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Vivir de la ‘manta’ en verano

Mientras los ciudadanos huyen del calor sofocante de la ciudad hacia la Costa, algunos, menos afortunados, se quedan. Otros -la mayoría- preparan ya la vuelta. En la categoría de ‘no puedo tener vacaciones’ entran los manteros. Aunque muchos han emigrado hacia las playas en busca de veraneantes-compradores, las calles del Centro todavía cuentan con los clásicos puestos ambulantes del top manta. Se adaptan al horario veraniego de los granadinos y a los controles cotidianos de la Policía Local. Unos pocos salen a trabajar por la mañana, dejan el Centro por la tarde y vuelven por la noche. Afrontan el aire cálido del paisaje urbano, sentados al lado de su manta o de pie detrás de su puesto de cartón. Gafas, abanicos, camisetas y relojes son los productos estrella de cada verano.
La mayoría de los que viven del top manta vienen del África subsahariana, de Senegal, Gambia y Sierra Leona, entre otros países. Los manteros africanos al llegar de manera ilícita al territorio español viven en situación irregular en la Península. Un mínimo error significa su regreso y el fracaso del sueño europeo para todos ellos. Por su falta de documentación y la función ilegal que ejercen, están sujetos a penas judiciales contra la propiedad intelectual o industrial, e incluso a la repatriación.
Andalucía, punto neurálgico
La presencia indebida de los subsaharianos que ejercen el top manta se constata en toda España, sin embargo, hay ciudades más señaladas que otras, tales como Barcelona o Madrid, pero también las provincias andaluzas demuestran una fuerte ocupación.
Al estar cerca de la Costa Mediterránea, las ciudades de andaluzas resultan ser el punto de encuentro de los inmigrantes del continente africano. En Granada, durante gran parte del año, las calles y plazas están a rebosar de manteros. Se ubican en las zonas comerciales de mucha afluencia, e incluso entran en los bares y restaurantes con bolsas de plástico llenas de mercancía.
Son las siete de la tarde, el Centro empieza a recobrar vida tímidamente. El guirigay habitual de la ciudad se alejó temporalmente para dejar paso a un semblante de tranquilidad. Además de la gente que se ha tenido que quedar en la capital por razones laborales o económicas, están los manteros. Aunque en menor cantidad durante los meses de julio y agosto, los vendedores de la manta pueblan los cruces, las vías y las plazas más conocidas del Centro. Los que no se han mudado a la Costa durante la temporada de playa para vender sus mercancías tienen sus puestos habituales en Gran vía, plaza Bib-Rambla, calle Zacatín, Acera del Darro, calle Mesones, Plaza Nueva y hasta en los semáforos de la ciudad.
Tuba, senegalés de 23 años, lleva 15 meses en Granada. Bajo la sombra y el ‘frescor’ de la calle Zacatín instala su puesto ambulante hecho de cartón, en el que ofrece multitud de gafas a los viandantes. Réplicas de los últimos diseños de moda, de marcas tales como ‘Ray-ban’ o ‘Carrera’, al módico precio de 10 euros, algo que no hace todo el mundo.
90 euros de diferencia
En tiendas, los clientes pueden adquirir un modelo original por más de 100 euros; más caro pero más seguro para su vista. «El público, en general, manifiesta una permisividad a la venta de estos productos, en parte por el ahorro económico que les ocasiona y por solidaridad con quienes suplen la falta de trabajo con la venta callejera, mientras que los comerciantes ven dañados sus intereses», explica la concejal de Seguridad Ciudadana, Telesfora Ruiz.
Los consumidores, calificados de ilegales al igual que los que venden en el top manta, al comprarles, alimentan la red mafiosa oculta a la que pertenecen, lo que no ayuda a la mejora de su situación. Además, ponen en peligro su salud al adquirir y llevar estas gafas de imitación, puesto que puede provocar quemaduras en la córnea y daños en la retina.
De hecho, un estudio reciente de la Universidad de Granada demostró que las lentes falsas no son del todo fiables en materia de filtración de los UV, a diferencia de unas buenas gafas compradas en las tiendas especializadas.
Tuba llegó a la Península tras un largo viaje en patera, como la mayoría de sus compañeros callejeros. La esperanza de una vida mejor, la falta de dinero, el sueño europeo son las razones principales que le motivaron para emprender su viaje desde Senegal. Pero una vez llegado a territorio español, la realidad es otra. «No me gusta estar aquí» afirma Tuba. El joven se cansa de jugar al escondite continuamente con la Policía Local, se queja de sus escasas ventas y de estar todo el día en la calle.
«No puedo trabajar, no tengo papeles y no tengo dinero para pagar mi alquiler», explica el mantero. Tuba vive en el barrio del Zaidín. Comparte piso con otros compañeros de ‘profesión’. «Lo que piensas siempre es en volver a tu país… Aquí no hay nada», revela el senegalés. Toda su familia espera un regreso rápido a su país, una promesa que no puede asegurar de momento.
Además de las gafas de sol, los productos más demandados de los vendedores ambulantes son los relojes y un clásico muy de la temporada en Granada, el abanico. Plaza Nueva parece ser el lugar propicio para vender este accesorio tan útil para refrescarse durante los meses de máximo calor.
Un abanico por tres euros y dos por cinco, esta es la oferta. En pleno sol, extienden su manta y esperan durante largas horas al cliente. En cuanto a los relojes, la mayoría son de plástico y sus precios son muy variados, «depende de lo que propone el cliente…», según un mantero de la plaza Bib-Rambla.
El negocio del top manta se extiende incluso hasta los semáforos de la ciudad donde hay más tráfico. A las horas punta, equipados con sombreros, proponen a los conductores urbanos paquetes de pañuelos y ambientadores para coches. La rutina del trabajo callejero se resume en largas horas de espera de pie, bajo el sol, numerosas paseos por la misma calle y llamadas a la ventanilla de los conductores para intentar vender algo.
Detrás de la manta
Unos precios atractivos, unas imitaciones que casi no se diferencian de las piezas originales y unos modelos de última tendencia son los puntos fuertes del top manta. Para regular esta situación y evitar la propagación de la actividad, la Policía Local efectúa patrullas cotidianas en la ciudad. «En caso de la venta de material ilegal, la policía no se puede inhibir por ser contenido de Código Penal, se requisa la mercancía, y esta queda a disposición del juez, y se detiene al vendedor, ya que es responsable de la comisión de un delito», precisa Telesfora Ruiz. «Existe un grupo de agentes de Policía Local especializados en propiedad intelectual e industrial que realiza periciales para los Juzgados», añade la concejala.
Hasta el mes de junio de este año se han realizado 782 intervenciones de venta ambulante, en las cuales se han incautado 146 partidas de cedés/deuvedés, 162 lotes de prendas falsificadas y 213 conjuntos de productos perecederos, según datos facilitados por la concejala de Seguridad Ciudadana.
El top manta genera otra actividad paralela considerada como una de las fuentes originarias de la práctica ilegal: los almacenes de ciudadanos chinos, que están invadiendo España con sus bazares. Muchos de ellos mantienen tareas ocultas y proporcionan el material a los vendedores ambulantes irregulares para que sigan con su comercio. Las mercancías falsas llegan a los puertos españoles a través de contenedores provenientes de China y furgonetas de Milán principalmente. Los productos llegan a los embarcaderos sin marcas y una vez en el territorio se cosen las etiquetas. Así, numerosos contenedores pasan inadvertidos al control policial. Pese a que los subsaharianos arriesgan más su situación, la mayoría venden productos amañados, puesto que reportan más.
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