Ángeles perdidos, demonios sueltos.
En 2006 se registraron 1.873 denuncias de menores desaparecidos ? «Lo más duro es enfrentarse a las lágrimas de una madre», afirma un agente.
Hay casas con una habitación vacía, cerrada, una habitación que espera. Hay familias rotas cuya esperanza pende de un hilo telefónico, una pista, sea cual sea. Actualmente hay una veintena de menores de los que no se sabe nada, es como si se los hubiera tragado la tierra.
El caso de Yéremi ha puesto en pie a todo un pueblo. La búsqueda sin tregua continúa, pero su desaparición no es un hecho aislado. Como éste, otros muchos casos: el de Sara Morales, María Teresa Fernández, Gloria Martínez, Josué Monge en los que la incertidumbre que sufren las familias se prolonga en el tiempo.
Cristina Bergua tenía 16 años cuando desapareció. Ha pasado ya una década. Para la familia Bergua, desde aquel día, no ha vuelto a existir ninguna celebración más. «Desde que desapareció mi hija en mi casa no hay cumpleaños, ni hay navidades, ni vacaciones», asegura Juan, su padre. «La desaparición de un hijo es un golpe muy duro, es como una losa de 500 kilos que te hunde».
Desde que se perdió la pista de la joven, Juan y otros familiares y amigos de personas desaparecidas crearon la asociación Inter-Sos que lucha para crear un grupo de policías especializados en la búsqueda de desaparecidos, con el fin de conseguir una mayor unificación en las bases de datos y que se lleven con más agilidad la identificación del ADN de los restos que se encuentran en las fosas comunes. «Encontrar a mi hija es mi lucha y no sé si me llevará cinco años, diez o toda la vida, pero para bien o para mal tengo que seguir».
Casos similares al de Cristina es el de Juan Pedro, el «niño de Somosierra» que, de seguir vivo, tendría ahora 30 años. Desapareció el 25 de junio de 1986 cuando viajaba con sus padres en un camión. El vehículo que portaba una carga de 20.000 litros de ácido sulfúrico volcó. Sus padres murieron y del niño no se encontró ni rastro. Se barajaron muchas hipótesis. Desde que lo hubiera raptado una pareja de automovilístas franceses hasta que se hubiera deshecho por el ácido.
Hipótesis aparte, en la mente de la mayoría de los padres siempre una idea fija: alguien se ha llevado a sus hijos, algún demonio con ganas de hacer daño.
Otro de los grandes enigmas a los que se enfrentó la policía es el caso del «niño pintor de Málaga», David Guerrero, que despareció el 6 de abril de 1987 cuando tenía 13 años. Salió de su domicilio con la idea de visitar una galería de arte en la que exponía una de sus obras. Nunca llegó. Algunos pistas se pierden en Suiza. Otro caso especialmente doloroso es el de Virginia Guerrero, de 14 años y su amiga Manuela Torres de 13, vecinas de Aguilar de Campoo (Palencia). Algunas hipótesis aseguran que pudieron subir en un coche blanco, pero no se volvió a tener noticias de ellas.
Las estadísticas son apabullantes: el 10 por ciento de las denuncias que se realizan cada año sigue vigente doce meses después. Nadie sabe si esos menores están vivos o muertos. Los datos recogen que de los 14.000 desaparecidos en 2006 en España, 1.873 son menores, chicos adolescentes y niños que un día no regresaron. Sólo en el 50 por ciento de los casos se encuentra el cadáver. En el resto pueden pasar años sin hallar ni siquiera una pista. Es entonces cuando sólo queda esperar a no se sabe qué. Sin embargo, el teniente coronel de la Guardia Civil, Francisco Morales, se muestra esperanzador y asegura que «el 98 por ciento de los desaparecidos son econtrados vivos» ya que en algunos casos, se trata de una mera escapada de la rutina.
Investigación
Tras denunciar una desaparición, la Polícia Judicial la eleva a la Europol y a la Interpol. Si ese menor no ha aparecido «se le pide a los familiares el ADN, se hace una ficha dentaria del desaparecido para tener suficientes pruebas con las que cotejar posibles hallazgos». «Nunca se cierra una investigación hasta que está concluida», asegura la Policía Judicial.
El programa Fénix de la Guardia Civil se encarga de cotejar cualquier hallazgo de restos humanos, o cadáveres a través del ADN cuya fiabilidad es de un cien por cien. Este proyecto cuenta con una base de datos. El teniente coronel de la Guardia Civil, Morales, es el jefe de la Sección de Criminalística Analítica. Servicio de Criminalística de la Benemérita cuyo programa se puso en marcha hace diez años en colaboración con la Universidad de Granada. «Tratamos de poner nombre y apellidos a los restos con el fin de que no se queden en simples huesos». «Es una cuestión dura pensar qué será de un hijo pero aceptar esa posibilidad de alguna manera calma a esa familia», asegura el teniente coronel, Morales quien considera que es muy duro enfrentarse a la incertidumbre, pero «lo más duro es enfrentarse a las lágrimas de una madre».
Este programa se financia con la ayuda de asociaciones. «Ahora no lo financia nadie más que cada institución con su propio presupuesto». Cuando hay una desaparición,en los momentos iniciales no se les pide el ADN a los familiares, «no hay prisa». «Hay familias que no quieren darlo porque es asumir de alguna manera que su hijo ha podido morir». Las asociaciones se quejan de que no pueden denunciar la desaparición de un hijo pasadas 24 horas, «pero eso no sé dónde está escrito eso. No hay que esperar un solo minuto para denunciar una desaparición», asegura Morales.