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Riesgos del disenso

TRIBUNA
Riesgos del disenso
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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PUEDE entenderse por disenso la situación de la política española después de las últimas elecciones generales. Se ha repetido hasta la saciedad que la transición fue obra de una gran mayoría social que consensuó una Constitución, con ciertos puntos nucleares que reflejaban las concepciones de una mayoría social, que alcanzó el 97 % en el Referéndum correspondiente.

No vamos a entrar tampoco en las causas del vuelco electoral, porque sería llover sobre mojado.

Preocupa a un amplio sector de la población el futuro, desde el momento que no se quiere olvidar el pasado. No es sensato echarnos los muertos de hace sesenta y cinco años unos a otros, como si unos y otros no hubieran hecho sus ajustes en los momentos que la historia recoge.

No es sensato jugar a la democracia jacobina, es decir, a un tipo de voluntad general de lista cerrada, en donde las dos alas que diseñaron la Constitución, la derecha y la izquierda se desequilibran de tal modo que el país parece querer volar con una sola.

Es fácil recordar las constantes históricas de nuestro país desde la Revolución Francesa y sus consecuencias. Causa verdadero asombro, cómo se repiten una y mil veces, hechos que la experiencia, demuestra que no convienen a nadie, que, con ellos, todos acabamos perdiendo.

¿Qué es lo que alimenta el disenso? ¿Qué es lo que hace pensar que los enormes medios de que dispone el estado moderno, parecen estar en manos de críos sin otro interés que herir y molestar a la banda rival? .

¿Se trata de ejecutar la justicia histórica? ¿De qué justicia y de qué historia? ¿Quién nos la va a contar y quien nos va a adoctrinar?

En España hemos tenido hombres políticos de gran altura cuyo programa era progresista como el que más, pero con un sentido común que, echamos en falta, en este momento.

Tuvieron mucho sentido común, algunos reyes ilustrados como Carlos III y algunos hombres de la Monarquía alfonsina, que están en la mente de todos.

En la transición ha habido personalidades que tenían buena voluntad a ojos vista y quien más quien menos, se ha comportado con cierta mesura. El propio Felipe González, que naturalmente no tendría mi voto, tenía sentido común, unas hechuras, un sentido de la medida que no hacía buenos los males, sino que poniendo manos a la obra, y a la masa, practicaba con cierta generosidad, el destape , que hizo posible, en su momento, llevar a los suyos a la trena.

Como se ha visto, la inocencia, fue superada y la vendetta, consumada con la mayor perfección. Sus ejecutores, ajusticiaban, mientras eran ajusticiados, remitiendo al rey moro, el tanto de culpa.

Lo sucedido en los doce meses últimos, está fuera de programa. Es un montaje en donde se juega cada día al mayor órdago de los posibles. No es sensato nada de lo que está ocurriendo. Alguien tiene que recordar las exigencias del bien común, que nos enseñaban de pequeñitos.

Es posible que una vía de solución la traiga el propio lenguaje. Las palabras se gastan y aunque se pueden inventar otras, el respeto, el rigor, la racionalidad, la discriminación positiva, la alianza de civilizaciones y un largo etc. que, de momento, hacen reír. La risa es siempre efecto de un mecanismo de contraste, de una rigidez que quiere pasar por natural.

Cuando nos acostumbremos a las palabras vacías y la corrupción sea el ecosistema del que nadie se atreva a hablar o del que se hable, para ocultar corrupciones mayores, pienso que, entonces, el sinsentido, caerá por su propio peso.
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