MIGUEL C. BOTELLA Catedrático de Antropología Física de la Universidad de Granada
Miguel Botella es uno de los más reconocidos expertos en antropología forense a nivel mundial. Por citar dos ejemplos, los huesos de Cristóbal Colón y San Juan de Dios han pasado por las manos de este investigador granadino. Además, también ha estudiado los restos de desaparecidos en la dictadura militar de Chile y de las víctimas de la violencia en las ciudades más conflictivas de México. Hoy impartirá dos ponencias en un curso de introducción a la antropología forense organizado por la Universidad de Oviedo.
-¿Hasta qué punto pueden hablarnos los huesos?
-Los restos óseos pueden darnos muchos y muy importantes datos. Los parámetros básicos que podemos obtener son sexo, edad, talla y complexión. Y estos puntos son imprescindibles para cualquier estudio judicial. Sólo con decir si es hombre o mujer eliminamos el 50 por ciento de la población. Así que si además decimos que, por ejemplo, tiene de 20 a 25 años eliminamos tres cuartas partes. Si yo estudio unos huesos puedo decir cómo era esa persona de alta, de fuerte, cuál era su sexo, su edad, etcétera. Pero no puedo decir quién era. Para ello necesito algo que no presente género de dudas, como una fotografía. No se trata de decir quién es, sino de descartar quién no es.
-¿Existen diferencias entre las violencias usadas en las distintas sociedades?
-Por supuesto, a pesar de que tenga las mismas consecuencias en todos los lugares. Por ejemplo, la violencia en la guerra de los Balcanes fue planificada e impersonal. Sin embargo, la implicación afectiva que hay en América Latina es mucho mayor. Allí son más pasionales, y esto se puede ver en una violencia mucho más cruda, directa y desatada. Es importante saber que la sociedad siempre es violenta. Pero cuando hablamos de violencia en España no nos damos cuenta de que es mínima, ínfima, al lado de lo que hay en el resto del mundo.
-¿En qué medida se puede unir la antropología forense a la justicia?
-El antropólogo forense debe ser antropólogo forense. No puede ser gente involucrada en derechos humanos ni nada que implique un posicionamiento. Nuestra labor consiste en dar datos objetivos, evidencias para que otros juzguen. Procuramos trabajar con material y no con seres humanos para evitar esa implicación personal. Sin embargo, uno también siente dónde está la maldad y es imposible no sobrecogerse en muchos casos.
-¿Qué opinión le merece la ley de Memoria Histórica en relación a la exhumación de cadáveres?
-Creo que en España todavía quedan familiares muy directos y, por supuesto, es una función social permitir que el entierro se realice y que esa gente pueda hacer descansar a sus seres queridos. No obstante, pienso que no se pueden abrir fosas sin seleccionar de cuáles se van a poder identificar los restos. Principalmente porque no sería posible reconocer a más del 90 por ciento de los cadáveres y eso no tendría sentido. Por tanto, hay que seleccionar aquellos casos que de verdad son acuciantes y que son de humanidad, para que los familiares directos puedan llorar a sus seres queridos como debe ser.
-¿Cuál es el estudio a lo largo de su trayectoria al que le da mayor importancia?
-Como reto personal, todos los que han podido ayudar a las familias del fallecido. Cuando uno es capaz de paliar la angustia y el sufrimiento de los familiares y conseguir que se emocionen delante de los restos de su pariente, es la mayor recompensa. Hace no mucho, en América Latina, le entregamos un hijo a su madre. Cuando pudo ver los restos, la mujer me dijo: «Ahora sí puedo vivir». Cuando te suceden historias como esta, Colón no es tan importante. No me preocupa ponerme una medalla más o menos cuando se toca lo humano. En este sentido, mi profesión me ha hecho ser más humano.
-¿Cree que hay suficiente apoyo gubernamental a los nuevos científicos?
-Estamos sacrificando una generación maravillosa. Tenemos los mejores doctores y licenciados de toda la historia de España y les estamos obligando a que se marchen al extranjero. Y son cerebros que nos ha costado formar. Por eso, es normal que si exportamos con becas y programas de formación a nuestros mejores investigadores no podamos recoger los frutos. Es una política suicida que nos está pasando factura.