con especial predilección por las lesiones cutáneas y del riñón. Para otros estudiosos la descripción de sus síntomas encajaría mejor con una diabetes en fase avanzada de descompensación.
En una semblanza reciente del profesor Gil Extremera de la Universidad de Granada apunta a que quizás la fiebre mantenida estuviera producida por el paludismo o malaria. Una infección que se origina por un parásito inoculado en la sangre a través de la picadura de un mosquito de la clase Anofeles y que ahora, quinientos años después goza de plena actualidad. Por los millones de personas a las que afecta es la enfermedad infecciosa más frecuente en todo el mundo. Una amenaza que se cierne sobre casi la mitad de la población mundial, con el triste record de su inaceptable mortalidad infantil. Endémica del África subsahariana y de gran parte de los países pobres cuyo desarrollo económico estrangula tanto por el número de muertes que produce como por la necesidad de destinar gran parte de los recursos sanitarios disponibles a evitar su progresión. Con la rémora denunciada por las organizaciones humanitarias del escaso entusiasmo inversor que hasta ahora ha suscitado entre las grandes corporaciones farmacéuticas para tratar de desarrollar una vacuna, el remedio ideal del problema, ya que aunque se disponga de medicamentos eficaces para el tratamiento es frecuente el desarrollo de resistencias por parte del parásito que se vuelve inmune a su mecanismo de acción.
Pero por fortuna las noticias recientes indican que nos encontramos en los albores de una nueva era. El pasado mes de octubre el grupo liderado por un médico español, el doctor Alonso radicado en Mozambique, con el impagable soporte económico de la fundación de Bill Gates, el magnate de Microsoft, dio a conocer sus resultados con una vacuna que logra evitar la enfermedad hasta en el 58% de los niños menores de cuatro años, un hito jamás logrado. En la misma línea aunque limitada por el momento a experiencias de laboratorio, científicos alemanes acaban de anunciar en Nature unas conclusiones esperanzadoras con otro modelo de vacuna obtenida mediante modificación genética del parásito. Y una prestigiosa revista de infectología recoge en su último número unos llamativos hallazgos acerca de que los medicamentos antirretrovirales, empleados para tratar la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana, también resultan efectivos contra los plasmodios, con lo que se dispone de nuevas opciones en el arsenal terapéutico actual.
Informaciones que mezclan promesas y realidades presentes y que sobrevuelan en el tiempo por dos acontecimientos separados por cinco siglos unidos por el nexo común de una enfermedad que hasta ahora ha causado estragos sin fin, difícil de controlar y erradicar entre otras razones por cuestiones simplemente económicas.