Inicio / Historico

¿De qué discuten padres e hijos?

Quienes tuvieron bronca con sus padres por la movida, los vaqueros o el pelo largo sermonean hoy a sus hijos por los pantalones caídos, el Messenger o el Facebook. Los conflictos intergeneracionales no pasan de moda, pero ¿se transforman? ¿Los padres de hoy discuten con sus hijos más o menos de lo que lo hicieron sus padres con ellos? ¿Y de qué discuten? ¿Son los mismos temas de hace 25 o 30 años?

«Esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura». Si no suscribe la frase, seguro que conoce a más de una persona que lo haría. Pero, por vigente que parezca, esta reflexión estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia, con más de 4.000 años de antigüedad. La cita, como otras de Sócrates o Hesíodo, es utilizada con frecuencia para demostrar que la visión catastrofista sobre los jóvenes y los conflictos intergeneracionales no son cosa de la sociedad moderna ni posmoderna, ni llegaron con los Beatles ni tienen que ver con internet. Las discusiones y divergencias entre padres e hijos, fundamentalmente durante la adolescencia, se remontan a tiempo inmemorial, y las diversiones y los modales han sido siempre causa de conflicto intergeneracional, por más que cada generación de jóvenes se haga la promesa de que a ellos no les ocurrirá lo mismo con sus hijos. Pero luego, convertidos en padres, se comportan de forma muy parecida a los suyos.

LO QUE DICEN LOS HIJOS

Los límites paternos
 35,8% de los chavales de entre 15 y 18 años puede levantarse cuando le apetezca. Un 14,2% tiene bronca si duerme cuanto quiere, y a un 20,5% sus padres no le dejan levantarse tarde.
 59,9% de los adolescentes puede reunirse en casa con su grupo de amigos. Otro 14,6% puede hacerlo pero a sus padres no les gusta, mientras que el 10,3% tiene discusiones por este tema, y al 9,6% no le dejan.
 16,6% de chicos y chicas de entre 15 y 18 años puede tomarse unas copas sin que les pongan problemas en casa. Un 15,9% dice que puede tomárselas pero sus padres se disgustan; un 12,9% puede si se empeña en ello pero con la consiguiente bronca familiar, y a un 47,4% no le dejan.
 17,2% de los jóvenes puede regresar a casa por la noche cuando quiera, sin problemas.
 2,3% asegura que a sus padres no les importa si se fuma unos porros. Al 80% no le dejarían fumarlos, y el resto admite que tendría problemas en casa si lo hiciera.
 47,4% se reúne en casa con su novio o novia sin problemas. Otro 17,2% puede hacerlo pero sus padres se disgustan; para un 9,3% supone llevarse una bronca, y a un 17,5% no le dejan.
 67,2% tiene entera liberad para decorar su habitación a su gusto.
 24,2% puede pasar la noche fuera de casa. A un 34% no le dejan.
 19,9% no encuentra reticencias familiares para organizar una fiesta en casa. En cambio, a un 43,4% no le dejan; a un 15,2% le tuercen el morro, y un 14,2% recibe una bronca si lo hace.
 10,3% de los adolescentes opina que puede acostarse con un chico o una chica en su casa sin que sus padres pongan problemas. Un 8,6% opina que sus padres se disgustarían si lo hiciera, otro 7,3% piensa que le regañarían, y un 63,2% afirma que no puede acostarse con nadie en su casa.

La salud de las relaciones
 29% de los jóvenes de entre 15 y 18 años dice sentirse muy bien en la relación con su padre, porcentaje que se eleva al 37,4% cuando se pregunta por la madre. Otro 53,6% dice que se lleva bastante bien con el padre, y un 52% bastante bien con la madre.
 1,7% califica de muy mala la relación con el padre (ninguno con la madre), un 3% dice que se lleva bastante mal y un 9,6% opina que ni bien ni mal. En el caso de la relación con la madre, un 1,3% dice que la lleva bastante mal, y un 8,6% dice que ni bien ni mal.
 10,9% de los adolescentes opina que su padre es muy estricto, y un 36,4% que es bastante estricto. Por el contrario, un 38,7% cree que su progenitor es poco estricto con él.
 9,9% califica a su madre de muy estricta y el 34,1% de bastante estricta. En cambio, el 44,7% la considera poco estricta.

