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¿Quién lee un libro norteamericano?

– ¿Quién lee un libro norteamericano?

NO resultó profeta en su tierra ni en la ajena un crítico llamado Sidney Smith cuando en 1820 y desde Edimburgo hizo la pregunta que encabeza estas líneas y se respondió escribiendo: «Nadie excepto los norteamericanos». Pero he aquí que un neoyorquino nacido en 1783 y bendecido de niño por el presidente George Washington -para algo llevaba como nombre el apellido del presidente-, ahora es leído en todo el mundo, en inglés o traducido a muchas lenguas, al alimón con la Alhambra de Granada.

En un país de pioneros, Washington Irving fue un pionero excepcional al menos en cuatro cosas: como escritor, historiador, hispanista y guía de viajeros o turistas. Como escritor, sin más especificación, sus obras ocupan treinta volúmenes en la edición de 1969-1989. Algún crítico de las primeras que salieron de su pluma las encontró de un prerromanticismo diluido; pese a la dilución, el escritor pervivió y fue romántico destacado. Como historiador, La Historia y viajes de Cristóbal Colón (1823) y La crónica de la conquista de Granada (1829), no resisten la crítica histórica de los siglos XX y XXI; pero entonces no se contaba con lo que hoy disponemos y también los densos volúmenes de los autores históricos de la Escuela de Berlín, como Mommsem y Ranke, aparecen ahora con algo más que botanas. El Mahoma de Irving se nutre de la venerable mala traducción del Corán de Gagnier del Albufeda y los trabajos de Weil, pese a ello aún se reedita, incluso en castellano. No sin razón, Knickerbocker, pseudónimo de Beens, escribió en 1809 de uno de los primeros libros de Irving, que era «el primer libro americano que no necesita apología y se recomienda por sí mismo; su fecha es la fecha de la literatura americana». Así no está mal sino requetebién que la Editorial Universidad de Granada haya reeditado en facsímil el Washington Irving (1859-1959), publicado en 1960 que encierra los artículos de F. Yndurain, F. Morales Padrón, F. Morales Souvirón, A. Soria Ortega y A. Gallego Morell, y a la que han puesto estudio preliminar A. Soria Olmedo y J. I. Martínez Pueñas.

El primer trabajo, el de Yndurain, trata precisamente del tercer aspecto pionero de Washington Irving: «el primer hispanista norteamericano», que tuvo y tiene grande y excelente descendencia cultural y universitaria. Sólo los tontos de solemnidad que disfrutan de tribunas distinguidas ignoran la calidad y cantidad del hispanismo norteamericano, quizás el más amplio y uno de los de mayor calidad y rigor de los hoy existentes. La postura hispánica, llamémosla así para simplificar, aparece también en su correspondencia analizada en el documentado estudio de Francisco Morales Souvirón, Cartas de Washington Irving desde la Alhambra, en las que se unen el filohispanismo con una especie de comunión afectiva con la Alhambra. Si con ello se hubiese cerrado su actitud, ya sería bastante; pero la misma aparece en el caso de Colón, como se muestra en el artículo de Francisco Morales Padrón.

Los cuentos de la Alhambra (1832) son el clásico del último aspecto de Irving que debe recordarse: una introducción e invitación a Granada para todos, desde los más ilustrados hasta los apresurados turistas. No se trata de una coincidencia, Irving tenía conciencia clara de querer atraer viajeros, pese a los difíciles viajes de entonces, a la pintoresca España. «Es más pintoresco que Italia», escribe en una ocasión. Los cuentos que Irving urdió o rehizo, según los casos, en torno a la Alhambra romántica se han conservado hasta en el reclamo y recuerdo turístico; más de uno de los turistas que hoy malven los pocos rincones que les dejan de la Alhambra, arreados por guías y vigilantes, adquieren como prenda de allí estuve Los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving. Véanse las cincuenta y una ediciones de las traducciones españolas analizadas por Antonio Gallego Morell en su antiguo y valioso artículo de 1960: The Alhambra de Washington Irving y sus traducciones españolas. Su número casi se multiplica por dos en nuestros días. Desde 1833 se ha podido leer a Irving en castellano. Como escribió Andrés Soria Ortega, el polígrafo y viajero norteamericano es el que proyectó, en el mundo del siglo XIX, la imagen de una España que era algo más que una ruina emergente del naufragio de su imperio, y a la vez una fantasía de algo que es mucho más que un bello monumento. Fue así el romántico viajero norteamericano «el sutil anudador de lazos frágiles e irrompibles».

Muchas cosas más enseña el libro reeditado, desde el que se atisban -al menos para mí- un discreto salón de la Casa de los Tiros, las habitaciones del Emperador Carlos V en la Alhambra en las que habitó Washington Irving, los recoletos rincones del Palacio nazarí, el recuerdo de maestros ligados a Irving (don Alfonso Gámir, don Antonio Gallego Burín); y más aún, en mi caso, las charlas sobre el tema con los que son (no admito escribir en pasado ), mis amigos de siempre, Antonio Gallego Morell, Andrés Soria Ortega y Ricardo Villa-Real Molina empedernido traductor de Los Cuentos de la Alhambra. Gracias, pues, a esta reedición en facsímil que honra la labor editorial de la Universidad de Granada.

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