Miguel González-Andrades figura entre los 10 jóvenes españoles menores de 35 años que han sido galardonados por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) por su labor investigadora. Nacido en Málaga, aunque afincado en Granada, sueña con ayudar a los millones de personas que sufren daños de córnea.
Miguel González-Andrades trabaja desde hace casi diez años para hacer realidad un sueño: devolver la vista a los que corren el peligro de quedarse totalmente ciegos. Este oftalmólogo malagueño de 29 años, que lidera al equipo del Grupo de Ingeniería Tisular de la Universidad de Granada , es uno de los diez jóvenes que acaban de ser premiados por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) como uno de los desarrolladores de tecnología con mayor impacto a nivel global. En su caso, por un proyecto de investigación para el desarrollo de varios modelos de córneas humanas artificiales basadas en materiales biodegradables y que podrían servir para tratar problemas como la ceguera corneal, patología que afecta a 28 millones de personas en todo el mundo.
El más avanzado de estos modelos ya ha sido probado con buenos resultados tanto in vitro como in vivo demostrando seguridad y buena integración en el ojo receptor. La intención ahora es poder practicar el primer transplante a un paciente para finales de año. Las posibilidades que abre esta terapia, según relata el propio galardonado, son ingentes.
«La córnea es la capa más superficial del ojo, por encima del iris y la pupila. Es casi otro órgano. Cuando se daña se forma un glaucoma, pierde su estructura y se va haciendo cada vez más opaca, llevando hasta la ceguera. Nuestra investigación abre una puerta para la esperanza. Ahora mismo todo depende de un transplante de córnea de un donante o de una queratoprótesis, procesos complejos donde además puede haber rechazo. Además, en algunas zonas como América de Sur o África hay mucha escasez de donantes. Nosotros queremos diseñar córneas artificiales humanas, hechas a la medida de cada paciente», comenta Miguel a este periódico pocas horas después de recibir su galardón.
Las córneas, que ya cuentan con una patente abierta, se componen de una matriz artificial formada por agarosa (una biomolécula que proviene de un alga), y por fibrina, una proteína obtenida del plasma sanguíneo esencial para la formación de coágulos. Sobre ella se coloca una capa de células corneales epiteliales. En este andamiaje de fibrina-agarosa se introducen además células del estroma, la segunda capa de la córnea, que supone más del 90% de su espesor total. El reto final ahora es recrear la tercera capa, el endotelio, una tenue lámina de una sola célula de espesor ubicada en lo más interno y especialmente difícil de imitar.
La investigación de Miguel se reparte entre la Universidad de Granada y el servicio de Oftalmología del Hospital San Cecilio de la capital nazarí, aunque también ha trabajado con el Virgen del Rocío de Sevilla o el Rena Sofía de Córdoba. En un futuro espera hacerlo también con algún hospital de su Málaga natal, tierra de la que es toda su familia y a donde regresa cada vez que tiene ocasión, aunque su periplo vital le llevara primero a Madrid y luego a Granada.
Este investigador espera que el premio contribuya a dar otro espaldarazo a su proyecto; de hecho, afirma que ya está recibiendo ofertas del capital privado. «La intención de nuestro grupo es que la patente se mantenga pública y que hoy un día pueda llegar al SAS. De hecho, hasta ahora no tenemos capital privado pero es cierto que habrá que tenerlo. Ya veremos», apunta. Miguel, por otro lado, se muestra muy apenado con los recortes en investigación
«Cada vez está todo más complicado. Hay menos dinero y menos contratos. Yo creo que se aprovechan en parte de que la investigación es nuestro hobby. Estamos al límite. Muchos compañeros se están marchando al extranjero. Corremos el riesgo de que la investigación puntera que hemos tenido años atrás se quede en nada», explica Miguel, que dice no entender cómo mientras países como Alemania, Brasil o la India incrementan cada vez más sus partidas para investigación aquí las seguimos recortando. «No tiene sentido, sobre todo si la idea es no volver al modelo del ladrillo. Si seguimos así habrá una continua fuga de cerebros», asegura.