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Pobre Andalucía, tan pobre

TROCADERO
Pobre Andalucía, tan pobre
JUAN VELLIDO/
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ES pobre el que no tiene lo necesario para vivir; son pobres el necesitado, el infeliz, el desdichado. Y Andalucía es pobre entre las comunidades pobres de España. Así lo certifica, al menos, el Instituto Nacional de Estadística (INE) que asegura en su último informe anual que casi un millón de andaluces está por debajo del umbral de la pobreza. Pobre Andalucía, tan pobre.

Sólo Extremadura, Ceuta y Melilla, ganan a pobre a nuestra comunidad, que según el INE se sitúa entre las regiones con una mayor tasa de riesgo de pobreza de España. Y es que Andalucía es a España lo que España es a Europa en lo que a miseria se refiere. La media de pobreza en Europa se encuentra, según datos oficiales facilitados por la Unión Europea (UE), en el 15 por ciento de la población, mientras que en España más de un 20 por ciento de los ciudadanos vive en la pobreza. Sólo Grecia y Portugal nos ganan a pobres en la UE.

Lo malo no es sólo ser pobres de solemnidad: lo malo es que a la pobreza se asocia el analfabetismo la precariedad laboral, la vivienda en condiciones infrahumanas, la enfermedad, la exclusión social, los salarios paupérrimos, la indignidad, la humillación, y hasta el esperpento político de quienes nos aseguran una modernidad que solo se procuran a sí mismos.

El profesor de la Universidad de Granada, Francisco Entrena Durán, asegura en su libro Diversificación de las desigualdades y estabilización social en Andalucía, que acaba de publicar la editorial de la institución académica granadina, que en el medio rural los subsidios a los parados fomentan «una cultura del no trabajo que tiende a reproducirse y a perpetuarse dando lugar a un círculo vicioso de difícil salida». Para el profesor de la Universidad de Granada promover la actividad supone, igualmente, contribuir a promover la propagación de una cultura del trabajo que, a su vez, favorezca la aparición y la extensión de las iniciativas individuales y colectivas tendentes a generar nuevas oportunidades de desarrollo.

A estas alturas, sin embargo, pocos andaluces comprenden la histriónica representación de los predicadores políticos en sus púlpitos, en contraste con la sinrazón de esta pobreza que nos abruma como una lacra imposible de erradicar: ¿Qué fue de nuestros recursos naturales, motores básicos de la economía de cualquier país? ¿Qué ocurre con la producción aceitera andaluza, con los cultivos subtropicales, con las hortalizas de los invernaderos, con la explotación del turismo, con las aclamadas joyas de Marbella y otros centros de ocio de la costa andaluza?

Hay quien se pregunta, en este trance del siglo XXI, si el traído y llevado subdesarrollo andaluz, su proverbial pobreza, no se deben sobre todo a una mediocre gestión tanto de los recursos como de la producción y de la economía en general; es decir, si no será que la casa no se administra bien y hace aguas por los cuatro costados.

Otros países más ricos que la mayoría de las naciones de nuestro entorno europeo -si por riqueza entendemos la capacidad para producir y obtener beneficios con la venta de esos productos- mantienen a su población sumida en un grado de pobreza que clama al cielo y -si la hubiera- a la justicia divina; pero ocurre, por el contrario, que esos países a los que nos referimos han concentrado toda su riqueza en unos cuantos individuos, mientras el resto de la población -que a menudo es más del 80 por ciento de la totalidad de los habitantes- se las ingenia con unos céntimos. Las migajas siempre sostuvieron a las multitudes hambrientas.

Algo huele mal en esta Andalucía de las modernizaciones y las castañuelas, a juzgar por los datos a los que da pábulo el Instituto Nacional de Estadística. No en vano el escándalo inmobiliario desatado con la llamada Operación Malaya ha puesto en entredicho en la provincia malagueña no sólo la gestión de un municipio, sino la indefensión de la ciudadanía ante el menoscabo de los derechos institucionales: el arbitrio, la corrupción, y la dificultad que los poderes legislativo y ejecutivo tienen, a menudo, para corregir los caprichos de una sociedad llamada capitalista -qué eufemismo, cuando cada vez hay más pobres de solemnidad y más ricos riquísimos- aunque muchos de esos capitostes multimillonarios abanderen teorías socialistas y comunistas, e incluso militen, con sonrisa en ristre, en partidos de esa izquierda que pregona igualdad y solidaridad como si con el solo hecho de pronunciar estas palabras se consiguiera el milagro de la filantropía y todos fuéramos tan iguales y tan felices.

Dice en su libro el profesor de la Universidad de Granada, Francisco Entrena Durán, que «la limitada modernización de Andalucía y el hecho de que en ella persistan unas altas tasas de desempleo y de precariedad laboral, así como los estrangulamientos y las limitaciones de su mercado de trabajo, contribuyen a crear una situación muy difícil para la superación de las consecuencias más negativas de las desigualdades sobre las condiciones de vida de la población que las sufre».

Y es que aunque Francisco Entrena explica previamente en su libro los distintos grados y concepciones de pobreza convencionales, «ser pobre hoy significa sobre todo, que se vive en un estado de mayor o de menor desventaja».

Los andaluces, en general, vivimos, pues, en desventaja, respecto de la mayoría de los españoles y, sobre todo, en abrumadora desventaja si se nos compara con el resto de los europeos; aunque a la vista está que algunos vecinos nos aventajan en mucho, y no por ser más inteligentes, sino por ser más listillos.

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