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Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa

He de reconocer que siempre me ha dado un poco de repelús Mario Vargas Llosa. No por sus novelas, magníficas al menos las que he leído, pero sí por algunas opiniones y pareceres que le he ido escuchando a lo largo de los años y que me habían hecho imaginármelo como una persona excesivamente neoliberal y con ese tufo de la derecha que hay a la derecha y que suele echarme para atrás. Casi he estado a punto de cambiar de idea después de la charla que el escritor mantuvo con alumnos de la Universidad de Granada el día antes de que fuera investido como doctor honoris causa. Sus disertaciones sobre literatura, sobre la vocación del escritor, fueron excelentes.

Cuando llegó el turno de dejar de hablar de letras para hacerlo de política y de la situación de América Latina, me pareció solamente aceptable su análisis preocupado ante la nefasta influencia que el populismo bolivariano de Hugo Chávez pretende ejercer en otros países del entorno. Las opiniones de Mario Vargas Llosa a este respecto se me antojaron como las de un intelectual que ama verdaderamente la libertad, un demócrata convencido que sabe que a pesar de todos los defectos de las “democracias mediocres”, siempre serán más vivibles que las dictaduras como la cubana o la de Corea del Norte y pseudodemocracias como las de Venezuela y, cada vez más, Nicaragua. Reconozco que Vargas Llosa estuvo a punto de convencerme.

Pero cuando el miércoles leyó, y después yo releí, su discurso de aceptación del doctorado honoris causa, me volvieron, de golpe, todas mis reservas y ese repelús antiguo cobró fuerza y justificación. El discurso de Vargas Llosa, además de demagógico, me pareció, para ser un poco suave, pura bazofia intelectual. El autor de ‘Lituma en los Andes’ vino a decir que la cultura, la gran cultura, ha desaparecido porque ya no existe la diferencia entre los cultos y los incultos, porque todo el mundo, a su manera, es culto –en un reduccionismo del relativismo impropio de un autor de su talla– y que ya no existen las élites culturales que “establezcan la importancia de los valores en las artes, las ciencias y las técnicas”.

Para el nuevo doctor honoris causa de la UGR la cultura “estableció siempre unos rangos sociales entre quienes la cultivaban, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la ignoraban o eran excluidos de ella por razones sociales y económicas” y gracias a ello existía una clasificación que “resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse”. Su apuesta, claro, es la vuelta del elitismo cultural. Algo sencillamente abominable. No creo que en la UGR compartan estas opiniones, pero no es por ellas por lo que le han dado un honoris causa, por otro lado, merecido.
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