OPINIÓN
TRIBUNAABIERTA
La vida de unos portugueses y la tragedia de España
JOSÉ ANTONIO LORENTE ACOSTA/MÉDICO ESPECIALISTA EN MEDICINA DEL TRABAJO Y MIEMBRO DEL COMITÉ DE SEGURIDAD Y SALUD LABORAL DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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CUANDO esto escribo se sabe que han muerto 6 trabajadores en el accidente de construcción de la autovía del Mediterráneo a su paso por Almuñécar. Esta cifra puede aumentar si alguno de los heridos graves fallece después, y a ello se le debe añadir el sufrimiento de los lesionados con graves secuelas para toda su vida.
Si hablamos de fallos en los materiales, malo: podríamos pensar que a lo mejor gran parte de lo construido está igualmente afectado y presto a caerse a poco de inaugurarse, al paso de cualquier autobús o de docena y media de coches. Si considerásemos fallos en los mecanismos de prevención laboral (paralelo a lo anterior), peor: hemos fallado en la base.
Como profesor que explica en la Universidad, entre otras materias, la Prevención de Riesgos Laborales derivados de mi faceta como Médico Especialista en Medicina del Trabajo, justamente el lunes por la tarde, cuando quiso el destino que explicara a mis alumnos de Ingeniería Química los accidentes de trabajo y las enfermedades profesionales, sentí una profunda sensación de impotencia, de pena, de rabia y de incompetencia al ser testigo de una tragedia que se escapa de los planteamientos teóricos del mundo académico, ¿para qué llevo casi 20 años explicando lo que se debería hacer si no se hace?
Pese a los esfuerzos loables e intensos de nuestras autoridades el tema de los accidentes de trabajo y enfermedades profesionales es un cáncer que nos corroe, pese al gran avance que supuso la Ley 31/95 de Prevención de Riesgos Laborales, pese a las campañas de educación, a las amenazas y a las sanciones, todo sigue igual, que a la larga es como decir que todo está peor. Sirva de ejemplo Granada, donde los responsables en Prevención están sin duda entre los mejores de España, pero donde no se ha podido hacer más. Algo grave está fallando y no es por culpa de los profesionales.
Mientras nuestra gente se embelesa con la belleza de esta niña y futura princesa, futura Reina de una nación de naciones que dentro de unos años podría llamarse España o no; mientras un programa de iniciales GH donde indocumentados -que no son ejemplo de nada sino del oportunismo- bate récord de audiencia en su enésima edición, este país al que algunos se avergüenzan de llamar España se nos cae encima cual plataforma de 60 x 12 metros venida desde 50 metros de altura arrastrando consigo a esforzados trabajadores, pobres portugueses, pobres españoles.
Incapaces de centrarnos como sociedad en lo socialmente trascendente y de obligar o cuando menos exigir a nuestros representantes que se centren en estos temas, como los accidentes de trabajo, los de tráfico, los problemas de la inmigración o los de la financiación de la sanidad y las pensiones, nos dedicamos a que todo siga como siempre y a dar vueltas para que nada cambie al final.
Los accidentes de trabajo se pueden prevenir en un porcentaje altísimo, especialmente los más graves, porque así se hace en países de nuestro entorno y por lo tanto no estaríamos inventando nada. Hoy habrá luto y mañana manifestaciones, un día o dos de paro, todos lo sentiremos, pero todo seguirá igual.
Hay suficientes expertos cualificados como para que con los apoyos gubernamentales oportunos se tomen medidas que disminuyan drásticamente los accidentes, que no son sólo un problema de los trabajadores y sus sindicatos o de los empresarios y sus asociaciones; son un problema social, de todos nosotros. Pero es un problema que cuesta dinero, mucho dinero, porque prevenir y usar materiales de calidad se traduce en un costo económico que si no se quiere afrontar voluntariamente, se debe exigir compulsivamente. No nos engañemos, no nos reunamos más para decidir lo que no se puede aplicar: esto es un problema de Estado, mucho más trascendente de lo que a algunos les pueda parecer, y a las pruebas me remito, porque nada ha cambiado en mucho tiempo.
Todo ha venido siendo igual en los últimos 10 años, unos 1.500 muertos al año, decena arriba decena abajo, de los que unos 1.000 mueren en el lugar de trabajo y 500 lo hacen in itinere. Todo va a seguir siendo igual, exactamente igual en los próximos 10 años (y encantado estaría de rectificar en su momento).
Mucho habría que hablar de estos temas, pero no es el momento. Mi planteamiento es que si los trabajadores no son unos imprudentes temerarios que quieren suicidarse, si los empresarios no son unos criminales insensibles, si nuestros expertos en prevención son aceptables y nuestras leyes buenas ¿qué es lo que falla tan estrepitosamente? O alguien se atreve a eso de coger el toro por los cuernos o el toro nos cogerá a todos por otro lado, de uno en uno, o de seis en seis, para que no cunda el pánico.
Que yo sepa, los que tienen capacidad de promover los grandes y urgentes cambios que los países necesitan cuando hay temas graves que no han encontrado solución previa, son los políticos, los que mandan y los que dejan mandar, los que opositan y deberían ejercer de oposición.
Pues bien, que todos y cada uno de ellos -eso sí, en los descansos del urgentísimo y socialmente reclamado debate de cómo dividir España de modo que a todos guste- se mire al espejo y piensen en los pobres obreros fallecidos ayer y en los que fallecerán hoy y mañana (porque la media estadística es de 4.11 al día), que piensen en la pobre España que esto soporta y que reflexionen y asuman que el valor supremo de un trabajador y de cualquier persona es la vida.