Rafael Caballero Bonald: Una alegría sin pausa
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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EL tiempo como el viento a veces sopla un poco más fuerte y se nos lleva. Aquí no pasa nada, uno se muda y deja los problemas a beneficio de inventario.
Rafael siempre sonríe con una naturalidad que penetra, porque solemos creer que no están los tiempos para fandangos. Te lo encuentras por el Salón o con los amigos y ya sabe uno quien no va a estar triste. Llevar las cargas con garbosidad y dignidad, es decir con amor no fingido son las marcas de la verdad.
Dan ganas de preguntarle: ¿Qué has hecho para no dar cobijo a la amargura? ¿Cómo has logrado no dar pábulo al resentimiento, a la crítica mordaz, a la murmuración? Algo habrás hecho porque motivos y pesares no te han faltado.
Los jueces tenían fama de serios. La verdad que esto ha cambiado. Tener cara de juez es en muchos casos como un hábito, como una toga impresa en el rostro por la vida, por las injusticias con las que se encuentra, con las impotencias de no poder arreglarlo todo. Sin contar lo que va dentro de tu alma y de los tuyos.
Hay gente que no aceptan de por vida lo aparentemente penoso de las circunstancias. Otros sin embargo, como Rafael, sonríen con toda naturalidad, haga calor o frío, tengamos éxitos o fracasos. Rafael es una representación viva de estos últimos.
Y no es que mirase a otra parte. Sus comentarios sobre política o sobre la situación de la judicatura eran muy realistas y objetivos. Este es el tema: coger el toro por los cuernos sabiendo de antemano que la faena no es una faena sino una vocación, un toro que Dios tiene preparado a cada uno. Igual que cualquier cristiano sabía el sentido.
Adiós, Rafael ¿Qué buen día hace hoy! Una gran luz inunda el Salón.
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