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La poesía de Silvia Ugidos: diez años sin pruebas del delito

La poesía de Silvia Ugidos: diez años sin pruebas del delito.

Las expectativas creadas con la publicación de «Las pruebas del delito», el primer libro de poemas de Silvia Ugidos, la convirtieron en lo que vagos gacetilleros a tiempo parcial y profesores previsibles se empeñan una y otra vez en denominar «una voz a tener en cuenta» o «una de las voces más personales» (yo, que soy ambas cosas, lo he dejado en el muy vago y previsible «una de las voces más interesantes del panorama poético español»). Diez años después, la obra poética de Silvia Ugidos parece haber entrado en un silencio poético -al menos, editorial- del que apenas la ha sacado una «plaquette» que, con el título de «Poemas», se publicó en 2001 en Palma de Mallorca (producto de un ciclo de lecturas hechas en la Universidad de las Islas Baleares), algunos poemas en una cuidadosa edición para coleccionistas con grabados creados para la ocasión, o su intervención en las jornadas poéticas organizadas en Valdediós y recogida en los cuadernos literarios del cenobio. Sí que es cierto que, a lo largo de estos años, Silvia Ugidos no ha abandonado la actividad literaria. Además de su trabajo como periodista (y casi todos los periodistas negaron que lo suyo sea literatura, qué curioso), su relación con las letras se ha mantenido constante a través de su labor como articulista en prensa, su colaboración en programas televisivos de contenido literario, sus críticas literarias en revistas, su participación en la tertulia «Oliver» y su intermitente actividad como conferenciante o como docente en cursos para profesores, congresos universitarios o talleres literarios. De hecho, el silencio poético no ha impedido que a lo largo de estos años Silvia Ugidos haya publicado relatos en libros colectivos y en revistas, y algunos libros para niños (en asturiano: mención aparte merece su libro «Mi padre es ama de casa», que obtuvo un hermoso premio consistente en la publicación simultánea en castellano, asturiano, gallego, catalán, eusquera y aragonés). Parece dar a entender con ello la autora, o al menos así lo entiendo yo, que la timidez, las reticencias o la prudencia se dejan para la poesía, pero no para otros géneros, que el poeta expone más, apuesta más, se entrega más, en definitiva, por lo que el nivel de exigencia personal también es superior.

Décimo aniversario

Es verdad que, tradicionalmente, los poetas han sido corredores de larga distancia más que especialistas en el sprint. A diferencia de los narradores, ninguna estrategia de mercado, ninguna exigencia de presencia pública y ninguna táctica de agentes o de editores suele alterar un ritmo de trabajo que depende más de estados de ánimo y de tiempo disponible que de razones externas, como tampoco suele alterar un ritmo de publicación que más obedece a ciclos muy subjetivos o a oportunidades inesperadas (invitaciones de editores -escasas- o premios -¡ay, los premios!-). Por eso, no resulta extraño que la distancia temporal entre la publicación de dos libros de poemas sea en ocasiones muy amplia: los poetas no viven de la poesía, ya se sabe, todo lo más de sus márgenes. Como tampoco resulta extraño que esta distancia temporal refleje también una distancia estética entre esos mismos libros. De ahí que los diez años transcurridos desde la publicación del libro de Silvia Ugidos «Las pruebas del delito» no supongan en sí mismos ni una extrañeza ni una extravagancia, salvo que terminen convirtiéndose en una síntoma del «síndrome Bartleby», ese, ya saben, que llevaba a este personaje a responder con su displicente y obcecado «preferiría no hacerlo», y que con tanta precisión y procesión ha relatado Enrique Vila-Matas.

Una obra consolidada

A todo esto debemos sumar el hecho de que la obra poética de Silvia Ugidos ha obtenido a lo largo de estos diez años no sólo el aprecio de los lectores, sino también un amplio reconocimiento por parte de la crítica. No sólo aparece en algunas de las antologías de mayor presencia («Generación del 99», «Selección nacional»), sino que su obra ha sido estudiada y citada por parte de investigadores españoles y extranjeros por la originalidad de sus propuestas y por la contundencia de sus opiniones, situándola al lado de autoras como Francisca Aguirre y Aurora Luque por el riquísimo uso que hace de la tradición clásica (así se hace, por ejemplo, en un artículo académico titulado «Rescuing the voice of the abandoned woman: Penelope, Circe and Ariadne in the poetry of Francisca Aguirre, Ana María Romero Yebra, Silvia Ugidos and Aurora Luque»). También María Rosal, en su reciente tesis doctoral presentada en la Universidad de Granada «Poesía y poéticas femeninas en España: 1975-2000», incluye numerosas referencias a la obra de Ugidos, a pesar de que ésta haya hecho manifestaciones que la sitúan, incluso, en un lugar marginal dentro de la poéticas femeninas, llegando a decir: «Creo en la santísima trinidad de la poesía: tradición, trabajo e intuición; descreo de la inspiración, el Espíritu Santo y la poesía femenina». Y no hace mucho tiempo Julián Mirlino escribía un interesante artículo en la revista «Clarín» titulado «Silvia Ugidos contra la poesía triste», en el que colocaba a la autora en una tradición de poesía irónica en la que estarían, entre otros, Manuel Machado, Ángel González, Gabriel Ferrater, Javier Salvago, Jon Juaristi, Luis Alberto de Cuenca, Miguel dOrs, Víctor Botas y Ángel Guache.

Sin rastro

Tampoco es que se trate de llamar a los del CSI o a los de «Sin rastro». No existe una oficina forense de la poesía que siga las pistas de los autores hasta dar con ellos y con su obra. La poesía de Silvia Ugidos (que ella misma emparentó con los hermanos Machado, Safo, Felipe Benítez Reyes, Vincenzo Cardarelli, Cernuda, Kipling, Sophia de Mello Breyner Andressen, Ángel González, Larkin, Víctor Botas y Jorge de Sena, entre otros) tiene una vigencia absoluta diez años después por su particular manera de abordar el autobiografismo y la ficcionalización del yo, la ironía, la desacralización de los mitos, la relectura de la tradición, los contramodelos femeninos, el sujeto en construcción que se manifiesta en lo contradictorio (que son algunos aspectos destacados por Mirlino). Si ven ustedes a unos señores y unas señoras con chalecos reflectantes, maletines, gafas de sol, linternas, infrarrojos, cámaras fotográficas, ordenadores, tecnología punta en definitiva, no se asusten ni se extrañen: a lo mejor son los de ese CSI de la poesía fantasmagórico e improbable que está buscando diez años después las pruebas del delito de Silvia Ugidos.

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