La violencia de Gabo
De la relación amorosa entre Gabriel García Márquez y su mujer, Mercedes Barcha, se puede rescatar algún relato más que hermoso.
Cuenta el propio escritor en el tramo final de su biografía Vivir para contarla que, después de intentos varios de cortejo sin obtener más que respuestas elusivas desde la boca de Mercedes, decidió apurar sus intenciones con una suerte de ultimátum de poco más de cinco líneas escrito durante un largo vuelo que debía llevarle desde Colombia hasta Suiza. «Si no recibo contestación a esta carta antes de un mes, me quedaré a vivir para siempre en Europa». El mismo relato aclara que la carta de respuesta no tardó más de una semana en encontrar su destinatario en un hotel de Ginebra. Desde entonces, y de esto hace ya más de 50 años, siguen comiendo perdices.
En medio quedó para todos los tiempos sucesivos su obra Cien años de Soledad, objetivo de admiración sin límites y de incontables de estudios que intentan descifrar todo ese mundo de misterio transportado por el Premio Nobel de Literatura colombiano desde su imaginación más íntima hasta el papel. El propio García Márquez ha ironizado en más de una ocasión sobre la labor de los críticos.
Uno de los últimos aventureros en adentrarse en el universo de Macondo es la investigadora peruana Sylvia Koniecky. Ella, en una trabajo reciente para la Universidad de Granada, se ha dispuesto desentrañar la «violencia sexual sobre la mujer» que se ejerce en las páginas de Cien años de soledad.
Un análisis crítico de esta lectura -así se presenta el estudio- le lleva afirmar que «el cuerpo femenino se concibe como la tierra virgen que debe ser dominada por la fuerza».
Koniecki concluye que «un análisis sociocrítico evidencia que, en contraste con la aparente paz social, los maconditos son desde el principio portadores de instintos violentos». Para continuar afirmando que «no sólo la mentalidad machista vigente, sino también la subyacente concepción de la sexualidad como una conquista territorial, explican perfectamente la distinta valoración de la virginidad de personajes femeninos y masculinos».
Y vaya con las ganas de buscar y rebuscar. Esténse quietos, coño. Relájense y lean.
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