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Sobre ‘La idea de Europa’ de George Steiner

PINIÓN
TRIBUNAABIERTA
Sobre La idea de Europa de George Steiner
CARMEN LÓPEZ-JURADO/PROFESORA TITULAR DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA AP / THANASSIS STAVRAKIS
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EN un pequeño y precioso libro que acaba de editar Siruela titulado La idea de Europa, George Steiner se interroga acerca de los parámetros que sirven para identificar a este continente de contornos políticos y geográficos imprecisos. Para Steiner, hay cinco axiomas que sirven para definir la esencia europea: el café, el paisaje a escala humana, sus ciudades plagadas de nombres ilustres, la doble ascendencia de Atenas y Jerusalén y, por último, el sentimiento de una inevitable mortalidad de la civilización europea.

El primero de estos axiomas es el café. El café representa la noción de entendimiento y comunicación. En palabras de Steiner, el café es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y el cotilleo. Allí, en lugares como Deux Magots o Florian, se han forjado muchos intelectuales europeos de primer orden. Y no han sido sólo ellos; los cafés estaban allí porque los ciudadanos europeos, en general, los han utilizado como lugares de tertulia, como una prolongación necesaria, casi natural, de su propio ámbito doméstico.

La segunda seña de identidad europea es su geografía a escala humana, su paisaje delicado, literalmente pateado en el curso de su historia. Su naturaleza está domeñada hasta el punto de que, según Steiner, no encontramos aquí grandes espacios inhóspitos, ninguna Amazonia, ningún desierto intransitable para el viajero.

El tercer parámetro viene definido por la presencia de la historia en el espacio urbano. Calles, plazas y jardines llevan los nombres de estadistas, militares, poetas, artistas, científicos y filósofos. Son crónicas vivientes. Bien es cierto que no sabemos por cuánto tiempo primará en muchos lugares de Europa esta «soberanía del recuerdo», teniendo en cuenta que hay quienes, plegándose a intereses nacionalistas, hacen de hecho todo lo posible por olvidar y silenciar la Historia con el objeto de moldear un futuro político a la medida de intereses electorales coyunturales. Conviene recordar aquí lo que decía Stefan Zweig en su libro El mundo de ayer, subtitulado Memorias de un europeo, cuando identifica el nacionalismo como «la peor de todas las pestes, que envenena la flor de nuestra cultura europea». También Steiner dice que «los odios étnicos, los nacionalismos chovinistas, las reivindicaciones regionalistas han sido la pesadilla de Europa».

El cuarto axioma de la Europa de la que nos habla Steiner es su raíz simultáneamente griega y hebrea. Grecia representa el cultivo del pensamiento especulativo con una aplicación práctica que ha desembocado, entre otras cosas, en logros como la democracia y la sociedad laica. Pero, a la vez, está presente la raíz cristiana que representa Jerusalén, y ello se aprecia, incluso con virulencia, en su historia, siendo imposible comprender el arte europeo sin él. Es un parámetro este también ineludible para el europeo, tanto para aquellos que se adscriben a él como para los que lo rechazan.

El último rasgo definitorio de la idea de Europa en Steiner tiene tintes más sombríos: es la conciencia de la autodestrucción, del final de etapa, de crisis de una civilización. Se puede estar de acuerdo o no con esta última proposición, que añade un tinte claramente pesimista. Vargas Llosa, que prologa el libro, no lo está porque considera que Europa es, en el mundo de hoy, el único gran proyecto internacionalista y democrático en marcha y que, con todas sus deficiencias, va avanzando.

En El Lobo estepario, el solitario protagonista de la novela de Hermann Hesse se autoexcluye de una sociedad cuyos ideales no comparte. Y se pregunta, a propósito de Europa: «Esto que nosotros llamábamos civilización, espíritu, alma, que calificábamos de hermoso y sagrado, ¿no sería un espectro, algo ya muerto desde muchísimo tiempo atrás ( )?». «¿Merece la pena -se pregunta también Steiner al final de su opúsculo- luchar para que la idea de Europa no se hunda y vaya a parar al gran museo de los sueños pasados que es la historia?».

Los que nos dedicamos a la enseñanza del derecho comunitario europeo, como es mi caso, hemos elegido como opción intelectual el sí, porque estamos convencidos de que Europa aún representa un ideal humanista con el que nos identificamos. Pero también somos conscientes de que la Unión Europea ha transmitido durante años a sus ciudadanos una visión exclusivamente economicista y burocrática que es necesario superar. Muchos que se sienten europeos han dicho basta a la inercia ciega de los procesos burocráticos. Así, le dijeron basta a la Constitución Europea que incorporaba, entre otras cosas, también un no a la última ampliación de la Unión Europea, hecha sin consulta alguna, aunque la raigambre europea de estos países es indiscutible. En Francia, fueron sectores progresistas los que azuzaron esa llama; por eso sorprende tanto, que luego, cuando recientemente Austria bloqueaba las negociaciones de adhesión a la Unión Europea de Turquía, los mismos la tacharan sin más de intolerante y xenófoba, cuando estamos hablando de un país -Turquía- cuya población en estos momentos es mayoritariamente pro-islámica. En otro orden, es sintomático que los esfuerzos más recientes de la Comisión de la UE vayan encaminados a eliminar sus propios proyectos de normas cuyos contenidos son miserables en términos políticos.

No se trata de excluir a priori a nadie. Se trata de que hay que pensar, de entre las diferentes opciones jurídicas, cuáles son las que contribuyen mejor a afianzar nuestra idea de Europa. Pues bien, los que apoyan que la Unión Europea se amplíe hasta el infinito criticando sin más a los que defienden «las esencias» europeas, o critican a los que simplemente advierten de que un proceso ilimitado de ampliación de la UE puede hacerla ingobernable, les están haciendo un gran favor a los que rebajan el ideal europeo al de un simple mercado.

Tampoco se trata de minusvalorar los importantes pasos que se han dado en la Unión Europea en el terreno económico. En absoluto. Ese aspecto, la existencia de un Estado del bienestar, es tan importante que hay personas que se juegan la vida por llegar a Europa, con consecuencias dramáticas que nos sobrecogen. Pero, siendo un logro importante el económico, hay que recordar que la idea de Europa tiene connotaciones que lo rebasan, que incorporan otro orden de magnitud. Y esas otras connotaciones son las que confieren originalidad a Europa, y las únicas capaces de entusiasmar a ese alma europea de la que nos habla Hesse.

Por volver a Steiner, Europa evoca la idea de negociación, de lugar de encuentro, con el mérito de que ha sido posible después de muchas guerras fratricidas (el café). Pero también es Grecia (la democracia, los derechos humanos, el Estado de Derecho), sus paisajes y ciudades (su cultura e historia imponentes) y Jerusalén. Ser europeo no es sólo ser un consumidor; esa es una visión reduccionista y, a la larga, empobrecedora del hombre, en general. Es asumir una idea compartida de civilización, una identidad cultural común que incluye, y se refleja, también pero no exclusivamente, en un modelo económico y social. Identificar estas raíces comunes, dándoles una consideración prioritaria, para definir luego ese modelo económico y social, y ser capaces de defenderlo después frente a terceros, es una tarea esencial, ineludible en un mundo globalizado.

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