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Saramago y Atxaga bucean en los motivos que les llevan a escribir
El Nobel luso plantea el ciclo dedicado a su obra como una reflexión sobre los escritores Atxaga descubrió al autor portugués a través de La muerte de Ricardo Reis
JUAN LUIS TAPIA/GRANADA
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«Esto no es mi beatificación», bromeó el Nobel de Literatura portugués José Saramago, momentos antes de ser inaugurado un programa de la Universidad de Granada dedicado a su obra, que se inició con un cara a cara con el escritor vasco Bernardo Atxaga. El escritor luso matizó que «no se trata de un homenaje sino de un foro en torno a la literatura, y creo que será muy estimulante».
El primero de estos escritores en participar en el ciclo de Saramago ha sido Atxaga, quien dijo haber empezado a leer al portugués «mientras estudiaba económicas, cuando leí La muerte de Ricardo Reis, y fue un libro diferente de los que leía en las bibliotecas». Respecto a la semana dedicada al autor de Todos los nombres, el escritor vasco señaló que «siempre está bien hablar de los temas generales de la literatura». Preguntado Atxaga si en esos temas generales se encontraba la crítica literaria, y más concretamente en su caso y sus diferencias con el crítico Echevarría, indicó «seguramente no, y me refiero a temas más generales». «Creo que debemos mirar más hacia afuera y no a la espuma de los días», aclaró el escritor.
Saramago apuntó que lo más le preocupa, el tema de esta semana, «consistiría en encontrar una respuesta a la pregunta de qué es lo que estamos haciendo, y no consiste en contestar a quiénes somos y a dónde vamos».
En este sentido, el Nobel portugués, quien se encuentra escribiendo una próxima novela titulada Las intermitencias de la muerte, en el tono reflexivo que caracteriza a su obra literaria, expuso que «cuando todo se acabe, la especie humana será un detalle en la historia del universo, y hay que ser menos vanidosos y orgullosos, porque somos como un suspiro». «Cuánto tiempo durará lo que uno escribe, y eso es lo que debemos pensar, que todo pasa», concluyó un existencial Saramago.
Este mismo tono se mantuvo en el cara a cara entre el escritor portugués y el autor vasco. La coordinadora del ciclo, la profesora Ángela Olalla, presentó a Bernardo Atxaga como «un escritor que considera que el mundo está en todas partes, y concibe la literatura como un vehículo de la humanidad». Atxaga, quien escribe sus novelas en euskera para posteriormente ser traducidas al castellano, según Olalla considera «a la literatura inseparable de la lengua en la que se expresa».
Respecto a José Saramago, dijo que «es un escritor que no se ha comprometido con la memoria del capitalismo». «Es un escritor -añadió- desprogramado porque cada palabra necesita de la palabra anterior. «Es un autor que escribe para decir quiénes somos» y que «tiene una mirada pesimista sobre la historia».
Un sentido
El cara a cara fue iniciado por Bernardo Atxaga, quien entró a plantear la cuestión lanzada por Saramago: ¿Qué es lo que estamos haciendo los escritores? Pero el autor vasco se sirvió de una historia que le ocurrió con el poeta José María Valverde, quien mostrándole las vidrieras de la Catedral de Barcelona, le cuestionó porqué aquellos artistas hicieron aquel trabajo si no se puede apreciar. «Los artistas no pensaban en el consumo del público», señaló Atxaga.
¿Cuál es el sentido, el motivo de la obra literaria?, interrogó el escritor vasco. «Existe un motivo, que está fuera de la misma literatura, en la religión, en la moral o en la política», indicó. «En Saramago, parece que ese motivo se encuentra en la ética y en la moral, y tenemos que volver a la alegoría al estilo de Swift y de Voltaire, un sistema que usa José».
El antes
Para Saramago hay que ir al antes de la obra para explicar su motivo y su sentido. «El antes, que no es sólo el momento en el que se tiene una idea, como si hubiera nacido de la nada, aunque nada nace de la nada», comentó el escritor portugués. «Lo que está antes es la memoria», sentenció el Nobel luso. «La memoria se puede transmitir más fácilmente a través de la literatura» y se alimenta de «un río enorme que es la palabra, pero antes de llegar a los libros hemos escuchado miles de palabras», explicó Saramago. En este punto criticó la tendencia en el lenguaje a usar onomatopeyas, «que nos va a llevar a tener que aprender a hablar y a pensar, y a este paso tendremos que volver a las cavernas para expresarnos con gruñidos».
«Qué somos nosotros sino futuros muertos y qué dejaremos», preguntó Saramago. «Memoria», contestó. «La memoria es lo que nos permite ser, porque el ser humano es de papel, se alimenta de palabras, y una palabra necesita de otras para poder ser ella», concluyó el autor de Memorial de un convento. Pero Saramago consideró inútil escribir unas memorias, «porque no se pueden trasladar a ningún libro. Un escritor pasa una parte ínfima de su memoria». En este sentido, estimó que «el pasado no pasa nunca, porque nosotros somos la memoria y nos alimentamos de la memoria de Cervantes, y nosotros necesitamos de sus palabras».
«El antes, no es el momento de la idea -volvió a insistir Saramago- sino todo lo que está antes, no sólo lo leído sino lo vivido, y eso es lo que da chispa a la obra de un escritor». «La memoria es la cárcel en la que uno habita», concluyó.
Marcas
El escritor vasco, por su parte, reflexionó sobre las marcas del pasado. Se refirió a una piedra existente en Milán, con inscripciones geométricas, de una antigüedad de 10.000 años, «y el mensaje que nos transmite es que aquellos seres nos dicen que vivieron allí, que estuvieron ahí», comentó. Y es que «el hecho de tener memoria va con esa intención de ser recordado», sentenció el autor vasco.
Atxaga va más allá y observa en las marcas de la memoria una forma de hacer justicia. El escritor vasco se refirió a una historia de la guerra civil que ocurrió cerca de su casa en el País Vasco. Un campesino enterró a un francés ejecutado por los sublevados y a quien no le permitieron enviar una carta antes de su muerte. «El campesino colocaba un almiar en el lugar donde sepultó al anónimo francés y de este modo la marca se transformó en texto, y el texto se hizo justicia cuando se conoció la identidad de aquel hombre», narró Atxaga. El autor de El hijo del acordeonista planteó la cuestión de que «el problema artístico es cómo hablar de temas eternos, pero según la variable que la época necesita».
Saramago indicó que «la historicidad no significa petrificación, porque el texto no sólo pertenece a la época en la que está escrito sino al pasado». En este sentido y respecto a su obra, el escritor zanjó: «A mí me están empujando los dinosaurios».