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Asuntos tribales (I): con Lorca de por medio

Asuntos tribales (I): con Lorca de por medio

Y a éste lo numero con el uno porque cronológicamente toca primero, pero al menor desperezo ojeador podrán divisarse tropecientos. Refieren los diccionarios que llámase tribu a una «organización social, política y económica propia de pueblos primitivos, formada por individuos de un mismo origen, real o supuesto, lengua y cultura, y dirigidos por un jefe». Asuntos tribales pueden considerarse por tanto los sacados en cada momento a la palestra que convenga por la tribu correspondiente. Estábamos acostumbrados en bastante por estos pagos a las tribus articuladas en torno al sobrinismo. Casi nada, por no decir nada, al hijismo. Como no podía ser menos para su más impoluto linaje nazarita, el domingo y en la Torre de la Vela alumbrósenos modernísimo modo: el ahijadismo, bien es cierto que en este caso además putativo, más que nada porque los padrinos (tampoco consta el de titos ningunos) no dieron nunca su que sí ni su que no. Y están muertos. Todos son, embozados con la capa que deja sin embargo ver la patita burdamente peluda, un modus vivendi parasitario de terceros, sin otro mérito contrastable que el supuestamente alegado como herencia. Apenas si los distingue algo más que el mayor o menor grado de parentesco, sanguíneo o impostado, aducido como legitimidad patrimonial excluyente. En lo demás se parecen como dos gotas de agua del mismo chorro.

En el caso de hoy, del seguramente penúltimo rifi rafe de terceros con Lorca de por medio como escenario atrayente, seguro que la cosa viene de bastante atrás, de rencores viejos, alimentados saltuariamente por envidias de famas (que no de cronopios) volátiles y de traicioncillas de pitiminí. La punta del iceberg que conocemos los de afuera asomó descalza con ocasión de la denuncia interpuesta y luego ganada por José Antonio Fortes (profesor de la Universidad) contra Luis García Montero (también profesor de la misma y hasta del mismo departamento, y poeta) por injurias del segundo contra el primero: esencialmente llamarle por escrito perturbado a raíz de que Fortes sostuviera por escrito también que García Lorca «reproducía formas ideológicas fascistas como poeta y como director populista de La Barraca» o que Francisco Ayala haya sido un aliado del franquismo. Aquello se saldó como todo el mundo sabe: indemnización de García Montero a Fortes, que de 60.000 euros pedidos descendió a 3.000, y anuncio de abandono de la Universidad de Granada por parte del poeta. No fue sin embargo, aunque pareciera entonces que sí, el último acto de este psicodrama estrafalario.

Hace tan sólo unos días Antonio Carvajal, profesor también de la UGR, poeta y a la sazón director de la Cátedra García Lorca de la misma, tuvo la traviesa y seguro que no ingenua ocurrencia de incluir en el programa de la misma una conferencia de José Antonio Fortes, perfectamente ataviada para la escena: «El lugar intelectual del Romancero Gitano (1928)», cosa sobre la cual no se sabe bien por los no asistentes si habló Fortes. Sí que, encumbrado por primera vez en 36 años de docencia en la UGR (y no debe ser sólo casualidad) a los altares efímeros de una conferencia, se sabe que desbarró sobre Lorca a placer, llegando probablemente al orgasmo de la injuria cuando entre un sinfín de pedrería de la misma jaez afirmó, crecido y sin sonrojo, la perla: «que yo sepa Lorca no tuvo sufrimiento alguno».

No había pasado por mi cabeza ni por la de nadie de quienes conozco que hubiese que dar cuenta de los sufrimientos de los fusilados de entonces ni de nunca al profesor Fortes. Lleva razón esta vez la familia Lorca en sentirse agraviada por las infamias proferidas contra su tío y más, si cabe, por el recochineo cínico de perpetrarlas al amparo de una tribuna que lleva su nombre y en medio de una batallita del que Lorca no es más que el señuelo. No da, y esta vez lo siento más, para mucho el espacio disponible en esta página, así que por concluir quiero expresamente hacerlo afirmando (y espero fumando las denuncias) que distinguir gradaciones de sufrimiento entre asesinados sólo conozco que haya sido práctica criminalmente investigadora de los doctores de los campos de exterminio nazis. La libertad de expresión es una cosa y la de escarnecer, y más si irracionalmente, es otra. Y, si muerto, también cobardía.
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