Andalucía, territorio de incertidumbre. Después del triunfo histórico del PP, de los resultados electorales del pasado 20 de noviembre, las elecciones autonómicas se presumen en la principal referencia de la actualidad política; los analistas miran al sur y no sólo por el clima de provisionalidad, sino por la confluencia de excepciones, de datos que afinan la convocatoria hasta convertirla en una cita políticamente irresistible; será la primera vez, en más de treinta años, que se acuda a las urnas con la sensación de que se tambalea la hegemonía socialista, pero también el examen inaugural del tirón de Rajoy, y, sobre todo, de sus medidas anticrisis.
Las elecciones del 25 de marzo se aventuran complejas; Europa observa de cerca la evolución de la comunidad más populosa de España, el último reducto, junto al País Vasco, del imperio electoral del PSOE, que inicia la campaña a contracorriente, con la necesidad de explotar la cara más amarga del Gobierno y tejer distancia con los escándalos y la economía. Las encuestas conceden la victoria al PP, aunque un estrecho margen respecto a la mayoría absoluta, la única, si se atiende al escenario de pactos, que le permitiría gobernar en Andalucía.
La batalla se antoja en un choque de fuerzas en el que se enarbolarán más fantasmas que banderas; la corrupción, la precariedad laboral, la crisis, el pragmatismo. La capacidad de incidencia en los resultados que avanzan los sondeos es lo que se pone en entredicho. José Pablo Ferrándiz, vicepresidente de Metroscopia, advierte del uso de las encuestas, muchísimo menos fiable, en su opinión, que los datos estadísticos. «Lo que nunca puede haber es una diferencia de 15 puntos en función de quién haga la encuesta. Cuando ocurre es porque existe una maniobra deliberada para movilizar al electorado», señala.
La introducción de las consultas, su periodicidad en la vida política, ha trastocado el funcionamiento moderno de los partidos. El candidato se sabe a examen cada quince días, la legislatura se transforma en una campaña incesante. Ferrándiz propone el ejemplo del gabinete de Clinton, que utilizaba la demoscopia para perfeccionar sus mensajes públicos. En las mesas de los sociólogos, de los polítologos, bullen los números. ¿Quién ganará las elecciones?
Carmen Ortega, directora del Centro de Análisis y Documentación Política y Electoral de Andalucía (Capdea), recuerda que la fiabilidad de las encuestas se limite al momento de su realización. «En ese sentido somos como los meteorólogos, podemos saber lo que pasaría en la fecha del sondeo y unos días después, pero no más tarde», reseña.
A pesar de las limitaciones, Ferrándiz percibe como meridiana la victoria del PP, que, su opinión, se verá espoleado por el viento de cambio que sopla en el país desde poco después del inicio de la crisis. Su valoración se apoya en datos. El 70 por ciento de los andaluces considera necesaria la alternancia en los próximos comicios; una opción que, de acuerdo con su empresa, Metroscopia, también ven con buenos ojos, incluso, la mitad de los votantes socialistas. «Faltan por despejarse varias incógnitas. Son ocho escenarios electorales distintos, pero la mentalidad de cambio es demasiado poderosa», resalta.
La importancia de las encuestas. El margen de error de las encuestas suele ser limitado, aunque la democracia española existen ejemplos de variaciones históricas, incluso, inesperadas. En 1996, recuerda Carmen Ortega, la publicación de las encuestas en las que se apuntaba a una victoria aplastante de José María Aznar acabaron por despertar al electorado socialista, que acudió a las urnas para escoltar a Felipe González en su derrota, finalmente mucho menos abultada de lo que vaticinaban los estudios.
El caso, ahora, es muy distinto. Javier Luque, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Granada, desconfía de una revolución de última hora y apunta a un desencuentro mayúsculo entre el PSOE y sus potenciales votantes. «Los socialistas arrastran la inercia de la crisis, pero también los problemas de identidad de la socialdemocracia europea y la percepción general de ineficacia del Gobierno de Zapatero», reseña.
Las cartas, esta vez, parecen marcadas. Las dudas se concentran en la posibilidad de la mayoría absoluta, pero pocos cuestionan la victoria virtual de los populares. En las pasadas generales, el PP invirtió la orientación del voto andaluz, por primera vez desmigajado de la cita doble que llevaba agrupando las elecciones autonómicas y generales en la comunidad en las últimas convocatorias.
El responsable de Metroscopia advierte de que los grandes vuelcos únicamente obedecen a parámetros atípicos y radicales. En España, el ejemplo mira a los atentados del 11 de marzo, o, mejor dicho, según Ferrándiz, a la gestión posterior del equipo de Aznar, que mudó decisivamente la intención del voto. «Teníamos encuestas hasta horas antes de la catástrofe. El resultado estaba ajustado, pero ganaba claramente el PP. Es muy difícil que se den esos cambios», razona.
La incidencia, no obstante, será buscada durante la campaña con dos armas, una por frente, sobradamente exhibidas por los dos partidos mayoritarios; la reforma laboral y los recortes de Rajoy, por parte del PSOE, y la indignación por los escándalos de los ERE, administrada desde hace meses en los mítines por los populares. Javier Luque prevé un recorrido electoral bajo para esta última, que considera, pese a su magnitud, mucho menos influyen te que otras variables. «El asunto de los ERE llega cuando ya hay un desgaste previo y muy fuerte en el electorado. La economía y la desconexión con el electorado del PSOE será mucho más determinante. En época de bonanza ni siquiera los escándalos habrían cambiado el voto», reflexiona.
Menor repercusión aún le confieren los especialistas a la baza socialista de los recortes. Ferrándiz y Luque coinciden en destacar que las medidas de Rajoy no resultan inopinadas. «El PP obtuvo la mayoría absoluta con la promesa de poner en marcha este tipo de reformas. Otra cosa es que pase el tiempo y no se reduzca el paro», señalan.
En caso de derrota, los socialistas, según Luque, tendrán que encarar un proceso valiente de reconfiguración, mientras que los populares, si ganan, tampoco lo tendrán fácil. «El hecho de que el PP gobierne en todas las instituciones no significa la armonía total. La política en España es territorial y loso mandatarios autonómicos que se mantienen son los que se enfrentan a Madrid», dice.