LO QUE DICEN LOS PADRES

Temas de debate
 81,4% de los jóvenes de entre 15 y 18 años habla con mucha o bastante frecuencia con sus padres sobre sus estudios o su trabajo. Y sus opiniones sobre esta cuestión coinciden bastante: el 35,1% dice que casi siempre, y el 44,4%, que alguna vez
 77,1% comenta con frecuencia en casa sus planes y proyectos de futuro. Y las opiniones de hijos y padres coinciden alguna vez (47,7%) o casi siempre (31,5%)
 63,9% habla sobre el modo de emplear su tiempo libre, un asunto en el que un 23,8% de los chavales casi nunca comparte opinión con sus progenitores
 63,2% comenta en casa sus relaciones con los amigos o con la pareja. Y normalmente sus opiniones al respecto coinciden con las de sus padres.
 64,2% habla poco o nada de cuestiones relacionadas con el sexo, como los anticonceptivos o las enfermedades de transmisión sexual, con sus padres. Un 23,8% dice que habla de ello bastante, y un 6,3%, que con mucha frecuencia.
 78,4% de las familias no se habla con frecuencia de cuestiones religiosas, y en el 69,9% no se abordan temas políticos. Sin embargo, en los hogares donde se platean estas conversaciones, son mayoría los que dicen que opinan como sus padres.
 49,3% de los jóvenes menores de 18 años declara que, en líneas generales, opina de forma algo distinta a su padre, y el 48,7% de forma algo distinta a su madre. Hay otros grupos que marcan mayores distancias ideológicas de sus progenitores y aseguran que piensan de forma bastante distinta (21%) o radicalmente distinta (7,3% respecto al padre y 3,3% en relación con la madre).

Motivos de discusión frecuente
40% de los padres discute con su hijo o hija por la falta de orden en su habitación
28% tiene conflictos con mucha o bastante frecuencia por los modales de los hijos
26% discute con sus vástagos porque no ayudan en las tareas domésticas
23% se pelea a menudo por las notas y la marcha de los estudios
16% tiene discusiones frecuentes por la comida
15% se enfrenta por la hora de regreso a casa
11% discute por la forma de vestir o de peinarse
6% acaba polemizando por los gastos y el dinero
4% discute con frecuencia por sus creencias y cuestiones de religión

Diferentes intensidades
57% de las familias asegura no tener conflictos intergeneracionales.
34% de las familias tiene discusiones relativamente frecuentes. El porcentaje se eleva hasta el 42% cuando los hijos tienen 13 y 14 años. La conflictividad también es mayor en los hogares donde los hijos no van bien en los estudios. Entre quienes han vivido algún suspenso en la última evaluación, el 45% admite discusiones familiares frecuentes.
 9% de las familias se consideran conflictivas. El porcentaje se dispara hasta el 20% entre el colectivo de padres que se declaran desbordados por la educación de los hijos, y se sitúa en el 13% en las familias con un estilo de educación autoritario.

Los sociólogos lo justifican asegurando que 20 o 30 años son mucho tiempo, y que las culturas de padres e hijos son siempre diferentes y chocan, entre otras razones porque los padres tienden a ver a sus hijos como una prolongación de sí mismos y los hijos no ven así a sus padres, ni mucho menos. Pero ¿son realmente estas turbulencias familiares siempre iguales? ¿Es posible que en una sociedad que se critica por excesivamente laxa y permisiva como la actual se mantenga la misma conflictividad que en épocas anteriores?

Son muchas las voces que consideran que no, que las discusiones entre generaciones persisten porque son algo casi connatural e incluso se repiten a grandes rasgos los motivos de conflicto (modales, formas de ocio, relaciones…), pero que ahora son de menor intensidad porque la sociedad y las familias son más permisivas, se es más comprensivo con las alteraciones emocionales del adolescente, y a los padres les molestan las tensiones en casa.

El catedrático de Sociología de la Universidad Complutense Enrique Gil Calvo afirma que el grado de conflictividad intergeneracional ha disminuido de forma apreciable como consecuencia de las transformaciones socioeconómicas vividas en el último siglo y, en concreto, por el hecho de que el patrimonio familiar ya no cuente para asignar el estatus social a los hijos y estos hayan de adquirirlo por esfuerzo propio, sin el auxilio paterno. «Hoy los padres han perdido el poder que tenían de colocar o enclasar a sus hijos transmitiéndoles la misma clase social, y al perder el poder de colocarlos, han perdido también su autoridad moral sobre ellos», justifica en su artículo Metamorfosis del conflicto familiar: género y generaciones, integrado en el estudio Familias en Transformación (Funcas). Para Gil Calvo, como los hijos saben que no sucederán al padre, no necesitan matarle simbólicamente para ocupar su lugar social, lo que incide en un menor enfrentamiento. Matiza, no obstante, que los padres conservan aún cierto poder residual sobre los hijos debido a que los mantienen económicamente hasta su emancipación, y esta cada vez se produce más tarde.

