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Opinión – La difícil tarea de ‘escuchar bien’

TRIBUNA ABIERTA DÍA INTERNACIONAL DE LA ESCUCHA
La difícil tarea de escuchar bien
URBANO ALONSO DEL CAMPO/PROF. EMÉRITO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA JOSÉ IBARROLA
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PUEDE parecer sorprendente que haya un día especialmente dedicado a la necesidad de escuchar. Lamentablemente hablamos mucho, bla, bla, bla pero escuchamos poco.

José Antonio Marina, en un breve, pero incisivo prólogo a la obra Los procesos de relación de ayuda, de Jesús Madrid Soriano (DDB, 2005) señala las causas de la necesidad de una buena escucha que todos necesitamos. Estas causas son variadas, pero siempre derivan de la interacción de la persona consigo misma, con los demás y con el mundo que nos rodea. Hasta aquí algo suficientemente conocido, a nivel de cualquier experiencia personal mínimamente reflexiva. El problema viene y, la necesidad de ayuda se precisa, cuando los conflictos desbordan la capacidad de la persona para solucionarlos, provocando situaciones de confusión, temor, aislamiento hasta desesperanza. Estas situaciones nos incitan a pedir ayuda y la necesitamos aunque a veces no nos atrevemos a pedirla. Este malestar extendido es lo que llena las consultas de los profesionales del psiquismo.

Escasea la escucha de calidad a pesar de ser una necesidad profundamente sentida. Probablemente sea debido a algunas ideas erróneas acerca de la naturaleza de la escucha. Porque escuchar no es simplemente esperar a que el otro termine de hablar. Esto no es una escucha, es un monólogo de sordos; o una espera obligada mientras el otro habla. Un buen mal ejemplo de lo que no es escuchar -sino sólo oír, y a veces ni siquiera eso- es lo que observamos en cualquier sesión del Congreso de los Diputados. Asistimos a un diálogo de sordos, con un árbitro arbitrario y, en ocasiones malhumorado, impaciente y hasta con salidas de tono y actitudes de mal gusto. Mientras el orador de turno habla, salvo raras excepciones, otros leen el periódico, se cuchichea, algunos duermen o están tomando café en el bar. ¿Esto es escuchar de verdad? Pero ¿para qué escuchar? Cada uno tiene ya decidido o impuesto lo que debe pensar y votar. Otros se han encargado de pensar y decidir por ellos. Escuchar es peligroso; podría uno exponerse a darse cuenta de que el adversario tiene parte de razón en lo que dice y esto no se puede permitir. Está prohibido. Por ello ¿es un delito terrible la indisciplina del voto! En las respuestas al adversario político, suelen irse desgranando un rosario de descalificaciones. Cuando el señor Presidente diga que ya ha quedado todo suficientemente claro, ya sabe cada uno lo que debe votar y quedará reflejado en la pantalla la opinión popular, salvo que algún error técnico pudiera modificar el número de adhesiones ya previamente cantadas.

Otro error o equívoco frecuente es creer que escuchar es un proceso natural; algo que se aprende espontáneamente y proporcional a la madurez neurológica del cerebro del individuo. Esta visión simplista choca con la realidad de cada día percibida diariamente por los profesionales y que manifiesta lo difícil que es escuchar bien, y las quejas y conflictos que genera en la pareja, en las familias y hasta en las relaciones habituales en la vida, sembrada de malos entendidos. El escuchar requiere un entrenamiento previo y una experiencia probada. La escucha es una destreza interpersonal y su calidad está íntimamente relacionada con esa disposición interior que permite acercarse al mundo del ayudando; esta actitud debe ir acompañada de otros elementos que no nos es posible explicitar en un breve artículo.

La buena escucha, tampoco es sólo cuestión de inteligencia o buena voluntad. Escuchar bien no es adivinar lo que le pasa al otro. Tampoco es suficiente la buena voluntad, porque si alguien no escucha sólo se podría explicar por falta de buena voluntad. Se podrían oír reproches como estos: «Si no me escuchas y no me comprendes, es porque no quieres entenderme, porque no te interesa lo que digo».

Otro error es confundir el escuchar con el oír. Escuchar implica una apertura a la totalidad de la comunicación del otro. Es un proceso más complejo que el simple entender lo que dicen las palabras, pues siempre significamos más de lo que decimos.

El filósofo cordobés, Séneca, en el año 65 de nuestra era, mostraba ya la necesidad de una escucha de calidad y se lamentaba de su ausencia: «¿Quién está siempre dispuesto a escucharnos en este mundo? ¿A quién se puede decir: aquí estoy? ¿Mira mi desnudez, mira aquí las heridas/ el sufrimiento secreto, la desilusión, los temores, el dolor, el desagrado indecible/ el miedo, la soledad! ¿Escúchame por un día, una hora solamente/ solamente un momento para que yo/ no perezca en el horror del salvaje aislamiento! ¿Oh Dios, no hay ninguno/ que me escuche !»

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