– Malas pulgas
O sea, que en esta universidad tan antigua, tan gloriosa y tan importante que creara Carlos V, emperador de España y Alemania; en esta universidad nuestra, digo, resulta que hemos tenido veintiún días lo que algunos han venido a llamar un aula liberada. La liberación ha consistido, para que nos aclaremos todos, en que una veintena de angelitos se han trasladado allí con colchones, sacos, cacerolas y demás útiles propios del ámbito universitario y no han permitido que en la Facultad de Ciencias del Trabajo, que es donde se habían domiciliado provisionalmente, se impartieran las clases con normalidad ni que se cerrara por las noches porque ellos, naturalmente, tenían que entrar y salir a sus cosas.
Por lo tanto, queda claro de qué ha estado liberada el aula. Ha estado liberada especialmente de cultura, de educación, de formación y de inteligencia, a cuenta del dichoso Plan Bolonia que, aquí unos nenes y sus perros (también hay perros en el tema, que conste), creen que el Rector González Lodeiro puede eliminar de un plumazo. Así, sin más. No se dan cuenta los prendas de que el tema es una decisión de Europa en la que no queda más que modificar lo que se pueda para que se ajuste a nuestra realidad, por mucho que a algunos les hayan contado otra milonga. Un Rector, por valioso y currante que sea, no puede cambiar todo un sistema que se va a aplicar en cuarenta países, país más, país menos. Es, como si en Granada, un poner, rechazásemos la Constitución y anduviésemos a vueltas con el alcalde, Sr. Torres Hurtado, para que le dijese al rey y a Zapatero que en esta ciudad pasamos -lo digo simplificando mucho y llevándolo al extremo, para que me entiendan los nenes- de Cartas Magnas y gaitas similares.
Seguimos. Para que la cosa tenga más gracia, los simpáticos chaveas, esta generación del futuro, esta España que viene arrasando, anda saltando las vallas del Hospital Real, montando pifostios, levantando la mano al rector de forma amenazante y agrediendo al Decano Delgado Padial; se trata el asunto de ver si, con estos modos tan expeditivos, se dan cuenta las autoridades académicas, los del birrete, los que han dedicado media vida a prepararse para ser docentes serios y honestos, de quién manda y quién tiene las riendas de la situación para cambiar el Plan Bolonia y con qué métodos. Hasta aquí todo suena a película mala americana con acento hippie -sólo que sin paz y amor, que esto es España- llevado a su extremo más patético. Pero es que hay más. Es que ahora resulta que también han habitado el aula ocupada (okupada, que dicen los interesados participantes en tan brillante demostración de talento y de respeto a lo que supuestamente defienden: la enseñanza pública), aparte de los cánidos, pulgas y garrapatas. Que en esta casa nuestra, en esta universidad de todos han entrado de extranjis, y sin pagar matrícula que es lo peor, los bichitos estos tan majos y tan deleitantes para los que los padecen. Y que tienen todavía a los docentes, a los compañeros estudiantes y, sobre todo, al personal de administración y servicios, asaeteados a picaduras (no los okupas supuestamente liberadores de algo que se ha diluido en su falta de coherencia higiénica, se entiende, sino estos otros parásitos) y al borde del ataque de estrés. Los nenes finalmente se han largado -tras arduas y complejas negociaciones, porque ahora decían que el aula era suya- justo antes de que empezasen los exámenes finales y se armase el caos total. Las que mantienen la okupación, las que se resisten, son ahora sus colegas de estancia, las que los han acompañado solidariamente estos días, las pulgas y garrapatas que se amotinaron con ellos y que han resultado ser algo más montaraces. Tanto es así que habrá que desinfectar y desinsectar la zona con cargo a los presupuestos de la universidad, de esta universidad que ellos dicen defender porque es de todos y que, a la hora de comprometerse, no es nada suya.
Ya han logrado lo que querían: que la Universidad de Granada esté en todos los medios de comunicación dando una imagen vergonzosa e histriónica de una gente que dicen ser estudiantes y defenderse de Bolonia pero que, con su comportamiento y actitud, tergiversan la realidad. Su proceder da la clave de que, efectivamente, hay que modificar el sistema, pero no sólo en cuanto a cómo dar las clases, sino en cuanto a reglamentos. Que no todo van a ser derechos, leñe, que también hay obligaciones, aunque estos nenes las ignoren y las desprecien porque están dentro del sistema que rige cualquier sociedad civilizada. Porque está claro: protestar, estos individuos, todo lo que sea, pero buscar soluciones desde el respeto a los demás, eso queda siempre para el maestro armero. Ellos, ahora se van de rositas y hasta la próxima okupación. Quedan las pulgas.