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Ya no es necesario pasar por los campamentos de Afganistán: los terroristas se forman en los pisos, donde pasan años viendo vídeos que bajan de Internet.

EN noviembre de 2001, la Policía detuvo en el barrio granadino de Cartuja a Zaher Asade, un ciudadano sirio que había llegado dos años antes y que se ganaba la vida como carpintero en una empresa de decoración y reformas en domicilios. El carpintero del sur, que aparentemente sólo manejaba martillos y remaches, fue condenado por la Audiencia Nacional. Mohamed Zaher había sido entrenado en los campos terroristas de Afganistán y, en Granada, camuflado de carpintero, era uno de los enlaces de la red de muyahidines que trabajaban al servicio de Bin Laden.

Nada hacía entrever tampoco que Mustafá Setmariam, un vendedor ambulante, fuese una de las puntas de la cúpula de Al Qaeda. O que Hassan Al Hussein era un muyahidin y tenía en su casa instrucciones para fabricar bombas. Bajo la piel serena se escondían islamistas radicales.

Nadie podía suponerlo. «No hay perfiles concretos de terroristas. Se han cruzado datos y no sale nada claro», comenta Javier Jordán, profesor de la Universidad de Granada, uno de los grandes expertos en terrorismo islamista. «Pero sí hay elementos comunes en el caso de los europeos conversos que se han radicalizado». ¿Cómo nace un talibán, un yihadista, un loco de Dios? ¿Qué sucede para que un chico normal decida morir matando? «El compromiso es muy progresivo, no se convierten en terroristas de un día para otro», explica el profesor Jordán.

El contacto

El líder es, en este sentido, una especie de ojeador, siempre a la busca de nuevos talentos a los que adoctrinar. El contacto es el paso inicial en el demencial camino hacia el martirio. «Primero, la amistad, luego, la ideología», describe las pautas Jordán.

La relación se establece de manera inofensiva en lugares de encuentro, como, por ejemplo, mezquitas, locutorios, gimnasios o comercios, o a través de amistades comunes. De esta forma, los conspiradores empiezan a tejer la telaraña. Poco a poco los lazos se van estrechando. Ha llegado el momento de avanzar. Alguien organiza encuentros en su piso y allí se celebran reuniones que pueden durar toda la tarde, guiadas por un líder. Se dedican a ver vídeos, material clandestino que han sacado de Internet. Discuten y comparten creencias alrededor de unas tazas de té y lejos de miradas y oídos indiscretos. Ese proceso puede prolongarse durante años… hasta que un mal día, los aspirantes a yihadistas deciden pasar a la acción.

La circulación en la Red de material reservado para el adiestramiento es algo habitual. Después de años consumiendo material incendiario, el grupo de amigos -seguramente reducido, porque los que llegan hasta el final son los menos- se ha convertido en una célula terrorista dispuesta a atentar. No es necesario que estén conectados con la fantasmal cúpula de la organización fundada por Bin Laden, ni que reciban instrucciones: «Pueden actuar de manera independiente. Por ejemplo, el atentado de Londrés se financió con un préstamo que pidió el líder de la cédula», explica Javier Jordán. Fue a un banco y obtuvo un crédito que le permitió cubrir los gastos de un asesinato múltiple. Increíble, pero letal.

La fuerza de Internet

Mustafá Setmariam, el ciudadano hispano-sirio que se instaló en An dalucía a principios de los noventa, fue el primero que vio en Internet una herramienta clave para favorecer la expansión de Al Qaeda. Hoy, la Red, además de otras muchas cosas, se ha convertido en una fábrica de terroristas.

La ideología extremista se encuentra en lo que se denomina la web oculta. A sus páginas no se puede acceder a través de cualquier buscador: «Las direcciones son confidenciales y se las pasan entre ellos. Son foros de debate, listas de distribución de correos electrónicos », relata Jordán.

La maquinaria islamista en Internet se puso en marcha en Irak. La Red servía para aterrorizar al mundo con las imágenes de los degollamientos de extranjeros secuestrados y para encumbrar a misteriosos francotiradores con varios cadáveres de marines en su currículo. Y también para enseñar. Con tantos contenidos a disposición de un clic, los jóvenes radicales ya no necesitan salir fuera para adoctrinarse. Antes era imprescindible pasar por los campamentos de Afganistán. «Son más, pero están menos preparados».

Todas las fuentes consultadas para la elaboración de estos reportajes han coincidido en señalar que los grupos más radicales asentados en España se encuentran en Cataluña, cobijados en el extrarradio de las grandes ciudades e incluso en zonas rurales.

Tras el 11-S y el 11 de marzo las Fuerzas de Seguridad encaran la situación de otra manera. ¿Cómo está el terrorismo islamista pasados tres años desde la horrorosa mañana del 11-M?: «Ahora está más descentralizado. Son pequeños grupos. Sin embargo, han sufrido mucho desde el 11-S. Han sufrido las organizaciones como Al Qaeda, pero se ha reforzado la ideología y el aparato propagandístico», concluye el profesor Jordán.
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