Ninguneados y ofendidos
Qué cutre”, me dice una amiga al enterarse del litigo judicial entre dos profesores de la Universidad de Granada. “¿Has leído qué cosas se han llamado, qué acusaciones más sucias?”. Lo dice entre sorprendida y asqueada, quizá porque no ha frecuentado la Facultad de Filosofía y Letras y no sabe cómo se las gastan allí. Veo la foto en primera página del periódico y leo que el pleito convirtió la puerta de los juzgados en un hervidero de medios de comunicación. Miro las fotos interiores, confundo a un señor con gafas que aparece en segundo plano con Mocito Feliz –el conocido ‘freak’ que se cuela en las fotos del famoseo litigante– y me imagino el regodeo, confesable o no, de tanta mala buena gente.
A mí el asunto no llega a asquearme como a mi amiga, aunque es verdad que, de primeras, ñeer ña crónica del juicio incomoda un poco. Luego recuerdo que los hombres de letras se han profesado desde siempre, o al menos desde el tiempo de Góngora y Quevedo, atroces inquinas y odios africanos, y llego a la conclusión de que llamarse cretino, cabrón e hijo de puta a la cara es mucho más franco y noble que practicar el arte del ninguneo, de la condescendencia o del elogio envenenado; manifestaciones a las que, por lo demás, las taifas culturales granadinas no podrían renunciar sin perder buena parte de su especificidad y su salero.
Es quizá en el ninguneo –y en su reverso, la felación, entiéndase en sentido figurado– donde aquí se llega a cotas más depuradas. El profesor Fortes ha dicho que la raíz del conflicto está en que en su asignatura no nombra al profesor García Montero, a cuya actividad como poeta nunca ha prestado atención. De esa explicación se desprende que, según Fortes, García Montero se habría sentido ninguneado por él, lo que no parece probable, o bien que el profesor Fortes intenta ningunear ahora la figura poética de García Montero.
El ninguneo es mucho más eficaz como arma ofensiva que la maledicencia, y además se considera de buen tono. Claro que también se puede insultar sin perder el buen tono. Hará unos quince años, el filósofo asturiano Gustavo Bueno tuvo que hacer frente a una querella por haber llamado cretino no recuerdo a quién –las trifulcas entre intelectuales no son privativas de la Universidad de Granada–. Al filósofo le bastó con explicarse para salir airoso. “No le llamé cretino”, dijo, “sino cretense”. Lo cual no deja de ser otra forma de ningunear a su oponente.
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