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Razonar lo que no se ve

TRIBUNAABIERTA
Razonar lo que no se ve
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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LOS devotos de la mitología que rodea la labor de los científicos suelen ser más creyentes que los propios creyentes. En el fondo, si los científicos sólo creyeran en lo que viesen, se incapacitarían para la ciencia. No en vano las hipótesis son supuestos que no se ven pero se suponen y se deben creer si se quiere avanzar en la investigación. Los experimentos no van más allá de las hipótesis, se limitan a confirmarlas o a desecharlas, obligando al científico a volver a suponer otras nuevas en las qué creer para poder experimentar a partir de ellas. Los grandes descubrimientos científicos como los de los tesoros escondidos no son más que un tirar de la manta de la realidad. Ahí estaba el hecho, ahí el tesoro, ahí la fórmula; no hay que hacer otra cosa que destaparla. Cuando se concedió el Premio Nobel a Einstein se realizó una serie de homenajes en todo el mundo. En Tokio, concretamente, fue tal el entusiasmo de la multitud, que por otra parte no tenía idea de la teoría de la relatividad restringida, que el genial físico le dijo a su acompañante: «Ningún hombre se merece esto. Tengo la impresión de que somos unos estafadores que en cualquier momento va a detener la policía». En esa misma sintonía el mismo Kant: «Lejos de mí, la ovación sonrojante de la multitud».

¿Usted cree que esos montes, esos ríos y esas personas son lo que usted ve? Colóquese las gafas ultramicroscópicas: todos los perfiles desaparecerán, todo se reduce a átomos, o sea a corpúsculos y ondas (u ondas y corpúsculos). ¿Y la catedral de Burgos? Ya no es catedral de Burgos. Da lo mismo ver (con las anteojeras mencionadas) la catedral de Burgos que una fiesta roquera o un papiro egipcio. Todo es lo mismo. Incluso, si profundizamos, las anteojeras tampoco nos sirven. Esa panorámica de átomos descargando electrones que parece una guerra galáctica, entre campos magnéticos, esos corpúsculos y electrones, son -¿quién lo iba a decir!-, ecuaciones matemáticas. Usted creía que veía la catedral de Burgos y que una hamburguesa era una hamburguesa. La inocencia carente de ilustración.

Es posible que el mayor enemigo de la razón sea la propia razón («el destino trágico de la razón es que se plantea problemas que no puede resolver»). Esto ocurre porque la racionalidad sin sentido común es una razón ensoñadora que engendra monstruos descomunales. Todo científico debiera desayunarse con un plato de sopa de sentido común.

Entonces ¿con qué quedarnos? ¿Con la razón o con el sentido común? La respuesta de sentido común es que debemos quedarnos con la razón sazonada de sentido común.

La escena de la catedral de Burgos o de las cataratas del Niágara, no es una visión ingenua, virginal, inocente y falta de rigor científico. Es otra cosa que no tiene que ver. Si uno se pone las anteojeras nucleares, ve núcleos pero no ve los huevos fritos que están encima del plato. Cierto que en los huevos fritos hay albúmina y su compleja estructura bioquímica, pero, por favor, déjeme usted comer tranquilo mis huevos fritos.

Hay un tiempo para cada cosa y lo que es más importante, la ciencia es un acto de fe permanente en lo que no podemos ver. La ciencia, decía Etienne Gilson, es un refinamiento del sentido común y no una victoria contra el sentido común. A fin de cuentas «el entendimiento reduce a la nada a lo que no entiende». No caer en la cuenta de estas cosas lleva a despropósitos.

Si aplico las reglas de la geometría a las sociedades humanas, tal vez me crea muy racional, pero me comporto estúpidamente. Estoy operando sobre organismos vivos y lo que en el mundo de la matemática puede ser perfecto, en el mundo de la vida social es una aberración. Ocurre lo mismo cuando trato a las personas como embriones y con pedantería, acabo rectificando: «no embriones, sino preembriones». La fe en la razón, por otra parte, contribuye sin duda a dar razón de la fe. Es evidente que si para la práctica científica es un requisito imprescindible, creer en lo que se hace, en el mundo de la vida es de sentido común hacer lo que se cree.

Tanto en uno u otro caso, la práctica decide. Se mide el índice de eficacia de la práctica científica y el de la practica de nuestras creencias. Se cuantifica y registra la paz, la felicidad, la tranquilidad de conciencia, el bienestar social, la solidaridad y el buen funcionamiento de la mente. Por otra parte, se cuantifican las utilidades, aplicaciones y beneficios de la práctica científica. Nos quedaremos con lo uno y con lo otro, pero, indudablemente, no es todo lo mismo.

Donde se ponga la paz de la conciencia sumada a los beneficios de la ciencia que se quiten los beneficios de la ciencia sin la paz de la conciencia. Porque «la armonía oculta es mayor que la manifiesta» decía Heráclito.

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