74935 Todos conocen su nombre, sus proezas, su leyenda, pero nadie sabía cuál era la fecha de composición del poema heroico-elegíaco que recogía las hazañas de Beowulf. Ese dato había permanecido oculto entre diferentes teorías, conjeturas y sospechas, perdido en un arco cronológico amplio que, según la documentación consultada, iba desde el siglo VIII hasta el XII. Un equipo de investigadores decidió terminar con esta polémica que agitaba las aguas de la filología desde hacía ya demasiados años y, a través del análisis exhaustivo de determinados aspectos de la obra, han conseguido determinar fue compuesta en el siglo VIII. Rafael J. Pascual, de la Universidad de Granada, es uno de los científicos –junto a R. D. Fulk, Tom Shippey, Dennis Cronan, Thomas D. Hill y Georges Clark– que han participado en el estudio. «El principal problema para datarlo es que el único manuscrito en el que sobrevive es de principios del siglo XI, pero esa no es la época a la que pertenece el poema. Por eso han surgido distintas hipótesis. La polémica provenía de esa disimetría entre su fecha real y el libro que lo contenía», explica Rafael J. Pascual, el único español que ha participado en esta iniciativa.
Ahora ya no existen dudas sobre la fecha original. Cada uno de los investigadores ha trabajado en un área determinada y de una manera independiente. Sólo al concluir sus trabajos han puesto en común las conclusiones. Y han coincidido: todos aseguran que es del siglo VIII. «Yo, en concreto, me concentré en un estudio semántico. Examiné el significado de unas palabras concretas de «Beowulf» y he comparado lo que significaban en diferentes épocas. Otros han estudiado los rangos métricos, la sintaxis, el estilo… Que, de una forma unánime hayamos llegado a la misma solución es, para mí, determinante. La posibilidad de que nos equivoquemos es muy difícil». Rafael J. Pascual encontró su primera pista en los monstruos descritos en «Beowulf» y reconoce que el primero que aventuró esta datación, basándose en estos personajes, fue nada menos que J. R. R. Tolkien, el autor de «El señor de los anillos». «Él se dedicaba a estudiar esta obra, pero no tenía ninguna base filológica. Ahora la hemos aportado. Los monstruos contra los que lucha Beowulf son más criaturas físicas que espirituales, por eso tenía que ser de un periodo del pasado en el que el cristianismo todavía no estaba asentado. Los nombres de estas bestias eran «Scucca» y «þyrs». Por la representación que se hace de ellos en el poema se deduce que son paganos, porque en el siglo IX y X estos nombres ya significan «demonio». En cambio, en esa centuria, todavía se utilizan como «monstruo» en germánico. Por el contexto en el que se emplean, se nota que no pueden ser «demonio», porque tendríamos una desviación de lo que intenta contarnos el autor. Hay que tener en cuenta que los protagonistas del libro, lo que quieren decir es «monstruos», porque desconocen aún la naturaleza demoniaca. Ellos los conciben así, como «monstruos» paganos. Éstas son las palabras genéricas en anglosajón para referirse a estas criaturas». Parece ser que el autor del poema fue un monje, ya que éstos eran las únicas personas que durante esa época accedían a manuscritos. También se ha deducido que le interesaba «el pasado y el pasado anglosajón, que era culto y que estaba formado en la composición oral de la poesía. Aunque lo hizo por escrito, siguió una métrica de origen oral».
Un lamento por los justos
¿Cómo influye la datación en la comprensión de esta obra? Rafael J. Pascual explica el significado del que considera «el único testigo de un arte perdido: «Beowulf» es el único testimonio de esa literatura germánica: esto nos permite ahora leer el poema tal como el poeta lo concibió. Para el autor existe un doble nivel de conocimiento. Por un lado está lo que ven los personajes, los monstruos, que son paganos; no ven demonios, sólo criaturas bestiales. Por otro lado, el narrador afirma que el valiente Beowulf se enfrentó al demonio sin saberlo, creyendo que era un monstruo. Esto, en realidad, lo que nos dice es que «Beowulf» es un lamento por los hombres que han muerto antes del cristianismo. Quien lo imaginó debía ser un monje que se preguntaba por sus antepasados, que no conocieron el mensaje de Cristo. Pero lo hace con admiración, porque muchos de ellos, que murieron en la ignorancia de Cristo, se enfrentaron a monstruos sin conocer lo que representaban. Es un canto por la muerte de los justos paganos»
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