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[Atraco perfecto]

[Atraco perfecto]

Carlos Montes ejerce de panadero pero, al margen de su profesión, es una enciclopedia de cine. El “panadero peliculero” recomendó en Onda Cero la última película de Clint Eastwood, “Gran Torino”. Concha Montes, que no es hermana ni prima de Carlos, aunque ambos tiren al monte, me propuso ir a verla el pasado viernes. El único lugar de proyección en Marbella era la gran superficie del norte, es decir, Cinesa. Confieso que hacía años que no asistía a esas salas, de las que me retiré por la pésima calidad de imagen que ofrecían sistemáticamente. Como el “peliculero” nos aseguró que la lámpara del proyector estaba en buen estado, decidimos aprovechar la única opción existente. Por los hechos que relato a continuación, mi memoria evocó reiteradamente la película de Stanley Kubrick (un clásico en la filmografía del autor) “Atraco perfecto”. De entrada comprobamos que la entrada cuesta seis euros con setenta céntimos; más caro que en cualquier otro cine pero, además, las butacas centrales de las salas, aquellas que primero se venden, cuestan un euro y medio más. Lógicamente se encontraban vacías. No diré yo que una conducta así sea desvergüenza por parte de la empresa porque estamos en una economía de libre mercado y para algunos, Cinesa incluida, da igual que naveguemos en tiempos de crisis. Me gustaría saber qué “miseria” de sueldo (presunción por mi parte) pagan a sus empleados.

El segundo acto en el conocimiento de los citados cines vino propiciado por la ocurrencia de la Montes (doña Concha) de comprar palomitas de maíz, bebidas y una chocolatina. Ella es de las que compra recipientes a granel pero, ante mi sugerencia, adquirió dos bolsas pequeñas. En total: las dos porciones pequeñas de palomitas, dos refrescos y una chocolatina. El importe ascendió a quince euros con ochenta céntimos. Esta cantidad es equivalente a lo que cuestan cinco menús con entrada, segundo plato y postre en los comedores de la Universidad de Granada y lo que se necesita para poner todas las vacunas del protocolo sanitario a quince niños en Etiopía mediante la acción de las “oenegés”. En ambos ejemplos citados, todavía sobrarían ochenta céntimos. Lo cierto es que ver “Gran Torino” nos costó veintinueve euros con veinte céntimos, casi cinco mil pesetas de las extinguidas, que da una idea más clara. Menos mal que la película era buena. Dentro de la sala se podía comprobar cómo otros espectadores habían cometido el mismo error de pasar por la barra del camarero Juan Luís y comprar las consabidas palomitas.

Sin duda que el “atraco perfecto” debe existir; un avance de ello es el “quiosco” de palomitas, bebidas y chucherías de Cinesa. Incluso cabe pensar que un padre o una madre que acuda al cine con dos hijos tengan la tentación de dar un golpe previamente para hacerse con liquidez o bien optar por llevarse los comestibles desde casa. Lugares como este donde se abusa tan descaradamente del consumidor no merecería otra respuesta más que la indiferencia por parte de los espectadores. No es nada extraño que las salas de exhibición pierdan sistemáticamente afluencia de espectadores con precios como los mencionados. En el caso que he contado apareció además la mala suerte: una de las bolsas se tumbó y perdimos la mitad del contenido. Tuvimos la sensación que debe experimentar el que posee oro en polvo y se lo lleva una racha de viento o se desliza por el desagüe de un lavabo.
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