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Arte blasfemo

Arte blasfemo

Acaba de clausurarse por supuestas amenazas de muerte contra el autor, Fernando Bedoya, una exposición fotográfica en la Universidad de Granada que presentaba las figuras más sagradas del cristianismo como prostitutas, camellos y homosexuales.

Bedoya sabe que no iba a ocurrirle nada, aunque sí habría sido degollado en cualquier lugar y momento de su vida si hubiera hecho igual con el harén de Mahoma y demás familia.

No le ocurriría nada porque hay casos de blasfemia peores sin consecuencias: en 2003 otro fotógrafo, José Antonio Moreno Montoya, publicó un libro con las mismas figuras cristianas practicando sexo incestuoso y copulando con animales; todo lo que hubo fue una tibia protesta de los obispos. En el caso de Granada se cerró la exposición en un centro educativo público, pero puede abrirse en cualquier local privado.

Quizás la retirada de la exposición en la universidad se debió a que alguien con criterio artístico consideró basura la muestra. Porque no hay idea más simplona que poner a la Virgen como prostituta, a José como traficante de drogas y a Jesús como gay.

Lo mismo que el libro de Montoya: sexo incestuoso madre-hijo, o bestialismo de alguna figura, es una supuesta ingeniosidad: como la de esos adolescentes que creen hacer una revolución artística mundial pintándole bigotes a Marilyn Monroe.

El problema, pues, no es la blasfemia en sí, sino su absoluta inanidad y que además disponga de medios públicos para molestar a la mayoría de los contribuyentes.

La blasfemia puede ser un arte, pero en estos casos es basura que señala el bajísimo nivel cultural de los subvencionadores.

Por el contrario, las caricaturas del profeta Mahoma, que eran menos crueles y artísticamente mejores, esas sí que tienen la vida de sus autores bajo la cimitarra de Damocles.