También Gerardo Meil, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, cree que en las últimas décadas la conflictividad entre padres e hijos se ha atenuado y que así lo atestiguan diversos indicadores estadísticos, aunque eso no signifique que haya desaparecido ni que se hayan modificado sustancialmente los temas por los que se discute en las casas. «Se sigue discutiendo porque la adolescencia es el tránsito de la infancia al mundo adulto, y un aspecto simbólico importante es cuestionar a los padres y tratar de autoafirmarse haciendo lo que los padres no quieren que uno haga; y eso ha sido siempre así; en el pasado también ha sido motivo de enfrentamiento la provocación de los hijos para hacer las cosas de otra manera y autoafirmarse», comenta.

La novedad quizá sea que hoy día no todas las diferencias y demandas de autonomía de los hijos se convierten en conflicto porque los padres asumen los cambios de humor de los adolescentes y su carácter contestatario como algo normal que forma parte de su desarrollo. De hecho, según las encuestas realizadas por Meil en el 2005 hay pocas familias (el 9%) que digan que discuten con frecuencia o por multitud de temas, y son mayoría las que se declaran sin conflicto. Claro que también hay quienes interpretan que si hoy día la familia es «una pensión pacífica» es porque los padres actuales no quieren arriesgarse a crear conflictos que puedan poner en peligro los vínculos emocionales con sus hijos, porque los jóvenes de hoy son muy suspicaces al control y exigen de los padres que la familia funcione en armonía.

El sociólogo Javier Elzo, especializado en juventud, opina que los padres de ahora están más perdidos de lo que lo estuvieron los suyos. «Los padres de ahora se educaron en la transición, en un momento de gran cambio en el que se salía de una sociedad muy autoritaria y era de buen tono ser liberal y muy abierto, se aplicaba el prohibido prohibir, y los padres de entonces tenían que aceptar cambios y transigir, aunque estuvieran en contra de algunos comportamientos, porque veían claro que eran otros tiempos; y ahora, aquellos adolescentes de entonces, se encuentran con la dificultad de tener que adoptar comportamientos restrictivos con sus hijos de los que habían renegado cuando eran ellos los adolescentes, y no saben bien qué hacer», reflexiona Elzo.

Pablo Galindo, profesor de Antropología y Educación social en la UNED y de Sociología en la Universidad de Granada, dice que en las familias se ha pasado de una dinámica de cierta autoridad y rigidez a una de extrema permisividad, en la que todo se puede negociar y el adolescente tiene capacidad de decidir. Y esa falta de autoridad, en su opinión, lejos de reducir los conflictos intergeneracionales, los está agravando porque muchos niños y niñas han crecido sin límites en la infancia y se han convertido ahora en chavales irrespetuosos que llegan a insultar, amenazar y agredir a sus padres. «Hoy los conflictos surgen antes, porque con ocho o diez años las influencias externas ya son muy fuertes en los niños, y las referencias que transmite la sociedad con frecuencia son contrarias a las transmitidas en el ámbito familiar, y surgen así los problemas», explica Galindo.

El profesor de la UNED asegura que, a diferencia de lo que ocurría en anteriores generaciones, ahora en las familias no hay apenas conflictos ideológicos y el enfrentamiento surge fundamentalmente en torno al concepto de libertad. «El adolescente entiende la libertad de forma diferente a sus padres, y eso provoca conflictos en el ámbito de los estudios, del ocio, del uso de internet, de la televisión, de las redes sociales…», señala.

Elzo y Meil coinciden en que, salvo desavenencias aisladas, padres e hijos no discuten hoy por razón de ideología o creencias. «En la transición había un enfrentamiento más claro entre padres conservadores e hijos liberales, pero ahora la sociedad es más abierta, las familias son negociadoras y se inculca la tolerancia», comenta Meil.

Y si en las casas no se discute por ir a misa o por ser de derechas o de izquierdas, tampoco se hace apenas por cuestiones relacionadas con el sexo o con salir por la noche. «De los conflictos del botellón y de salir por la noche se ha pasado al de los amigos virtuales, a las broncas por cuánto y con quién se conectan en la red», apunta Elzo. Porque, en general, los padres actuales tienen actitudes muy liberales respecto al sexo, la hora de regreso a casa o incluso el consumo de alcohol, pero las generaciones continúan enfrentándose por su diferente concepto de diversión, que para la actual está muy relacionado con las nuevas tecnologías.

