OPINIÓN
TRIBUNAABIERTA
Televisión basura y tragedia griega: la catarsis
OSÉ LUIS CALVO MARTÍNEZ/CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA JOSÉ IBARROLA
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TODOS los días oímos a alguien quejarse de la televisión basura, es decir, de los programas llamados rosa o del corazón. Es verdad que muchos afirman no verlos y, de manera vergonzante, aseguran que prefieren los documentales del National Geographic. O dormir la siesta. Pero la mayor parte del país, el grueso de la ciudadanía los ve a diario, o, al menos, con cierta frecuencia. Y no es extraño, porque si lo analizamos fríamente y con una cierta perspectiva, podemos advertir, creo, que tienen no pocos puntos de comparación con la tragedia griega. No se asusten. Veamos.
Creo que su atractivo, y el punto de confluencia entre ambas, se asienta en un fenómeno que observó Aristóteles y lo consideró como un elemento esencial de la tragedia griega: la catarsis. Esta es una palabra que ha entrado en el léxico culto (aunque no siempre se utiliza bien) y significa simplemente purificación, limpieza, purga. En sentido psicológico, claro. Aristóteles había observado, sin duda, que el público de Atenas lloraba en las representaciones de la tragedia (como hoy lo hacemos en el cine). Quizá el mismo lo experimentó alguna vez, y sintió como una purificación interna, como una cierta liberación y ligereza al terminar la obra. Desde luego sí que se detuvo a estudiar el fenómeno. En su obra La Poética (cap. IV) afirma que, junto con la instrucción y/o educación que proporciona la tragedia, ésta cumplía un fin primordial: la catarsis. La finalidad instructiva es obvia, puesto que estaba íntimamente ligada con la función de los poetas: la transmisión de todos los valores morales y políticos de la sociedad, así como algunos conocimientos prácticos. Bien es cierto que la instrucción a la que se refiere Aristóteles en este pasaje es, curiosamente, una forma elemental de identificación consistente en reconocer a un actor como un personaje determinado: «que éste (actor) es aquél (héroe)», son las palabras de Aristóteles. En cuanto a la catarsis, Aristóteles ofrece una explicación bastante confusa, pero de sus palabras se puede deducir, en todo caso, que se trata de una liberación «de las pasiones (hoy diríamos que del estrés o del spleen) a través del miedo y de la compasión».
Pensemos, por ejemplo, en Edipo. Primero, el espectador realiza una identificación del actor que lleva atrezzo de rey con el personaje mítico Edipo, y, con ella, adquiere un distanciamiento que, a su vez, facilita la compasión. Cuando lo vemos caer en la más espantosa ruina, después de haberlo visto como el hombre más poderoso, lloramos su atroz sufrimiento, simpatizamos con él. Y cuando salimos del teatro, al dejar atrás el peso de las lágrimas, llevamos un corazón más ligero y una mente aliviada por la certeza de que quien sufre es otro. Quien más sufre es el más rico y el más poderoso.
Hace unos años había un programa radiofónico llamado Los ricos también lloran. Nunca vi un solo capítulo de tal serie, pero se conocía su éxito. Y después de todo era radiofónico; y era pura ficción, como los melodramas de Eurípides. ¿Mas qué sucede ahora con los programas del corazón? Veamos lo que les une con la tragedia griega y lo que les separan de ella. Para empezar, ambos se desenvuelven en un medio teatral. Son un espectáculo. También se puede comparar a los actores: en ambos hay un mensajero y un coro, aunque en la TV el mensajero asume de forma proteica las funciones del coro: es el grupo de periodistas que cuentan, comentan y juzgan los sucesos.
Pero aquí comienzan las diferencias: mientras que la tragedia es ficticia, lo que vemos en la televisión es la vida misma: es el propio Edipo actuando ante nuestros ojos. En segundo lugar, al ser una ficción lineal y mimética, la tragedia tiene un argumento, es una historia; en la televisión, en cambio, vemos generalmente el desenlace, la katastrofé final; o un episodio doloroso de la vida de quien fue rico, bello y/o poderoso. Y, naturalmente, hay otra diferencia fundamental, con lo que espero apaciguar a quienes se hayan escandalizado por esta comparación que estoy esbozando entre espectáculos aparentemente opuestos: mientras que la tragedia griega es poéticamente sublime (es el punto máximo al que llegó la creatividad artística de la Grecia antigua), en la televisión solamente hay vulgaridad, mal gusto, y un lenguaje soez. Una vez más ello se debe a que aquí no hay ficción.
Naturalmente hay otros géneros literarios miméticos con los que podríamos comparar estos programas: la comedia, la tragicomedia, la sátira, la astracanada. Y podría también referirme a otros efectos psíquicos que provocan, además de la catarsis, como, sobre todo, el ajuste de cuentas, la disolución interna y personal de una tensión provocada por la envidia. Pero he querido subrayar sus puntos de contacto con la tragedia porque son más llamativos, creo. También me he limitado a una cierta clase de protagonistas -los ricos y bellos. Pero no hay que olvidar que no ya los programas rosa, sino toda la televisión, es un gran teatro -el gran teatro del mundo, parafraseando a Calderón- y en este teatro vemos desfilar a los personajes políticos: hemos visto ya el ascenso, apogeo, decadencia y eventual desaparición de cuatro presidentes de gobierno. Y todos creían que lo suyo iba a durar 100 años. Y sin embargo… el único que vivirá siempre, porque no ha vivido nunca, es Edipo -o Antígona o Hamlet o Segismundo-. Y están condenados eternamente a representarse a sí mismos cada vez que un director de teatro los vuelve a poner en pie, hace levantar el telón y ordena que comience la función. Y volverá a purificar a muchos espectadores. Lo mismo que hace la TV, aunque de una manera más sórdida y vulgar.