OPINIÓN
TRIBUNA
2005: Nuestro último 98
ANTONIO GALLEGO MORELL/
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NO me quedaría con la conciencia tranquila, si con tanta colaboración como he venido publicando en la prensa diaria, callose estos días tras el histórico debate del Congreso de los Diputados que vi en directo durante el interminable pasado día 2 de noviembre que me pareció el último 98 de los trece precedentes que enumera Giménez Caballero, con su indiscutible talento literario y gran admirador de Azaña en sus primeros años de andadura. Trece noventa y ochos a partir de la unidad nacional de 1492 en Granada: el de Münster (1648). El de la Isla de los Faisanes (1659). El de Lisboa y el de Aquisgrán (1668). El de Nimega (1678) y así hasta el actual del hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo de Madrid (2005). En las Cortes de Cádiz se sentaron por última vez los diputados de Cuba y Puerto Rico entre los españoles el 24 de septiembre de 1810 para elaborar nuestra primera Constitución, en el Teatro de la Isla de León. En el Congreso de los Diputados se sentaron por primera vez los diputados del Parlament de Cataluña pero parecía que el intento era invalidar la Constitución española de 1978 que con tanto trabajo elaboraron diputados de todos los partidos del arco parlamentario estimulados por la modélica transición que protagonizaron el Rey Juan Carlos I y la gran intuición política de Adolfo Suárez. Siento un amor y una devoción por Cataluña como el que más -también escribió un libro, Amor a Cataluña, Giménez Caballero-, sentimientos de los que estuve hablando largamente con José Antonio Durán i Lleida durante las horas que permanecimos sitiados, en Barcelona, los miembros del fenecido Comité Averroes y anfitriones catalanes de nuestra reunión, por la manifestación a favor de los derechos, entonces defendidos por el PSOE, del Frente Polisario. ¿Lo recuerdas, Jerónimo Páez, que también estabas allí, como miembro del Comité y gran experto en las relaciones inexcusables entre España y Marruecos?
Pero innecesariamente se ha abierto la caja de los truenos, por quien no sabe nada de la historia de Cataluña ni del poder y esplendor de su literatura en lengua catalana y española, ni ha sentido ese amor a Cataluña y a sus hombres, el primero Cambó (pero sentiría interminable la lista). Tengo grandes amigos en Cataluña, algún vínculo familiar y muchos recuerdos como el de cuando presenté la Gran Enciclopedia de Andalucía, editada en Granada por Anel y sufragada por la Junta de Andalucía, gracias al tesón de mi gran amigo el Padre José María Javierre y coordinada por Vázquez Medel. En el acto de presentación en el Palacio de la Generalitat estuvimos presentes representantes de todos los partidos políticos de Cataluña, desde Pujol hasta los más minoritarios porque la Democracia es cierto que se caracteriza por un respeto a las minorías pero no llega nunca a que la minoría de una o dos personas manipulen a las mayorías.
Sentí una sensación extraña al presenciar en directo el desarrollo del debate, al igual que me ocurrió aquel 23 de febrero que seguí hasta la madrugada la sesión de Cortes, interrumpida por Tejero, en mi casa, junto a mi tan querido compañero José Antonio Sainz Cantero, ya fallecido, y Bernardo Moreno Quesada. Experiencia en la que logré la votación mayoritaria, por sufragio universal, para un segundo mandato al Rectorado de la Universidad de Granada. Pero es anécdota que no se entiende si no se explica con más detalles. El asalto intolerable al Congreso no acabó hasta que, ya de madrugada, con los tanques de Miláns del Bosch ocupando las calles de Valencia y la División Brunete indecisa si salir, o no, de su acuartelamiento, apareció en televisión el Rey Juan Carlos I, con uniforme de jefe de los tres ejércitos -Tierra, Mar y Aire- y dio por las pantallas de televisión, con voz clara y firme, la orden de ser fieles a la Constitución. Inmediatamente Sainz Cantero y Moreno Quesada se fueron a sus domicilios y yo me acosté en el mío, aunque mi mujer, Lile, siguió inquieta porque uno de nuestros hijos estaba en Madrid, haciendo el servicio militar en el Ministerio del Aire, y yo no pude conciliar el sueño porque pensaba que disfrutaba de un permiso temporal en el Rectorado, desempeñado entonces, por Sainz Cantero, a fin de desarrollar yo mi campaña rectoral al igual que otros dos compañeros de las facultades de Derecho y de Farmacia que competían conmigo. Sin poder dormir y desfilando por mi cabeza todas la imágenes seguidas en televisión me levanté a las ocho de la mañana, sin haberse realizado todavía el abandono del Congreso por las fuerzas que lo habían ocupado y secuestrado al Gobierno legítimo y a todos los diputados, y llamé por teléfono a la emisora madrileña Radio Nacional, que no cesaba de transmitir comunicados y les dije que era el Rector de Granada que ante los acontecimientos producidos renunciaba al permiso que se había concedido, como ocasión de la campaña electoral y me decidía incorporarme al despacho oficial de la Universidad y que la primera decisión tomada había sido enviar un telegrama a la Casa Militar del Rey comunicando mi más firme adhesión a la Corona y al orden institucional establecido, no sólo en mi nombre personal sino en nombre de la Universidad de Granada; cogí el automóvil en el que fui oyendo en la radio repetir mi llamada, entre otras muchas adhesiones y llegué a mi despacho, entre el asombro de mi secretaria particular y algunos de mis colaboradores más leales, como el profesor Vara, que me decían que era un error lo que había hecho, guiado por mi vehemencia hasta que a la hora de mi decisión los otros dos compañeros que competían conmigo en las elecciones me telefoneaban diciéndome que habían decidido también interrumpir su campaña electoral.
En aquel momento dije a mis amigos que yo, antes de las votaciones, había ganado la elección, como así fue
Esta memoria de aquel día bien pudo haber cerrado mi libro Memoria viva, hoy en las librerías, que recoge ciento y pico de artículos de diversas experiencias de mi vida. Pero este artículo es más bien fruto de la nostalgia de aquella transición española a la Democracia que no necesita de una segunda transición y más ahora que tenemos asegurada la continuidad de nuestra Monarquía, con los Príncipes de Asturias y su hija Leonor, recién nacida.