Obama ha admitido la «paliza» electoral. Los políticos españoles, sin embargo, dicen que ganan incluso cuando pierden y buscan razones para el optimismo hasta debajo de las piedras
Si Obama fuera un deportista sería… un jugador de rugby. Tras el varapalo recibido en las urnas en las legistativas del martes el presidente de los Estados Unidos ha entonado el ‘mea culpa’ y ha tendido la mano a los republicanos. Vale que era un gesto poco menos que obligado y que no implica necesariamente cesiones, pero es un gesto en todo caso. Y esto recuerda un poco al ‘tercer tiempo’ del rugby, donde los dos equipos, el victorioso y el derrotado, se van juntos a tomar algo para confraternizar y curar así los golpes que se han propinado mutuamente en el terreno de juego.
Esta vez a Barack Obama le ha tocado jugar en el equipo de los perdedores. Los demócratas han sufrido un severo varapalo en las urnas que les ha hecho perder el control de la Cámara de Representantes y les ha dejado con una exigua mayoría en el Senado. A esto se le llama «paliza». Así lo llama él. Tras conocer el revés electoral, Obama optó por un discurso extraordinario… por inusual: «Algunas noches electorales son más divertidas que otras. No le recomiendo a todos los presidentes una paliza como la de anoche». ¿Humildad o realismo? Probablemente más de lo segundo. ¿Estudiado o espontáneo? Seguro que lo primero.
Pero hay otra pregunta más importante -especialmente para él-. ¿Con esa actitud de cierta humildad se ganan o se pierden votos? «Los gana. Obama dio una lección y pronunció las palabras exactas. Es algo que la gente agradece porque cuando uno escucha esto piensa ‘este señor escucha’», afirma Fermín Bouza, catedrático de Sociología. Si está en lo cierto, nuestros políticos hace tiempo que se han quedado sordos. «España es una fábrica de desafección política. El político tiene aprendido el momento de la victoria y siempre da el mensaje de que gana, aunque pierda busca algo positivo, debajo de las piedras si hace falta», considera Bouza.
No hay más que repasar la ‘foto finish’ de cualquier cita electoral. Da igual el año y el color. Sonrisas y banderitas, aplausos y palmaditas en la espalda. Si uno no consulta la tabla de resultados difícilmente adivinará quién va a ser el próximo en el sillón presidencial. Ni siquiera escuchando los discursos del después. Tras la felicitación obligada al vencedor entonan, por lo general, un entusiasta discurso de tono optimista. «El reconocimiento de la derrota es un síntoma de normalidad política pero aquí permanece la idea de que el que no gana es tonto, así que todos tratan de descolgarse. No se trata de ir de víctima o de humilde. Pero se puede decir ‘he perdido’ y seguir pensando que se tenía razón, que es lo que ha hecho Obama», apunta Bouza.
«Al pan, pan y al vino, vino»
Claro que de ahí a ponerle un nombre tan rotundo… ¿Dirían alguna vez Rajoy o Zapatero que han sufrido ‘una paliza’? Juan Gay Armenteros, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, está seguro de que no. «Ellos saldrían con un discurso del tipo ‘es normal, el desgaste del gobierno…’ En España están demasiado preocupados por que no les afecte a ellos muy negativamente». Porque se juegan mucho. «Después de las elecciones los líderes tienen que afrontar un congreso del partido. ¿Cómo va a presentarse a la reelección alguien que ha salido diciendo que ha fracasado?», cuestiona Carmen Ortega, profesora de Ciencias Políticas de Granada.
-Pues Obama lo ha hecho.
-«Él se lo puede permitir porque es intocable, su cargo no está en juego. Pero Zapatero no lo puede hacer porque caería su cabeza, porque la gente pediría un cambio. En Norteamérica la política está más personificada que en Europa, donde se vota más al partido. Además, es cierto eso de que los resultados tienen múltiples lecturas, no siempre se puede hacer la lectura de que unos han ganado y otros han perdido. En 2008, por ejemplo, tanto el PSOE como el PP ganaron porque incrementaron sus votos», concede Ortega. Pero, claro, hubo un perdedor, siempre lo hay en unos comicios.
Al margen de las lecturas múltiples que se puedan hacer de un número y de un porcentaje, «lo que diferencia a los norteamericanos de los españoles es que allí llaman al pan, pan y al vino, vino. Cuando las pruebas de la becaria fueron evidentes Bill Clinton lo reconoció. Allí se habla con más sinceridad que aquí, por eso no se le perdonó a Richard Nixon que mintiera con el asunto del ‘Watergate’ y acabó con su carrera», señala Gay Armenteros. Sin necesidad de irse cuarenta años atrás ni tan lejos, recuerda que en Alemania, Angela Merkel no ha tenido empacho en reconocer que el modelo de integración de los inmigrantes ha fracasado.
¿Otra excepción como la de Obama? Fermín Bouza introduce aquí la cuestión del género y recuerda que las mujeres «por su marginación histórica y la represión que han sufrido» están mejor preparadas para afrontar los momentos malos, de ahí su «alta capacidad para la política», frente a unos hombres con iguales capacidades para librar la batalla en la arena política pero «educados para la victoria». El ejemplo de Merkel sirve para avalar la tesis del género. Y no es el único. El más reciente lo tenemos en casa, en las últimas primarias de los socialistas, cuando Tomás Gómez se impuso a la candidatura de Trinidad Jiménez. «Ella se portó estupendamente. Reconoció su derrota, felicitó a su contrincante y lo hizo de manera muy elegante».
La izquierda, «mejores formas»
Y esa misma diferenciación entre hombres y mujeres podría trasladarse a los partidos de derecha y a los de izquierda. «La izquierda, como la mujer, ha estado tradicionalmente más reprimida y ha aprendido un poco mejor las buenas formas que la derecha, que es más propensa a decir lo que le viene a la cabeza».
Lo mismo podría pensarse del tono casi campechano con que Obama asumió el varapalo sufrido en las urnas el pasado martes. Pero en ese discurso no hubo nada de catársis pública ni de improvisación. Eso no existe en un país donde el marketing importa casi tanto como el programa, el continente casi tanto como el contenido. «Obama es un gran comunicador pero ningún presidente norteamericano sale al micrófono sin hablar antes con sus asesores de prensa». Le habrán aconsejado que gestione así la derrota.
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