Pero si hay un tema que suscita más conflictividad que en generaciones anteriores es el del desorden en la habitación del adolescente y la falta de ayuda en las tareas domésticas. Y puede que no sea porque los chavales de ahora sean más desordenados o sucios que sus padres a esa misma edad, sino, como explica Gerardo Meil, porque ahora que el padre y la madre trabajan fuera de casa exigen que los hijos colaboren más en las tareas domésticas tanto por razones prácticas como ideológicas, y esas exigencias suscitan conflictos porque el adolescente no suele ser muy dado a asumir esas responsabilidades de buen grado y da otra importancia al orden y la limpieza de la casa.

Según indicadores comparables del CIS, mientras que en 1991 sólo el 11% de los padres mencionaba el reparto de tareas domésticas como un problema con sus hijos, en el 2004 el porcentaje se había multiplicado por cinco y lo hacía ya un 57%.

De las encuestas realizadas en el 2005 para su estudio Padres e hijos en la España actual (Fundación La Caixa), Gerardo Meil concluye que el ranking de motivos de conflicto –según los padres–, lo encabeza el desorden en la habitación, seguido de los modales, la falta de ayuda en las tareas domésticas, los estudios y las notas, la comida, la forma de vestir o el pelo, la hora de regresar a casa, las amistades, los gastos y el dinero y, finalmente, las ideas o las creencias. Y los hijos no lo ven muy diferente. De los informes sobre la juventud realizados por el CIS se desprende que las discusiones más frecuentes son por las tareas domésticas y por el rendimiento escolar, así como por el horario de llegada a casa o el dinero que gastan. De todos modos, los chavales de entre 15 y 18 años responden mayoritariamente que se llevan bien con sus padres y tienen pocas discusiones, lo que los expertos atribuyen a que los hijos han ganado autonomía y hoy tienen un margen muy amplio en sus casas para vivir a su aire, invitar a amigos e incluso organizar fiestas.

En cualquier caso, los temas de enfrentamiento también varían con la edad, y mientras que con los preadolescentes hay más desavenencias por la comida, en los adolescentes y postadolescentes ganan intensidad y frecuencia las broncas por el rendimiento escolar. «Parece que a medida que los hijos crecen los padres reducen las exigencias en cuestión de comida y asumen un resignado «con tal de que coma algo», y en cambio aumenta la presión en relación con los estudios a medida que crece el número de suspensos», señala el catedrático de Sociología de la Autónoma. En sus trabajos de campo también ha observado que, aunque el grado de conflictividad es parecido con hijos e hijas, son distintos los temas por los que más se discute con unos y con otras. Parece que el conflicto por rendimiento escolar es menos frecuente con las hijas y, en cambio, con ellas hay más peleas por la comida o por la ayuda en las tareas domésticas.

La bronca es con mamá

Si algo ha cambiado en los conflictos intergeneracionales, dicen los sociólogos, es el papel de la madre. Ahora las discusiones están más protagonizadas por mujeres. «Hay más conflicto entre madre e hija que antes, porque las chicas afirman su carácter de mujer y chocan más con la madre que con el padre, entre otras razones porque el padre está más perdido en este universo de cambios sociales», asegura Javier Elzo. Y pone como ejemplo que la madre, consciente de la debilidad de la hija ante los embarazos, se preocupa y entromete más en sus relaciones sexuales de lo que se atreve a hacer el padre, lo que es fuente de conflictos.

Pablo Galindo asegura que también hay más choques entre las madres y los hijos «porque la permisividad y falta de autoridad en muchas familias provoca que muchos hijos sean más machistas e insolidarios que sus padres».

 Enrique Gil Calvo, por su parte, cree que esta mayor conflictividad con la madre tiene que ver con la pérdida de autoridad paternal y la cada vez más emergente figura del padre ausente. «Hoy son las madres las que, en ausencia del padre (ausencia real porque abandona a la familia y no abona ni la pensión, o virtual, porque se evade de sus responsabilidades a la hora de resolver los problemas escolares o legales de sus hijos), asumen la responsabilidad progenitora», asegura. Y las estadísticas avalan su reflexión pues, según el INE, en el 87% de los 568.000 hogares monoparentales con hijos menores de 18 años que había en España al acabar el 2009 el cabeza de familia era mujer.

Descargar