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Navidad en el fin del mundo

Navidad en el fin del mundo

Juan Redondo acaban de dar la bienvenida al nuevo año a miles de kilómetros de la tierra que les vio nacer y en la que viven actualmente, excepto en momentos puntuales, claro está. Mientras los miembros de sus familias brindaban y tomaban las respectivas uvas a las doce de la noche del día 31 en Huétor Santillán y Cozvíjar, ellos hacían lo propio al otro lado del mundo. El 2009 les llegó en el interior de una base científico-militar con vientos mantenidos de más de 100 kilómetros hora, con temperaturas bajo cero y entre grandes placas de hielo. También a plena luz del día.

En la Antártida, donde nunca oscurece en esta época del año, las Navidades unen dos conceptos -verano y blanco- que raramente aparecen juntos fuera de la imaginación humana o de la ciencia ficción. José Benito y José Juan toman el pulso a la tierra sobre la que late el volcán de Isla Decepción, en el archipiélago de las Shetland del Sur. Forman parte de un proyecto del Instituto Andaluz de Geofísica -Universidad de Granada- sobre el seguimiento de la actividad sísmica en un territorio de notable interés tectónico. En estos momentos, llevan más de un mes fuera de casa.

Aunque coyuntural, la existencia en el continente antártico no es fácil. El que, además, haya que atravesar unas fiestas tan señaladas en el calendario hace que la historia sea aún más particular; pero, en palabras de los investigadores, «sólo el que viene aquí, al fin del mundo, y lo vive en primera persona, es capaz de entenderlo». Asumen la distancia con los suyos, que se hace más patente en momentos como el actual, pero la entienden como «parte del precio que debemos pagar por el privilegio de trabajar en un sitio así».

Viaje al fin del mundo. Como miembros del equipo que lleva a cabo un estudio dirigido por la profesora Inmaculada Serrano, también investigadora del Instituto, los esfuerzos de Benito y Redondo, que salieron de Granada el pasado 23 de noviembre, se encaminan a la recopilación de datos para controlar la actividad sísmica local. A ello se dedican desde que arribaron a la Isla en los primeros días de diciembre, después de un viaje que tuvo sus más y sus menos. De Madrid a Buenos Aires, en avión. Después se trasladaron a El Calafate, para luego desplazarse a Ushuaia, donde ultimaron los preparativos antes de la partida en el buque de investigación oceanográfica ´Las Palmas´, de la Armada Española, que habría de conducirlos hasta su destino. El tramo final les reservaba más de una sorpresa: «La travesía del Estrecho de Drake fue dura. Un fuerte oleaje dificultaba el camino hasta Isla Decepción. El viaje duró tres jornadas. Nos tuvimos que quedar en la nave y no pudimos desembarcar hasta dos días más tarde, debido a un fuerte temporal de viento». Su misión en el extremo del planeta comenzó en el mismo instante de alcanzar la costa: «Al tratarse de un volcán en activo, hubo que hacer un primer reconocimiento visual desde el buque para detectar cualquier anomalía. Más tarde, tras el desembarco, procedimos a instalar un primer sensor junto a la base ´Gabriel de Castilla´ -donde residen y trabajan-, gestionada por el Ejército de Tierra, para registrar posibles incidencias sísmicas. Tras cuatro horas recibiendo y comprobando datos, comenzó el desplazamiento del resto del personal, de los víveres y de los equipos, tarea en la que empleamos otros dos días».

La fase inicial del proyecto es, sin duda, la más sacrificada y compleja. Conlleva la instalación de dispositivos técnicos -sismómetros- para la recogida de información. Los científicos tuvieron que emplearse a fondo para concluir con éxito una labor de campo que realizaron en condiciones extremas. Desde la base y en declaraciones a La Opinión explican que la climatología está siendo especialmente adversa durante esta temporada: «El trabajo al aire libre está resultando muy difícil por las duras condiciones climáticas, con vientos mantenidos de más de 100 km/h y puntas de hasta 150, casi siempre acompañados de nieve». Benito, que lleva 16 años en el Instituto Andaluz de Geofísica y acumula la experiencia de varias campañas antárticas, cuenta que, salvo por el mal tiempo, la situación en Decepción no es mala. «Cuando la ventisca de aguanieve arrecia, nos vemos obligados a volver a la base. Los elementos ponen a prueba los aparatos. En ocasiones no funcionan igual de bien que en circunstancias favorables. Debemos solucionar los problemas con los medios disponibles sobre la marcha, con mucho ingenio y esfuerzo», añade.

Los datos que recogen los equipos -estaciones telemétricas, de largo período y un array o antena sísmica- son transferidos a las computadoras de ´Gabriel de Castilla´, donde son procesados. Están atentos a cualquier incidencia, pues de su vigilante intervención depende, en parte, la seguridad de todos los que trabajan en este recóndito y, en principio poco tranquilo, rincón del globo. El grupo consta de veintiocho componentes, entre los que se cuentan catorce científicos -cinco mujeres y nueve hombres- y catorce militares del ejército de Tierra -una mujer y trece hombres-. Civiles y militares deben compaginar sus estudios con la realización de tareas diarias de limpieza y mantenimiento de comedor, dormitorio, baños, etc. El transporte de personas y material, así como las comunicaciones, sanidad, alimentación y gestión ambiental, depende de los miembros de las Fuerzas Armadas.

No esconden que lo que en España resulta fácil, allí lo complica el extremo ambiente de Decepción, pero afirman que «podría ser peor sin el apoyo mutuo que nos damos. Lo asumimos como parte del precio que hay que pagar por el privilegio de poder estar aquí».

-¿Qué es lo que más se echa de menos?
-Lo más duro, más que el frío y el viento, es no poder ver a la familia. Es un sentimiento en el que coincidimos todos. Procuramos estar en contacto por teléfono satélite y por correo electrónico, pero conforme pasan las semanas, notamos más la distancia, aumentan las ganas de abrazar a tu gente. El reencuentro tendrá lugar en poco más de dos semanas.

Está previsto que regresen el 19 de enero, aunque las incidencias de última hora serán un factor a tener en cuenta, pues no se hallan precisamente en un crucero por el Rhin. Cuando concluya la expedición, habrán pasado dos meses fuera de casa. Rosa Martín y Antonio Villaseñor, también de la UGR, les darán el relevo.
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